Yisela Paola Pintos Olivera siempre quiso usar sus dos nombres. “Para mis amigas era Yisela y en mi casa era Paola porque en mi familia había otras Yiselas”, recuerda –y duda si no era exactamente al revés– al inicio de su jornada laboral de actividades múltiples mientras conversamos en un bar sin público, en plena mañana del Centro de Montevideo. Si fuera estadounidense, Yipio –su nombre artístico, idéntico al de su correo electrónico de adolescente– sería Amy Schumer en una versión mucho más desprejuiciada. De todos modos, todavía no sería justa la comparación.

En una noche random de El Garibaldi, el boliche de La Comercial dedicado a la comedia al que define como su casa, se la puede encontrar amenizando la cena de familias del barrio. No faltan algunos de sus colegas ni un puñado de parejas en plan de primera cita.

Alcanza con que bajen un poco las luces para que, alrededor de las cervezas, las muzzarellas y el fainá, le dé función a su mejor acto, que puede arrancar con una burla de sí misma, echando mano a su letra repentista y a movimientos de todo su cuerpo para retratar vívidamente un instante de su intimidad sexual, con el detalle de esfuerzos, torpezas, fracasos y éxitos, y continuar con las historias y la complicidad de quienes, atraídos por el juego del desborde humorístico, se suman con gusto al desafío.

En otras horas, Yipio sube videos a su Instagram, conduce el programa de streaming Maltratados, por Fipo TV, y filma a su madre, Laurita Madafaker, una celebridad de Tik-Tok con la que comparte escenario en boliches y teatros “de lunes a lunes”.

Integrante de una nueva generación de comediantes uruguayos, su estilo la ubicaría cerca de los históricos Roberto Barry y Héctor Perry, y como la única mujer en una tradición picaresca casi perdida, que viene a retomar de la mano del stand-up y el auge de las redes sociales. “Acá dice ‘serendipia’, que es un suceso maravilloso, inesperado”, cuenta sobre uno de los muchos tatuajes que lleva en sus brazos. “Este otro es un panadero, por mi padre, la fecha en que nació y la que murió, y ‘White Horse’, porque era el whisky que tomaba”.

¿Dónde te criaste?

Soy del Hipódromo, pero me crie en el Cerro. Mis padres tenían una panadería ahí. Mi madre dormía en la panadería y yo dormía con ella. Iba al colegio y todo lo que hacía en ese momento era alrededor de ese negocio.

¿Cuándo comenzaste a hacer stand-up?

Estuve casada dos años, me separé y ahí arranqué, pero como un hobby. De chica siempre tuve esa cosa de ser actriz, artista y salir en la tele. Antes había hecho cursos de teatro, pero había algo que no me terminaba de cerrar. De hecho, me anoté varias veces para entrar a la EMAD [Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático], me preparaba, pero llegaba el día y no me presentaba. Sentía que era algo muy mío y si me rechazaban en la prueba me iban a sacar lo único que tenía.

El stand-up lo descubrí un día en un show que fui a ver. Ahí dije: “Bueno, esto es como ser actriz pero sin tener que interpretar un personaje”, y me cerró la idea. Porque el comediante no es un personaje; es más o menos él, exagerado, pero es él. Y me decidí a hacer un curso para divertirme. Lo hice y me encantó.

Ernesto Muniz era mi profesor y se enojaba conmigo porque yo nunca terminaba de escribir mi material. Quería escribir desde mí y hablar sobre la gordura. Antes del stand-up yo no me sacaba fotos de cuerpo entero, por ejemplo. Entonces, sentía que me estaba abriendo mucho. De hecho, llegamos a las últimas clases y todavía no lo tenía.

En la penúltima lo terminé y el día que lo presenté en la muestra me fue bárbaro. Dije: “Me encanta esto, quiero seguir”. Empecé a ir a los boliches a hacer open mic, insistí, insistí hasta que se convirtió en mi trabajo.

Al mismo tiempo, y como otros comediantes, después de la pandemia sumaste tu trabajo para redes sociales.

Es que hoy las redes y el streaming son la nueva televisión. La gente, en general, pasa mucho tiempo consumiendo Instagram, Tik-Tok o Youtube, y la publicidad está ahí. Ya nadie espera un programa a tal hora para verlo en vivo, es muy raro. Es más, el contenido de la tele hoy se ve mucho por Youtube. La gente hoy anda como loca y no tiene tiempo de sentarse a ver un capítulo de una novela a las cuatro de la tarde.

