Una de las pesadillas más profundas para una madre es no poder ver a sus hijos, desconocer qué les ocurre y, sobre todo, no tener forma alguna de protegerlos. Después de más de una década de la aclamada Infancia clandestina (2011), Benjamín Ávila vuelve a la dirección y a trabajar con Natalia Oreiro en el drama social La mujer de la fila, basado en una historia real.

Oreiro interpreta a Andrea Casamento (activista argentina fundadora de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos), una madre cuyo hijo es injustamente apresado por un robo. La traumática experiencia la deja en una posición de indefensión idéntica a la de su hijo, pero del otro lado de los muros de la cárcel y pagando igual condena. A los 40 años, viuda, madre de tres hijos y perteneciente a una clase media que se percibe a salvo de estos episodios, Andrea ve su vida quebrarse la mañana de 2004 en que la policía allana su hogar y detiene a Gustavo, su hijo de 18 años –un brillante Federico Heinrich en su debut–, acusándolo sin pruebas sólidas. “Soy gente de bien”, le espeta Andrea al juez, aferrándose a la narrativa meritocrática que la había protegido, hasta entonces, de imaginar una injusticia semejante. Pero su lucha no será por demostrar sus valores, sino por recuperar la libertad de su hijo.

La historia se centra en los días en que se adapta a la rutina de las visitas: para poder ver a su hijo, Andrea hace largas filas con otras mujeres fuera del penal, en un mundo que le es ajeno y a que se resiste. La desgracia que le toca vivir en definitiva la une a esas compañeras de espera; el universo carcelario democratiza el dolor y pone en pausa las diferencias entre clases sociales. 

Tras intentar colarse en la fila, se da cuenta de que es una más y deberá lidiar con lo mismo que las otras: la incertidumbre, el maltrato de las revisiones, la burocracia de un sistema enfermo, el estigma social y la deshumanización con que son tratados presos y familiares. La película deja claro que quienes pagan condena no son solamente los privados de libertad, y que la carga de los cuidados y las visitas sigue recayendo en las mujeres, madres, esposas e hijas se enfrentan a esta cruda realidad mientras continúan con sus propias vidas fuera del mundo carcelario.

Andrea empieza a formar comunidad con las otras mujeres que allí esperan y batallan contra la burocracia y la injusticia de un sistema carcelario violento e inhumano. Esta amistad femenina y apoyo serán las bases de su lucha por probar la inocencia de Gustavo, tras una fuerte metamorfosis.

El giro narrativo más impactante es la inversión de la barbarie: aquel lugar inicialmente percibido como un mundo brutal termina siendo una comunidad más organizada, educada y compasiva que el entorno supuestamente "civilizado" que rodeaba a Andrea: cuando se reúne con sus amigas de toda la vida en medio de su calvario, ellas intentan "ayudarla" con una colecta de dinero, que Andrea no había pedido. Esta acción, que buscaba ser un gesto de cooperación, termina por humillarla.

La interpretación de Oreiro es impecable, quizá la mejor de su extensa carrera. Oscilando entre la exasperación de una madre al límite y la impotencia. Sus gestos, retratados en íntimos primeros planos, reflejan la desesperación y la indefensión al ser despojada de su capacidad materna fundamental. La historia podría haberse centrado en el sórdido mundillo carcelario, tantas veces visto en ficciones, pero Ávila decide acertadamente enfocarlo desde un lado más sensible; desde las consecuencias humanas de tener un familiar preso; no romantizando la cárcel y exhibiendo una profunda empatía hacia el dolor de los afectados.

La mujer de la fila. 105 minutos. En Netflix.