“Desparpajo cromático en la sede del constructivismo”, podría ser una definición amarillista del imprevisto cruce que se dio en Ciudad Vieja: la diseñadora española Ágatha Ruiz de la Prada llegó para inaugurar una exposición que resume cuatro décadas de trabajo. Si bien la retrospectiva de la madrileña nacida en 1960 tiene eje en sus atemporales aportes a la moda, la muestra presenta otras facetas. Sus vestidos y afiches, sus lunares, flores y corazones (que no suele utilizar sólo en estampados, sino en volumen), su trabajo para La bella durmiente, con el Ballet Nacional del Sodre, pueden verse hasta fines de marzo en el Museo Torres García.

De linaje de arquitectos y criada entre galerías de arte y la gran colección de arte contemporáneo de su padre, Ruiz de la Prada es, además de una aristócrata con una marca de fama internacional, alguien que cree que el color combate la depresión y el miedo que la gente tiene al cuerpo, que prepararse para una fiesta puede resultar más creativo y lúdico que la propia fiesta, y que recorrer el Museo del Prado, por ejemplo, puede ser la mejor terapia para superar un divorcio.

“Al final, pues yo he hecho tantas cosas, por ejemplo, cuadernos, mochilas, perfumes, bolígrafos, calcetines... He hecho millones de cosas que me imagino que muchos de los que estáis aquí habéis tenido algo mío, un traje de niña o unos pendientes de Ágatha, unas sábanas, unas toallas, un tapabocas” dijo, en un acelerado racconto de su carrera, en la víspera del vernissage, durante una conferencia en el Centro Cultural de España.

Recordó la primera vez que estuvo en Uruguay. Con su consabida verborragia, la diseñadora narró los contrastes que iba descubriendo en esta parte del mundo, desde el chofer que le asignaron y el asombro que le causó que en su auto desvencijado le respondiera “bárbaro”: “En España, cuando yo era pequeña ʻbárbaroʼ lo decía sólo la gente súper pija. O sea, mi madre, más pija que nadie. Y claro, que un taxista después de que ese coche que tenía y todo me dijera ʻbáaaarbaroʼ, pues ya, fue muy divertido”, explicó. Era su segunda vez en Sudamérica, hace un cuarto de siglo, en Punta del Este, para un desfile organizado por una marca de vodka, y por intermediación de una amiga local, María Inés Rodríguez, volvió periódicamente por distintos motivos, entre ellos, un desfile en el Club Uruguay, otro en la Plaza de Toros de Colonia y, lo que más atesora, el encargo de Julio Bocca para el ballet. En aquella ocasión, además, visitó la chacra del expresidente José Mujica, donde paseó en tractor.

La reseña del Museo Torres García sostiene que “pocos diseñadores resistirían una panorámica de 90 colecciones con una sensación de unidad en el estilo”. Al mismo tiempo, “desde los años 80, además de su trabajo como diseñadora y escultora textil, extiende su compromiso con la creación al campo del grafismo, donde destaca como sobresaliente ʻcartelistaʼ. Estos carteles ilustran la transposición gráfica del rico y extravagante universo de la estilista”.

A sus 65 años, Ruiz de la Prada se declara más activa que nunca –“estoy haciendo más o menos al año 74 desfiles, que es una salvajada”–, con una agenda que alterna presentaciones de sus libros (el último se llama Todo por un plan) y “diez exposiciones individuales y 40 colectivas”. Pero “cada exposición es como magia” que, como un traje a un cuerpo, se amolda a su sala. Nada podría suceder, aclara, si no hubiera creado su fundación, “que en el fondo es una manera elegante de llamar a los archivos”, o, como la tildan sus hijos, su “egoteca”, en la que se adelantó a preservar sus colecciones.

“Me ha quedado una educación pictórica y visual increíble. No sé cocinar, no soy deportista, no me gusta nada el fútbol, no me interesa, pero me gusta muchísimo el mundo del arte, me gusta mucho el arte bueno. Y distingo muchísimo cuando un artista es bueno y cuando un artista es malo”, observó. “Lo que tiene de impresionante Torres García es que hubiera tenido hoy 150 años y es tan moderno... ¿Cómo se puede ser tan moderno hace tanto tiempo?”.

Diálogos y montaje

A impulso de la productora uruguaya María Inés Rodríguez, se concretó esta exposición que reúne 40 atuendos, 30 bocetos y 30 afiches enviados desde España, junto a diez trajes del vestuario de La bella durmiente, pertenecientes al acervo del Ballet del Sodre, diseñado por la artista y ejecutado en Uruguay. El diseño original fue delineado por la Fundación Ágatha Ruiz de la Prada, que envió planos e indicaciones para la disposición general de las piezas en las salas del Museo Torres García. En los distintos niveles del edificio conviven piezas de Agatha Ruiz de la Prada con obras y objetos del propio Joaquín Torres García, abriendo un diálogo inesperado entre los dos universos.

El montaje supuso un trabajo de gran complejidad técnica y de coordinación, que tuvo que articular en tiempos ajustados dos grandes equipos: por un lado, las tareas del grupo de montaje de atuendos, a cargo de la productora y del colectivo Arquitectas del Uruguay (con su proyecto Atlas Colectivo, que enfoca creadoras y arquitectas del país de FADU-Udelar), y, por otro lado, el Museo Torres García, responsable del armado de plataformas, iluminación, gráfica y colocación de afiches y bocetos. Un equipo interdisciplinario integrado por estudiantes y egresadas de diseño industrial, arquitectura y especialistas en costura se ocupó de la apertura, revisión, conservación y colocación de los atuendos, mientras que el museo concretó la puesta técnica y gráfica.

Ágatha en retrospectiva, 40 años. En el Museo Torres García (Sarandí 683). Todos los días de 10.00 a 18.00. $100.