Puede que hayan pasado décadas desde que terminamos la escuela e imaginemos que las aulas modernas, especialmente en un colegio alemán con financiación digna, sean tan ajenas a nuestra formación que nos resulten irreconocibles. Sin embargo, uno de los fuertes del eficaz drama El salón de profesores es instalar en el espectador una extraña familiaridad que despierta un recuerdo sensorial de polvo de tiza y aburrimiento, de estar inquieto en el banco y mirar con nostalgia a través de las ventanas.
Ocurre que El salón de profesores es un thriller pero trata de muchas cosas (conformidad, rebeldía, racismo, desconfianza, violencia intergeneracional). Y es, sobre todo, un necesario recordatorio, tanto del lado del profesor como del alumno, de lo que la escuela fue en realidad para muchos: nuestra primera y más fundamental experiencia de institucionalización y dogma.
Nominada a los premios Oscar 2024 como Mejor película extranjera (perdió contra Zona de interés) y dirigida por el turco-alemán İlker Çata (premio del cine alemán a Mejor director 2024 y especialista en temas sociales), El salón de profesores narra la realidad de un instituto de educación a través de los ojos de su nueva profesora de matemáticas y educación física Carla Nowak (una estupenda Leonie Benesch), quien a nada de llegar a su nuevo trabajo se entera de una serie de robos y de que se sospecha de uno de sus alumnos.
Contra su voluntad, Carla se ve arrastrada a presenciar un interrogatorio y requisa en el que señalan con dedo acusador a un estudiante turco, Alí. Carla está convencida de la inocencia de Alí y de la naturaleza racista de las acusaciones, no sólo por parte de sus compañeros sino también de los docentes.
A partir de este hecho, vemos a una profesora idealista que intenta por su cuenta llegar al fondo de la cuestión y conciliar entre padres indignados, colegas obstinados y estudiantes violentos. Quizá su mayor desafío, sin embargo, sea enfrentarse a las implacables estructuras de un sistema educativo rígido e injusto.
Carla enseña a sus alumnos que “una demostración necesita una deducción que se va construyendo paso a paso”; cree en ese principio de la lógica y se propone seguirlo para averiguar la verdad acerca de los robos. A medida que la narrativa avanza, la docente parece distanciarse de sus colegas, irse apagando y ser fagocitada por un sistema escolar desgastado, repleto de profesores hastiados, padres egoístas y alumnos apáticos.
La falta de confianza entre estudiantes y profesores es evidente, así como las grietas de los sistemas educativos en todos los niveles. Esto contribuye a generar tensión y suspenso de manera magistral, con centro –al igual que en Anatomía de una caída– en las consecuencias del crimen más que en su autor, dentro de esa microsociedad que es la escuela. Vemos estudiantes enfrentados a Carla y cómo una investigación que en apariencia era inofensiva escala de manera desmedida. El guion evita con inteligencia culpar a alguna de las partes, pero a su vez expone los problemas y las emociones con las que deben lidiar los personajes, sin emitir juicios de valor.
El salón de profesores. 138 minutos. En Max.