En mi caso, con las redes yo tenía que meterme y hacerme ver, porque no es fácil meterse y llegar. Todo el tiempo tenés que estar pensando qué contenido vas a subir, las 24 horas los siete días de la semana. Yo me adapté; tengo 39 años, no soy una pendeja que maneja el Instagram como loca, pero aprendí a editar y hago todo con el teléfono celular.

La pandemia también tuvo que ver.

Es que yo venía haciendo un caminito de hormiga en Instagram, y en la pandemia todo se maximizó porque lo único que teníamos era eso. Entonces ahí la gente llegó de otra manera. Antes de la pandemia tenía 3.000 seguidores, y cuando terminó había sumado más de 10.000. La pandemia me dio, más allá de los seguidores, mi principal punto de venta.

Hoy tu madre, Laurita Madafaker, también es un fenómeno de redes. ¿Cómo pasó?

La panadería que teníamos un día se fundió. Venía mal la cosa y la pandemia no ayudó. En mi casa había una situación tensa. Yo estaba sin trabajo y mi madre venía de mal humor. Entonces la empecé a filmar y me di cuenta de que en esos ratos ella se reía un poco. Yo tenía un TikTok que no usaba y, de repente, de un día para el otro tenía 2.000 seguidores más y dije: “Opa, es por acá”. Hoy en día, mi madre tiene 600.000 seguidores en Tik-Tok y 300.000 en Instagram.

Existe la idea de que el público uruguayo es bastante pacato y le cuesta reírse, pero al mismo tiempo la gente que te sigue a vos te festeja el material más incorrecto. ¿Cuál es la verdad?

Yo identifico dos bandos y dos lugares donde la respuesta es distinta. Un ejemplo claro fue el de Las Colonas en televisión [el grupo de actrices que integraron la versión femenina del programa televisivo La culpa es de Colón entre 2020 y 2022]. La gente, por decir cosas mínimas, las crucificó, y hoy en día llenan teatros. Entonces, el público de la tele es mucho más apagado y más grande en cuanto a edad, y hay cosas que a las mujeres no le permiten decir. El mismo chiste lo decían los varones de La culpa es de Colón, y no pasaba nada y si lo decían las mujeres era un escándalo.

Las veces que a mí me tocó ir a la tele de invitada me tenían un poco de miedo. Me decían: “Cuidado, no te zarpes. Y me pasa lo mismo cuando trabajo con marcas en Instagram. Me llaman porque saben que tengo una comunidad que está tremenda, pero después les da un miedo bárbaro lo que pueda decir en mis videos. Es cierto, también, que la gente cuando deja comentarios en los posteos puede ser muy heavy.

¿Cuáles son las mayores críticas que recibís?

Que soy ordinaria, o cosas de mi cuerpo. O sea, de gorda, lo que se te ocurra. O “¿Cómo una mujer puede estar diciendo esas cosas?”. Hablo de sexo en las redes y siempre hay quien te dice: “¿Qué habla esta gorda que no se la coge nadie?”. En los reels que la pegaron más hay mucho bardo. Siempre hay un porcentaje de gente que te apoya y otro que te bardea. La gordofobia es cosa de todos los días.

Da la impresión de que tenés una personalidad fuerte.

Tengo una personalidad fuerte, sí. Lo que no quiere decir que un día lea cuatro comentarios y me pegue el bajón, pero un rato, nada más. Después, a tomar por culo.

Vuelvo a lo del público. ¿No es el mismo el que mira la tele y después sale a ver un show de stand-up?

Te pongo otro ejemplo. Fui a ver a Germán Medina, que es un comediante que está despegado. Ya hizo actuaciones en el Teatro de Verano y en el Antel Arena y agota las entradas enseguida. Un día dije: “Voy a ver qué tiene”. La mayoría del público era de señoras mayores, mucho olor a perfume. “Mirá cómo hace con los ojitos, me muero”, decían las doñas al lado mío. Y ese público a mí no me va a ver.

¿Cómo es el público que te va a ver?

Es, más o menos, de mi edad y más de mi clase social. Gente de barrio. A veces, si aparece un grupo de Carrasco les digo: “¿Qué hacen acá? ¿Se les suspendió otra cosa?”.

Tu público no tiene problemas con que hables mucho de sexo.

