Look Up, de Ringo Starr

“The future never comes / and the past has passed” (“el futuro nunca viene / y el pasado ya pasó”), canta sir Richard Starkey, mejor conocido como Ringo Starr, en “Look Up”, la canción que da nombre a su nuevo disco, nada menos que el número 21 de su carrera solista y el que rompe con más de cinco años de sequía de larga duración (luego de What’s My Name, de 2019). Al exbaterista de The Beatles el futuro se le vino hace rato, porque ya tiene 84 años, pero al igual que su colega Paul McCartney -los únicos que siguen en pie del cuarteto de Liverpool- ha mantenido una carrera musical coherente y constante.

El nuevo álbum de Ringo es básicamente de música country, y cuando el estilo no es explícito -con brillosas guitarras folk y el clásico slide de guitarra eléctrica-, lo exuda en el pulso rítmico; todo está bien cuidado por una producción moderna, con la batería como protagonista en la mezcla -faltaba más-, bien seca y contundente. Pero el futuro no parece haber llegado a la gola de Ringo: si bien tiene algún filtro de efecto estándar en su voz, es por una razón artística, porque su timbre sigue siendo casi el mismo que está guardado en la memoria cultural del universo, en canciones como “Octopus’s Garden”, por ejemplo, la última que grabó con The Beatles, para Abbey Road (1969).

El disco cuenta con varios invitados que secundan a Ringo en las voces; en su mayoría, muchísimo más jóvenes que él (podrían ser sus nietos), como la cantante Molly Tuttle, que le pasa un paño de calidez justamente a “Look Up”, una canción dueña del típico optimismo beatle de Starr/McCartney (John Lennon era más oscuro). La frase citada al principio se supera con el mantra “live to fight another day, / good things are gonna come your way” (“viví para pelear otro día, / te van a llegar cosas buenas”).

“Breathless”, la que abre el disco, se erige de primera como una de las mejores, sobre todo por su vivaz empuje rítmico y los trazos melódicos que, aunque sea de refilón, evocan a The Beatles. También encontramos baladas como “Time On My Hands”, de esas tiernas que a esta gente siempre le salieron tan bien, con los punteos de slide moviéndose por la canción como un lamento.

Hay cosas más puramente country como “Come Back”, con su arrastre de guitarras que enseguida nos ponen en un porche de alguna casa sureña de Estados Unidos en pleno atardecer, con silbido y coros angelicales incluidos, en otro punto alto del álbum. La más densa es “Rosetta”, de guitarra distorsionada y llevada blusera, y con un solo sucio, como corresponde. El final queda para la canción “Thankful”, en la que Ringo agradece bastante, a un amor, a sus fans, escuchas, excompañeros de banda o vaya a saber a quiénes, pero por algo cierra el disco. ¿Será la despedida?

Foto del artículo 'Nuevos discos de Ringo Starr, Franz Ferdinand y Rose Gray'

The Human Fear, de Franz Ferdinand

La banda Franz Ferdinand, oriunda de Glasgow (Escocia), que hace pocas semanas anduvo otra vez de visita en Montevideo, con su mezcla de indie, garaje, dance y alguna que otra cosa más redondeada por el rock, no sacaba un disco desde hace siete años, y ahora se despachó con The Human Fear, su sexto álbum en sus poco más de 20 años de existencia.

A esta altura ya tienen un sonido bastante personal, por eso apenas suena “Audacious”, la que abre el disco, sabemos de qué va la movida, con ese riff de guitarra eléctrica ridículamente circular pero bien bailable, y la distorsión garajera y sucia pero controlada. El estribillo, con el cambio de tempo, más lento, melódico y bien pop, pone todo en su lugar. Alex Kapranos, el vocalista y guitarrista, se calza un traje de crooner trasnochado y se desliza suave y aterciopelado por los versos de “Everydaydreamer”; y la cosa se acelera, casi con pulso rutero, en “The Doctor”, con una introducción de reminiscencias synthpop.

“Hooked” nos deja enganchados por el insistente y denso riff seudoelectrónico, en una de las canciones más discotequeras del álbum. “Night Or Day”, con su piano inquieto, su ritmo entrecortado y sus cambios de dinámica se transforma en una de las más disfrutables del disco y también en una de las más bailables -escucharla y comprobar si movemos la piernita con el ritmo es una buena prueba de signos vitales-. “Tell Me I Should Stay” parece sacada de otro álbum, con una larga introducción de piano que va construyendo un in crescendo misterioso para luego transformarse en otra canción, llena de recovecos rítmicos.

Cuando suena el riff de “Cats” es imposible no pensar en “Take Me Out”, aquel primer hit de la banda, y el asunto se pone extraño con el ritmo “Black Eyelashes”, que al primer golpe de oído parece una danza balcánica. Cuando el disco empieza a terminar nos topamos con “Bar Lonely”, su pegadizo coro “pa pa pa” y la letra, que navega por los clásicos ríos de soledad, bares y oscuridad, intrínsecos al imaginario colectivo de la música popular escocesa. El cierre, con “The Birds”, tiene unas chispeantes guitarras rítmicas con un rápido jugueteo que dejan un rico sabor en el oído.

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Louder, Please, de Rose Gray

Aunque cambien los formatos para reproducir música, la tapa de los discos siguen dando pistas sobre lo que encontraremos “adentro”. Una muchacha en una playa, con aquellos clásicos walkman deportivos de dos colores -predomina el amarillo furioso-, dibuja un gesto en su cara que evidencia que está escuchando música al palo, y por algo el disco se llama Louder, Please (“más fuerte, por favor”). Es el álbum debut de la cantante y compositora inglesa Rose Gray, de 28 años, que había sacado algunos EP y ahora lanza su primer larga duración.

Su música se podría catalogar como un dance-pop sin vueltas -lo directo no sólo es la música, sino también las letras-, con bastantes ingredientes de estética retro, para bailar y no andar pensando demasiado en otra cosa que no sea moverse -no todo debe ser una oda a la revolución del proletariado-. Casi siempre con un beat rápido, para apurarse por la pista de baile, cargado con arreglos de teclados y sintetizadores que por momentos recuerdan a lo mejor de la música techno noventera y de los albores del 2000, con destellos de vibras vocales de Kylie Minogue. Una canción que encaja perfecto en ese esquema estético es “Tectonic”.

“Party People”, con su abrasiva bruma de sintetizadores, es una de las más pisteras del álbum y también desprende una estética sonora de principios de este siglo. Su letra dice tantas veces “party” que dan ganas de contarlas. “Angel Of Satisfaction” sigue la misma línea, aunque con más punch, volviéndola más adictiva. “Wet & Wild”, cuyo título ya lo dice todo, lanza un hedonismo electrónico que sería perfecto para musicalizar esos programas de televisión veraniegos que ya no existen, en los que se desparramaban imágenes de gente feliz en la playa, como la que aparece en la tapa de este disco.