“Cuando termino un show me voy enseguida para el hotel. En mi época de pendejo ya jodí bastante, así que ahora miro una película y me reseteo para afrontar el próximo día”, dice Nito Mestre, ubicado en un sillón del hotel más antiguo de Carrasco, expectante de un posible cruce con su gran ídolo Paul McCartney en una coincidencia para nada casual.
“Aprendí a cuidar el envase”, explica sobre su nueva normalidad, de largas caminatas y otros hábitos saludables. “Ya sé que tengo menos conciertos por delante que los que ya hice”, argumenta. “Cada día de concierto es un día de agradecimiento”.
De cerca o de lejos no se le ven poses. Su consabida popularidad la lleva en la forma de un almacenero que aprendió a intercambiar confianza y complicidad con sus mejores clientes. Así, se queda charlando rato con una admiradora uruguaya, antes de cumplir con la foto y el autógrafo, o se va a un afamado bar de chivitos a pasar la tarde.
Cerca de las cinco, la presencia latente de Paul es lo único que lo inquieta, igual que cuando arrancó a hacer música –mejor dicho: rock and roll– después que vio A Hard Day’s Night en el cine.
Tenía 20 recién cumplidos cuando salió Vida, el álbum debut de Sui Generis. Antes de los 30, ya había experimentado la consagración, la popularidad masiva, la separación y la despedida del legendario dúo argentino que conformaba con Charly García, con conciertos multitudinarios que quedaron grabados en dos discos y una película de idéntico nombre, Adiós Sui Generis, aunque luego volverían a reunirse varias veces.
Por un tiempo, la fiebre que atravesó desde joven no fue diferente a la de Los Beatles. Supo estar aturdido por gritos de desesperación y por una exposición pública permanente a la que dice haberse acostumbrado; recibió críticas salvajes de la prensa y vivió la persecución y la censura de la dictadura militar argentina.
Antes de arrancar la década de 1980 sacó dos de los mejores discos de su carrera con su proyecto Nito Mestre y los Desconocidos de Siempre. Luego, a lo largo de una docena de discos, continuó como solista de bajo perfil, anclado en su obsesión por las armonías y los textos simples, siempre un poco al margen de las modas, nunca lejos de su prédica pacifista.
Tras mucho tiempo, Mestre vuelve a Montevideo para celebrar 50 años del primer LP de Sui Generis. El momento coincide con un reinicio de su actividad sobre los escenarios y con un redescubrimiento de su notable obra, de la mano de la reedición y remasterización de algunas joyas de su discografía como el rarísimo Escondo mis ojos al sol (1983), el sofisticado Nito (1986) y el imprescindible En vivo, grabado el 6 de mayo de 1982 en el extinto teatro Plaza de Montevideo.
¿Qué recordás de ese concierto en Uruguay?
Fue una maravilla. De hecho, es un disco que sigo escuchando. Ni bien arranca con “El tema de Cenicienta” y se sienten los aplausos de la gente, te das cuenta de que lo que pasó ese día fue especial. No me lo esperaba para nada. Esa vez hicimos dos funciones el mismo día. El disco lo grabaron David Lebón y Gustavo Gauvry, que estaban en un camión afuera del teatro. La banda de ese momento sonaba increíble [Juan Carlos Mono Fontana en teclados, Claudio Martínez en batería, Roberto Gessaghi en guitarra eléctrica y coros, Carlos Tribuzi en bajo]. Fue una banda que quise mucho. Nos divertíamos muchísimo.
Unos meses antes, en abril de 1981, habíamos venido con Charly al estadio Luis Franzini para el primer reencuentro de Sui Generis después de la separación.
En el éxito del concierto del Plaza creo que tuvo mucho que ver Pablo Lecueder [en su rol de director de Radiomundo], que había pasado “Distinto tiempo” [del primer disco solista de Mestre 20/10] hasta gastarlo. Es decir, hubo como una preparación del terreno. Yo escucho ese disco ahora y pienso: “Qué bien que sigue sonando”.
Hasta hace poco tiempo había cosas que grabé que eran muy difíciles de conseguir. Las estoy subiendo de a poco a plataformas porque tuve una época de dejadez con los sellos discográficos. En ese sentido, la tecnología es una ventaja. Muchas veces me preguntan: “¿Y en tal época qué hiciste?”, y respondo que estuve haciendo música como siempre, lo que pasa es que muchas veces los discos no estaban disponibles fuera de Argentina.
