Los primeros segundos de El problema de los 3 cuerpos, el nuevo buque insignia de Netflix (hasta que se estrene el próximo buque insignia), recuerdan a los primeros segundos de One Piece, la adaptación con actores del popular manga y animé. Una comenzaba con la ejecución pública de un gran pirata y la otra con la humillación pública de un científico encontrado culpable de desviaciones ideológicas durante la Revolución Cultural en China. Las semejanzas no son tan evidentes, pero hay un montón de personas asistiendo al juicio y castigo de otra.

Así arranca la nueva apuesta de los productores David Benioff y DB Weiss (los mismos de Game of Thrones) junto a Alexander Woo. Es que la historia original es una novela del autor chino Liu Cixin y, aunque esta adaptación se occidentaliza y se vuelve multicultural (preparen los memes), la gran potencia asiática sigue siendo un lugar fundamental para el desarrollo de la trama.

Desde el arranque comienzan a pasar cosas en dos líneas de tiempo diferentes. En la China de los 60 y 70 una joven que vio morir a su padre en una humillación pública que se fue de las manos consigue empleo en una extraña estación militar que controla un radiotelescopio, con el que envían señales al espacio exterior. En el Reino Unido del presente, un grupo de exestudiantes de Oxford se ve involucrado en sucesos extraños que incluyen la falla de todos los aceleradores de partículas del mundo y el suicidio de investigadores científicos.

El tema con El problema de los 3 cuerpos es que si te quemaste con Lost, ves la vaca de humo y llorás. En los primeros episodios se introducen un montón de ideas desconcertantes, como unos cascos de realidad virtual con tecnología siglos más adelantada que la que conocemos, una serie de cuentas regresivas que interfieren en el campo visual de los científicos, estrellas que titilan en código Morse y (sí) los seres del espacio exterior que reciben el mensaje del radiotelescopio y responden “¿Qué onda?”. Como si fuera una temporada de Doctor Who pero con más personas quitándose la vida.

Parecen demasiados misterios para una serie de ocho episodios... y ciertamente lo serán, porque la historia no se resuelve en esta (por ahora única) temporada. Pero al menos con el correr de los minutos se entenderá parte de lo que está ocurriendo y –esto lo digo como algo bueno– nuestro planeta estará en un lugar muy distinto al que estaba antes del comienzo de la serie. No digo que un cambio del statu quo sea la gran cosa, pero muchas veces series que están en la disyuntiva de “¿cambiamos el mundo o mantenemos el misterio?” suelen optar por la segunda opción.

La serie tiene buenos momentos, como el ábaco humano creado dentro de la realidad virtual o una escena muy perturbadora en el quinto episodio que también se inscribía dentro del “No creo que lo vayan a hacer” y la serie va y lo hace. Tengo que reconocerles eso. Esto no quiere decir que zafen de clichés narrativos como el personaje que escapa cuando el lugar está rodeado o la voz que entiende todo en forma literal, porque su gente no entiende de metáforas ni de mentiras, pero hay que creer que eran tan genios.

Todo se vuelve una especie de juego entre el gato y el ratón, si el gato tuviera los poderes de un dios y el ratón todavía no dominara los viajes interestelares. El elenco principal (con figuras como Eiza González, John Bradley y Alex Sharp) casi nunca es lo más interesante de la serie. Por suerte hay dos veteranos de mil batallas, como Liam Cunningham (Davos en Game of Thrones) y Benedict Wong (Wong en las películas de Marvel), que les enseñan a los demás cómo actuar, aunque Liam tiene tanta cara de bueno que no le creemos mucho cuando se pone firme.

Ya nombré dos veces la serie de dragones y caballeros que emitía HBO y repetía creadores con esta. No parece que El problema de los 3 cuerpos vaya a tener un impacto similar en el público, especialmente porque Netflix vuelca las temporadas enteras y de los tronos hablábamos todos los domingos y los lunes durante un par de meses al año. Pero quizás la mayor diferencia esté en los diálogos. Game of Thrones combinaba magia, escamas y desnudez con algunos intercambios verbales que quedaban para el recuerdo (aunque ahora nadie pueda citarlos), y aquí la cosa no se eleva mucho en materia discursiva.

Esto no significa que la serie sea mala ni mucho menos. Es más, cuando se termina uno tiene ganas de mandar correos electrónicos a Netflix para que apuren la renovación y la producción de más episodios. Si no se apuran, la segunda temporada va a estrenarse dentro de 400 años.

El problema de los 3 cuerpos. Ocho episodios de alrededor de una hora. En Netflix.