No tiene ningún problema porque los chistes los hago yo. Hay que encontrarle la vuelta. A la gente la vas comprando de a poquito. Alguna vez intenté escribir un show que no tuviera que ver tanto con el sexo, o con menos malas palabras, para poder llegar a otro público. En los shows de los boliches hay gente que ya me conoce y que me quiere, ya sabe lo que viene a ver y entiende mi humor. Hay días en que el público es más difícil y también me ha pasado de personas que se han ido de un show porque estaba hablando de sexo. El tabú sigue existiendo. Yo me fijo mucho en el lenguaje corporal de la gente para saber quién está más o menos dispuesto a participar. La idea es que nadie pase mal en el show.

¿Tenés alguna fórmula o método para escribir tu material de comedia?

Es que yo no escribo. Todos mis chistes salen de conversaciones o de cosas que me pasan o que veo. Por eso es muy difícil que no me acuerde de cosas que viví. Por ahí anoto un recordatorio en el celular, o si en una charla salió algo gracioso, después se lo repito a alguien más, sin decirle que es un chiste, para ver cómo funciona, pero no soy de escribir, salvo cuando tengo shows más grandes como los del Moviecenter. Ahí me organizo un poco más, me armo un temario y escribo, pero me frustro mucho. A veces escribo 50 hojas, dejo una y después termino usando cosas del mismo día. Yo siempre digo que soy comediante porque me pasan un montón de cosas insólitas.

¿Por ejemplo?

Como comprar entradas para un espectáculo para ir con una amiga, llegar al lugar, pelearme por los asientos y que me digan que las entradas eran para la función de otro día. O como me pasó hace poco, que fui al supermercado y empecé a gritar: “¡Me robaron la camioneta!”, y al final la había estacionado en otro lado. No sé, llamale despistada. Otra: el 31 de diciembre, que estaba con mil cosas, se me rompió el freno de mano.

Y si te sale un show en un boliche de un día para el otro, ¿qué material utilizás?

Tengo mis caballitos de batalla. Mis chistes de cabecera, y después lo que más me gusta es interactuar con el público. Soy muy espontánea. O sea, me salen rápido las ideas.

Y, por lo que sé, tampoco sos una gran consumidora de otros humoristas.

A veces prefiero no ver otras cosas para no contaminarme. Por ejemplo, la argentina Fernanda Metilli dice que una vez tuvo tan buen sexo que salió caminando como un bambi recién nacido. La imagen es hermosa, pero lo primero que pienso es: “Ahora no puedo hacer ese chiste buenísimo porque se le ocurrió antes a alguien más”.

Tenés una presencia fuerte en las redes y hacés streaming. De todas formas, ¿te gustaría tener tu espacio en la televisión?

Me gustaría el sueldo y la exposición que te da la tele. No aceptaría ese lugar de cualquier manera. Seguramente tendría que bajar un poco y ahí estaría perdiendo la esencia de lo que hago. Si me dicen: “Vas a la tele, pero ahora tenés que ser una señora”, no me sirve. Un término medio podría ser.

Yo necesito que acá se haga un programa como Infómanas [el programa de la televisión argentina que conducían Elizabeth Vernaci y Claudia Fontán]. Ya está, hay que ir al hueso. Vivimos consumiendo televisión de allá. La televisión uruguaya no se anima a salir de lo políticamente correcto. Sigue siendo muy estructurada. Ningún canal da el primer paso. Todos te ofrecen más o menos siempre lo mismo, y no tiene otra cosa.

Además, un cuerpo gordo en la tele es más difícil, sobre todo en el caso de la mujer. Una figura como Lucía Rodríguez recibió un montón de críticas por su forma de vestir o por cómo le quedaba la ropa. Ello lo hizo público.

Ojalá que un día la tele diga: “Bueno, vamos a actualizarnos un poco”. O al menos, que incluya algo distinto para disimular.

¿Cómo es la adrenalina de un show que está saliendo bien?

En los shows del día a día la llevo bien, pero cuando tengo que preparar un espectáculo como los del Moviecenter la paso muy mal en la previa. Nivel dolor de panza y “qué hago yo acá, soy un fracaso, esto es horrible”, pero después, arriba del escenario, soy plenamente feliz. Es el lugar donde se me calman todos los dolores.

Foto del artículo '“La televisión uruguaya no se anima a salir de lo políticamente correcto”: Yipio apuesta a su esencia popular y su comedia desprejuiciada'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

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