¿Qué conforma un clásico? La calidad de su realización, por supuesto. El nivel de sus actores y dirección. La producción que respalda. Pero también hay clásicos sorpresivos, construidos por una serie de casualidades que se dan cita en una misma película y logran una repentina alquimia.

Fue el caso de Road House (Rowdy Herrington, 1989), transformada en un clásico inesperado gracias a un relato tan sencillo como contundente, una banda sonora inolvidable y un personaje increíble a cargo del carismático Patrick Swayze.

El duro (como la conocimos en América Latina a lo largo de su interminable periplo de reiteraciones televisivas) fue vista por varias generaciones una y mil veces y logró que muchos nos supiéramos sus diálogos de memoria, recordáramos al dedillo muchas de sus escenas y fuéramos capaces de volverla a ver cada vez que nos la cruzábamos en televisión abierta, aunque fuera la milésima.

Todo lo anterior también predispone ante la mera idea de una remake. Porque el director Doug Liman y la estrella Jake Gyllenhaal tomaron el toro por los cuernos y se propusieron traer a El duro al siglo XXI, con el riesgo que conlleva. Dejémoslo claro desde ya: su gran acierto radica en sostener la lógica, la mística, la sencillez y la efectividad de un film de acción de los 80, eso que le dio el inesperado éxito.

Sin embargo, el inicio no da muchas esperanzas. Para presentar a Dalton (Gyllenhaal), ese ex luchador de UFC que se gana sus magros pesos en combates ilegales, se arma una escena cargada de CGI (que cantará flor varias escenas después, hay que reconocerlo) para convencer de que Post Malone puede pegar un par de piñas (¿Qué pasa con Malone? ¿Por qué se insiste tanto en ponerlo a actuar, cosa que evidentemente no le sale?). Pero pronto el propio Gyllenhaal, a puro carisma y comprensión del rol que tiene por delante, va a lograr engancharnos en su relato, que lo lleva a Florida a hacer de patovica en un boliche violento. Además, el local está en la mira de turbios empresarios.

Manteniendo a raya la comparación nostálgica (que, a la postre, resulta innecesaria: le saldría más barato a esta película no ser una remake sino simplemente una historia similar), de inmediato comienza la diversión. Los matones van pasando por el bar y Dalton los irá apilando. No aparece una filosofía de vida –sí la había en el original–, pero abundan las peleas, la música y, al final, cuando todo se descontrola sanamente, los tiros y las explosiones.

Gyllenhaal logra algo tremendo: reconstruye el protagónico canchero y superado de los 80 para llevar el relato con toda la gracia, secundado por un buen reparto (Daniela Melchior, Billy Magnussen, Joaquín de Almeida y JD Pardo). La acción seca y de corte realista anima cada pelea y, aunque tal vez no estemos ante un nuevo clásico, sí se trata de algo gratificante y divertido. Para su recta final, aparece un antagonista a la altura: Connor McGregor, pasadísimo de rosca y divirtiéndose como loco. ¿Qué más podemos pedir?

El duro. 114 minutos. En Prime Video.