Ese ejercicio también está modificando lo que hago en los shows. Vuelvo a escuchar algo y de repente digo: “A ver ¿cómo se tocaba este tema?”, y también me doy cuenta de que tengo una cantidad enorme de material al que me gustaría regresar.
Sos fan de Steely Dan, ¿no?
Siempre me gustaron. Durante un tiempo, cuando llegaba octubre festejaban uno de sus discos en el Beacon Theatre de Nueva York. Mi amiga Silvina Garré los fue a ver una vez y después Machi Rufino, el bajista de Invisible, fue varias veces. Me gustó la idea de festejar los discos. Es algo que uno puede hacer cuando está bien y con salud, como estamos haciendo ahora con Vida.
¿Cómo es el show que vas a dar en la Zitarrosa?
Lo tenemos muy armado, porque con la banda hace tiempo que venimos tocando. Son 25, 26 temas en dos horas. Están los temas de Vida y después hago un repaso por toda mi carrera. Y otra cosa que se fue agregando es que yo cuento historias, pero sin guion: es lo que me sale en el momento.
¿Cómo hiciste para que te editaran Escondo mis ojos al sol? Era un disco nada comercial y diferente a las cosas que venías haciendo.
Te digo lo que le pasó al dueño de la discográfica [Interdisc], Pelo Aprile, cuando lo escuchó. Él estaba esperando otra cosa. Sobre todo, porque tiene temas como “La colina de la vida”, cantado con Mercedes Sosa y con una introducción larga, “Te recuerdo Amanda”, que es muy climática, y “De aquello que sé”, de Ivan Lins. Me acuerdo de que el Mono Fontana me dijo: “Tenés que hacer ese tema”. Ese disco, de alguna manera, casi que fue pensado para mostrarles a los otros músicos qué es lo que yo podía hacer. Onda: “¿A vos te parece que no puedo cantar un tema con Mercedes Sosa? Acá tenés”. Después Mercedes me dijo: “La versión que vos hiciste es la más linda que escuché en mi vida. “Esperando crecer” es mi tema preferido de ese disco, y no es una canción que haya pegado en la gente.
Es un disco difícil con el que me pasan varias cosas. Por ejemplo, con “Escondo mis ojos al sol” en un momento me di cuenta de que la letra, de alguna manera, hablaba de los problemas con el alcohol que estaba teniendo en esa época. Fijate vos, después que salió y que mejoré y dejé de tomar, empecé a escuchar y digo: “Qué increíble, lo que estaba escribiendo me lo estaba diciendo para mí y no me daba cuenta”, era algo medio inconsciente dando vueltas para que yo reflexionara.
¿Qué te pasa cuando escuchás a grupos que están influenciados por tu música, como Bándalos Chinos?
Ellos me gustan mucho. Los he visto en vivo y tienen una energía positiva. Veo que se están divirtiendo, que la están pasando bien. Y ahí decís: “Estos pibes van por buen camino”. Musicalmente son sencillos, directos, y otra cosa que hacen bien es llevarse por delante a toda América Latina y salir a conquistar México, por ejemplo, algo que en su momento nosotros no hicimos. El primero que arrancó con eso fue Miguel Mateos.
De la nueva camada también me gusta mucho Wos. Quizás no es la música que yo haría, pero puedo admirar lo que hace. Además, tiene una banda que suena muy bien en vivo. También me gusta mucho Zoe Gotusso. Me encanta su voz. Cuando empezó con el grupo Salvapantallas grabé con ellos. En general, lo que me gusta encontrar es el cuidado por la armonía y la melodía, que es algo que noto en falta.
Un poco, esa siempre fue tu fórmula.
Ritmo, melodía y armonía. Melodía y armonía como base. Yo me crie con esto. O sea, cuando escuchás una melodía de Los Beatles te la acordás, te queda grabada en la mente. Esa es mi escuela.
Con esta visita de Paul McCartney pensaba que siguen pasando los años y la fascinación por la música de Los Beatles no decae.
Sí, claro. El secreto de las buenas melodías es que no es fácil de descubrir. Yo puedo sacar 50 temas que me parecen buenos, pero ¿cuál es el que tiene la melodía que después te vas a acordar? Tal vez te sale y no te diste cuenta ni vos mismo.
