En la escuela nos enseñan que Uruguay es una penillanura suavemente ondulada. La mayor elevación, el cerro Catedral, en Aiguá, Maldonado, mide 513 metros sobre el nivel del mar. La experiencia orográfica montevideana consiste en sortear los repechos de las cuchillas que atraviesan la ciudad y sorprendernos con la majestad de la iglesia del Cerrito, elevada sobre el resto, y con la contemplación del Cerro, que mira la bahía. La montaña es, pues, exótica, un enigma de geografías ajenas y por conocer. Es, claro, signo, pero no una experiencia sensorial y vital. Por eso la rodea el extrañamiento.

Una de las virtudes de la editorial Amanuense –afincada en Colonia del Sacramento y de raíces guatemaltecas– es conjugar autorías diversas de Hispanoamérica y combinar el trabajo de escritores e ilustradores de distintos puntos. En este caso, dialogan los textos del guatemalteco Julio Serrano Echeverría (Lluvia, Balam y la casa y el mexicano Juan Palomino. Ambos provienen de regiones donde las montañas no son un accidente lejano, sino parte del paisaje y de la vida. Del vínculo de Serrano con la montaña de su infancia surge la poesía de este libro, ligada a la tierra, a las raíces y a lo materno en la evocación de su abuela. Como se adelanta en el título, se trata de una particular: No cualquier montaña, sino la del recuerdo.

Aunque es indudable que es un libro de poesía, también es posible abordarlo en su potencial de vehiculizar información específica. Pero lo hace desde una perspectiva sensorial: no en forma de datos fríos, sino presentándose a través de la voz poética. Serrano pone en juego un mecanismo de espejos en el que se ve en esa montaña con la que dialoga, que es geografía y es familia. “Yo no sé de qué color me mira ella”, dice en las primeras páginas, inscribiéndose en una manera de entender el mundo y la naturaleza como una entidad viva a la que ponemos sentido en la medida en que ella nos define. La de Serrano es una evocación activa, que dialoga, que cuestiona, que permite el cambio de roles, que no se coloca por fuera, alejado, en el rol de un observador impoluto, sino en un vínculo de reciprocidad más cercano al abrazo que a la contemplación.

Hay una identificación, por sinécdoque, de la montaña con la madre tierra, y, por metáfora, con la madre y, a través de esta, con la abuela; es decir, con las raíces de la vida. Serrano recorre ese camino dejándose llevar por una voz y una mirada infantiles que hacen hablar a la montaña, nos cuentan de ella desde el asombro, desde el extrañamiento, desde la pregunta, desde la imaginación, desde el trastocamiento de los sentidos. Aparece, entonces, una intención descriptiva que presenta a la montaña a través de sus colores, de sus sonidos, de su tamaño, de sus cualidades materiales; pero cada uno de estos datos verificables, concretos, se modifica por efecto del particular lente con el que se ejerce la observación. Serrano se aleja, se acerca y nos lleva con él. Los sueños le proporcionan una tierra fértil para decir lo indecible, para intentar poner en palabras la majestuosidad y el estruendo, la lava y la lluvia, para descentrar lo observado y transformarlo en otra cosa. Es en la metáfora donde se juega la historia: la montaña que a su vez es niña, que es madre, que tiene voz y oídos.

En ese terreno elegido para contar, Serrano amasa la materia de la poesía y nos regala versos en los que sorprende con verbos en conjugaciones inesperadas, forzando los significados, paladeando los significantes. Nos regala, de esta forma, una serie de poesías que ponen a jugar a la lengua materna, la cuestionan, la fuerzan, la reinventan. Ese arte particular del decir se liga inextricablemente –en un gesto que inscribe a No cualquier montaña en la categoría del libro-álbum por definición– a la ilustración, que desde la portada plantea una síntesis en esa madre e hija de piel del color de la tierra, y a lo largo de las páginas esparce colores y formas, geometrías y perspectivas diversas que actualizan montañas que caben en la palma de la mano, a escala de hormiga, que escupen fuego y humo ardiente, que ofrecen su regazo.

Esa montaña de Serrano y Palomino no es blanca de nieve, es una montaña en español y lenguas originarias, tiene una larga trenza negra adornada con una flor roja. Es fruta de fuego y serpiente agazapada, es lugar ancestral, hija, nieta y tataranieta. La poesía que propone Serrano es, una vez más, de conmovedora belleza. Un libro para leer y contemplar muchas veces, para permitirle que nos interpele con su misterio, para dejarse arrullar.

No cualquier montaña, de Julio Serrano Echeverría y Juan Palomino. 36 páginas. $ 750. Amanuense, 2024.


Dinosaurios en la rambla Sur

Desde el viernes y durante toda la Semana de Turismo, en la esquina de la rambla y Ciudadela, frente al Dique Mauá, estará instalada la carpa del Circo de Moscú, que presentará su espectáculo Tierra de dinosaurios. Esta propuesta circense y dinámica combina tradición e innovación en sus más de 20 atracciones que incluyen acrobacia, ilusionismo, malabarismo, el globo de la muerte y las enormes réplicas de dinosaurios que interactúan con el público. Tendrá tres funciones diarias, de lunes a sábados, a las 15.00, 18.00 y 21.00, y los domingos a las 14.00, 17.00 y 20.00. Las entradas, de $ 350 a $ 1.000, están a la venta en la boletería del circo o en Redtickets.