Luego de su auspicioso debut en 2009 con Nowhere Boy (película que relata la infancia de John Lennon), la directora y fotógrafa británica Sam Taylor-Johnson se ha transformado en una cineasta que explora con profundidad las emociones humanas y narra historias cargadas de claroscuros, como la polémica Cincuenta sombras de Grey (2015). Ahora se pone al frente, en el que parece ser su mejor trabajo hasta el momento, de Back to Black, biopic musical de ficción que recorre la vida de Amy Winehouse, la brillante cantante de soul londinense que con sólo dos discos de estudio (Frank, de 2003, y el catártico Back to Black, de 2006) se convirtió en una referencia y murió con 27 años de una intoxicación etílica.

Back to Black, la película, es una potente y sentida dramatización del ascenso y el derrumbe de Winehouse, cuya turbulenta historia ya había sido narrada en Amy, el excelente documental de Asif Kapadia. Taylor-Johnson recorre los romances, sentires y creaciones de Amy y deja un poco de lado sus demonios y culpas.

El protagónico está a cargo de Marisa Abela (Industry), que ofrece una actuación cautivante e intensamente física metiéndose en el enredado universo emocional de la cantante, y por Jack O’Connell en el papel de Blake Fielder-Civil, su marido vividor pero también inspirador, objeto de su obsesión y facilitador de adicciones.

La película es un retrato calibrado y emocionante sobre el enorme talento, la inestabilidad, la inteligencia y la feroz capacidad de autodestrucción de Winehouse. Desde el comienzo, da una mirada honesta sobre su corta y problemática vida, sobre el especial vínculo con su abuela y su padre Mitch, un taxista que la ayuda a manejar su carrera y que curiosamente fue quien le aconsejó que no fuera a rehabilitación; sobre cómo su alegre familia judía que cantaba canciones en yiddish alrededor de un piano moldeó su personalidad e inspiró su amor por la música, sus inicios como cantante en el mítico pub The Dublin Castle (donde también debutaron Blur, The Killers y Arctic Monkeys), su salto a la popularidad; sobre cómo aparece su característico delineado de ojos y peinado batido; sobre su carácter rebelde y su defensa de las mujeres en la industria de la música.

Coraje, belleza y furia son relatadas de manera visceral: Amy necesitaba sentir que lo que cantaba era real y vívido, alejarse de la imagen de las cantantes de los 2000, tratadas como productos comerciales, y hacer oír su enorme talento. Pero esta biopic, a diferencia de Amy, pone en el centro de la historia la relación de Winehouse con su esposo Blake Fielder-Civil, el catalizador que desencadenó su descenso hacia el alcohol y las drogas (“tienes un ojo para los chicos malos”, dice Cynthia, su abuela). Lo que Blake termina definiendo en la película como una “codependencia tóxica” repleta de excesos es también mostrado como una verdadera historia de amor que determinó la carrera y la vida de Amy: todas sus canciones son por y para Blake.

Algo muy poderoso y a la vez increíblemente vulnerable se cruza en la protagonista: desesperada, adicta y con el corazón roto, transita las luces y sombras de su breve pero intensa carrera, se muere y se levanta 100 veces, como ella misma cantó, y batalla, siempre perdiendo, contra una prensa amarillista que no la deja nunca en paz. Amy Winehouse no escribía canciones para ser famosa, escribía porque sentía que no podía hacer otra cosa y para “hacer algo bueno de lo malo”.

Back to Black no trata de la fama de Amy Winehouse ni de su dinero o sus adicciones, sino de su deseo de ser amada. Marisa Abela captura la fascinante mezcla de confianza en sí misma y fragilidad que caracterizaba a la cantante y compone a la perfección a una artista compleja y dotada de una increíble voz, que vivió y sintió mucho y murió demasiado pronto.

Back to Black. 122 minutos. En Max.