Conozco a varios compositores que usan fórmulas. Ahora, además, hay ciertas cosas que están pasando con la aceleración de la vida. Con Pink Floyd, antes de que entrara la voz, podían pasar cinco minutos. Ahora con Tik Tok pasan dos compases y a cantar.
Antes te sentabas con la guitarra para crear todo un clima previo. Ahora, como me pasa a mí con Whatsapp, te parece que tenés que contestar enseguida un mensaje porque si no el otro se va a ofender. Y no tendría que ser así. Te podés acordar y si te olvidás de contestar no pasa nada. Al rato te podés acordar. Y lo mismo está pasando en la música. Te dicen: “Antes del minuto tenés que llegar al coro, al estribillo”, o “meté un hook al principio para que la gente se acuerde del tema”.
¿Por qué vos nunca cediste en eso?
Porque no me sale. Porque cuando lo voy a buscar me digo: “¿Qué estás haciendo?”. O sea, está bien buscar un gancho que te haga recordar un tema, me encanta que pase eso, pero tiene que aparecer con naturalidad. Si le das muchas vueltas y lo premeditás ya no sirve.
En este momento de tu carrera, ¿qué sentís cuando te subís a un escenario?
Todavía me pongo nervioso. Uno podría pensar: “Tengo 50 años de carrera y lo hago de taquito”, pero no funciona así, siempre puede pasar algo diferente.
Con todas esas cosas que te pasan por la cabeza, vos querés que el show salga bien. Lo que busco que pase es que después del primer o segundo tema me sienta como en casa para estar relajado.
Entre las muchas cosas que hago, entro al escenario y en el primer tema siempre trabajo el sonido. En los seis que le siguen voy encontrando mi voz y a partir de ahí puedo divertirme y jugar porque ya estoy tranquilo. Después hay otra cosa fundamental que se la copié al muchacho [Paul McCartney]. Lo hace siempre y lo corroboré en un show que hizo en el estadio de River Plate: una prueba de sonido que dura dos horas.
¿Tenés alguna cábala previa a tus conciertos?
Mi única cábala es que soy extremadamente puntual. Mi vieja era lituana danesa y del tipo: “A las doce venís a comer” y si llegaba a doce y cinco me decía: “¿Qué te pasó?”. Me criaron así. Con mi banda tengo el mismo método. Si salimos a las doce para un concierto, soy el primero y me quedo tranquilo cuando miro los números del ascensor y veo que los músicos están bajando en hora.
Me pasó con un bajista. Se demoraba y encima se quejaba: “Ustedes siempre están apurados”, me contestó una vez. Cuando volvimos de una gira le dije: “Es la última vez que venís con nosotros. Fuiste. Lo siento”. Es como adaptarse a una familia. Si no tenés un problema hoy, lo vas a tener dentro de tres días. Así que lo evitamos de plano.
¿Qué te pasa cuando volvés por aquí?
Es bueno volver a Montevideo. Le decía a mi mánager: “Che, hace rato que no vamos, tenemos que ir por allá”. Yo confío en que algunos uruguayos se tienen que acordar de las canciones que hicimos.
Acá he pasado momentos fantásticos, como cuando venía al hotel Oceanía. Antes tenía una discoteca en un subsuelo. Una vez, en ese lugar hicimos un show con el Mono Fontana, sólo nosotros dos. En el medio de la discoteca metimos un piano y un micrófono overhead y sonaba increíble. Hacíamos temas en español y otros en inglés porque los dos éramos fanáticos de Joni Mitchell y Los Beatles. También hacíamos cosas de Jeff Taylor y Crosby, Stills, Nash & Young. Fue una época sumamente agradable y conservo algunas fotos de esos días.
A veces uno dice: “Qué lindo que sería repetir esas cosas que no se repiten”, pero tengo la tranquilidad de que ahora se pueden volver recrear de distinta manera. A mí me encanta cómo estoy sonando ahora y eso te da confianza.
Nito Mestre, 50 años de Vida. Jueves 21 a las 21.00 en la sala Zitarrosa (18 de Julio 1012). Entradas: $ 1.500 (platea baja) y $ 1200 (tertulia) en venta en Tickantel, Redpagos y Abitab.