La noche de Halloween de algún año a fines de los 90, un trío de niños y amigos comete una travesura que se le va de las manos (terminan incendiando una casa, nada menos). En medio de la fuga desesperada para no ser acusados, uno de ellos tiene una idea particularmente inspirada: improvisa un nombre cualquiera –Ricky Stanicky– en una chaqueta y la deja allí tirada.

El resultado no puede ser mejor: la Policía da con la prenda, busca al dueño, no lo encuentra y concluye que se trataba de alguien de fuera del barrio. Para el trío protagonista –que, en su versión adulta, serán interpretados por Zac Efron, Andrew Santino y Jermaine Fowler– el incidente es la apertura de una oportunidad asombrosa. Cada vez que necesiten un responsable, un chivo expiatorio, una coartada, allí estará Ricky Stanicky.

La figura crece durante más de 25 años, ese amigo que el resto no conoce pero que siempre está allí y que es la razón para evitar un baby shower o un velorio, porque sí o sí hay que ir a ayudarlo. Como cada excusa aumenta la historia de Ricky, este ha tenido cáncer (dos veces, nada menos), es militante ambientalista, ha vivido en Nairobi, conoce el mundo empresarial, etcétera. Es una figura enorme, inalcanzable y, para conveniencia de los tres amigos, por completo ficticia.

Hasta que se acaba. Una serie de circunstancias obligará a los protagonistas o bien a hacer aparecer a Stanicky o bien a admitir que han mentido durante un cuarto de siglo. Aunque Stanicky no existe, hay una delirante opción: un actor de cuarta, completamente chiflado, que conocieron en su último viaje a Las Vegas: Hot Rod Rimestead (la verdadera estrella de la función, John Cena). El plan es entrenar y capacitar a Rod de urgencia, enseñarle a ser Ricky Stanicky y salir del paso. ¿El problema? Sale demasiado bien.

No conviene seguir dando detalles de una película cuyo mayor disfrute está en descubrir sus giros y vueltas de tuerca. Sólo mencionar dos aspectos: uno, tiene mejor premisa que ejecución. Si bien la cosa sale de manos de un experto en comedias guarras como es Peter Farrelly (uno de los responsables de Loco por Mary y Tonto y Retonto), aquí se encuentra demasiado contenido y, pronto, la comedia delirante se verá contrapesada por un argumento convencional de redención bastante tontorrón. Pero, dos, esto es John Cena contra todos.

Los últimos años de Cena como actor han sido fabulosos, a pesar de las muchas malas películas con las que se ha cruzado, y aquí el exluchador consigue el que tal vez sea su mejor protagónico de comedia y logra un personaje increíble, tremendamente gracioso y eficaz, que pocas veces tiene igual entre el resto del elenco (acaso un secundario menor pero divertido de William H Macy le ofrece los mejores contrapuntos).

Aunque la propia película no termina estando a su altura, Cena deja la vida en este Ricky Stanicky logrando una serie de set pieces cómicas y secuencias de humor que lo consagran como el gran cómico que es. Basta con ver –hasta se lo rescata en la secuencia poscréditos– los números musicales que protagoniza en Las Vegas. Cena, para el humor, es cosa seria.

Ricky Stanicky 113 minutos. En Prime Video.