En las épocas del Nuevo Hollywood, los directores-autores surgían como hongos después de la lluvia. Ahora, en cambio, entre franquicias, secuelas y multiversos compartidos es bastante más arduo encontrarlos. Si bien los hay en corrientes y movimientos muchas veces asociados a los géneros cinematográficos (el más evidente tal vez sea el “horror artístico”, asociado a la productora A24 y a nombres como Jordan Peele, Aris Aster o, el más talentoso entre ellos, Robert Eggers), encontrar directores con una obra a seguir no parece tan sencillo como en épocas del auge de Martín Scorsese, Francis Ford Coppola o Steven Spielberg (todos ellos activos incluso hoy, por otra parte).

Sin embargo, armado de paciencia, uno encuentra obras y nombres que se reiteran, autores que marcan con su impronta diversos productos y descubre que sí, que hay directores que todavía se pueden seguir. Los nombres varían según gustos y criterios, pero, por ejemplo, sabemos que no hay que perderle el rastro a la obra de Jeff Nichols, S. Craig Zahler o Ben Wheatley. Junto con ellos, quizá incluso encima, está Jeremy Saulnier, responsable de Rebel Ridge, que ha encontrado su espacio en Netflix hace un par de semanas.

Después de un olvidable debut con una comedia de horror (la película de terror de bajo presupuesto para comenzar parece ser una constante autoral), Saulnier saltó a la fama a partir de un díptico tan austero como violento y gráfico: Blue Ruin (2013) y Green Room (2015). La primera, una historia realista de venganza; la segunda, el virulento enfrentamiento entre una banda punk y un grupo de neonazis. Ambas, llamadoras de la atención cinéfila, películas tremendamente sólidas que retoman aspectos y narraciones convencionales –hay mucho del cine de John Carpenter en Saulnier– y los traen al nuevo siglo con una potencia demoledora.

Luego de estas dos películas mucho se especuló sobre el rumbo de Saulnier. La dirección final resultó ser Netflix, donde estrenó en 2018 la también muy buena Hold the Dark, que no tuvo, sin embargo, el éxito de sus dos películas anteriores. Luego de un infierno de retrasos por pandemia, abandono del protagonista (originalmente iba a ser John Boyega) y refilmaciones completas, llega Rebel Ridge.

Terry Richmond (Aaron Pierce) pedalea en una ruta apartada rumbo a un pueblito para pagar la fianza de su primo. La Policía lo detiene (de hecho, lo atropella), lo interroga, le encuentra el dinero y, sospechando –con algo de racismo: al fin y al cabo, el protagonista es negro y pobre, los policías, blancos y bastante hostiles–, le decomisa el dinero en una movida que califica fácilmente de estafa e, incluso, robo. Con el pago de la fianza pendiendo como espada de Damocles sobre su cabeza, Terry recorrerá los caminos legales para reclamar el dinero hasta que, contra la pared, tomará la justicia por sus propias manos.

Ya hemos visto esta historia; de hecho, refiere directamente a Rambo: primera sangre, la aparición debut del legendario personaje de Sylvester Stallone, pero funciona particularmente bien en manos de Saulnier, aquí muy concentrado e incluso más medido que en películas anteriores. Un relato simple, contundente, con algunos altibajos (hay secundarios que salen de la nada prontos a contribuir con la trama), pero todo funciona bien mientras nos concentremos en el enfrentamiento entre el héroe y la Policía, liderada por un magnífico Don Johnson.

Sin ser el mejor trabajo de Saulnier, Rebel Ridge nos lo devuelve perfectamente en forma y capaz de narrar con la potencia de siempre, incluso cuando el relato es sencillo y carente de grandes ambiciones. Si está en sus manos, siempre será una buena película.

Rebel Ridge. 131 minutos. En Netflix.