Los sonidos de los tambores chico, repique y piano la acompañan desde el comienzo de su carrera solista. Suenan en el funk de “Milongong”, incluido en su álbum debut, Afrozen (2012), en el soul de “El surco de tu mano” y en la fusión jazzera de “Dombe”, que forman parte de Corazón diamante (2015), e –ineludiblemente– en su versión de “Mulata chancletera”, grabada junto a Chabela Ramírez para el disco Casa rodante (2016), de Nicolás Ibarburu. Sin embargo, no fue hasta el año pasado que pudo darse el gusto de lanzar un disco enteramente dedicado al ritmo que lleva en la sangre y de interpretar un repertorio en el que rinde homenaje a Pedro Ferreira, Hugo Fattoruso, Mariana Ingold, Jaime Roos y a su padre, Ruben Rada.
Candombe (2024), grabado en su mayoría en los estudios Bacque Recording de Nueva York, tendrá su presentación oficial en Montevideo el sábado 15 de marzo en la sala principal del teatro Solís, en la que la cantante estará acompañada por una banda integrada por Martín Ibarburu en batería, Nacho Mateu en bajo, Matías Rada en guitarra, Gustavo Montemurro y Manuel Contrera en teclados, Lucila Rada y Camila Ferrari en coros y Diego Paredes, Noe Núñez y Sergio Martínez en la cuerda de tambores. Además, participarán como invitados especiales Ruben Rada, Nahuel Penissi, Abril Olivera, Facundo Balta y Tabaré Cardozo, entre otros.
En medio de los preparativos del evento y de su pasajera estadía por Uruguay, Julieta Rada conversó con la diaria.
Ya hace un tiempo que te mudaste a Brooklyn, en Nueva York. ¿Te adaptaste a la vida allá?
Sí, al principio me costó. Antes de la pandemia estuve viviendo en Buenos Aires, que por ahí se parece un poco más, pero de todas maneras llegué a Nueva York con la mentalidad uruguaya. Para ir a pasear es precioso. Decís: “Es la mejor ciudad del mundo”, pero vivir ahí es otra cosa. Hay mucho movimiento, las distancias son grandes, los tiempos son diferentes. Entonces a veces se extraña esa cercanía montevideana a la que estoy acostumbrada. Digamos que me costó un año adaptarme.
¿Y qué encontraste que dirías que te gusta o te entusiasma?
Hago, más o menos, lo mismo que acá. Sigo cantando y haciendo mis actividades: mi clase de canto, mi curso de no sé qué, voy al gimnasio. Todo el último tiempo, en realidad, estuve trabajando mucho en el disco, que en cierta medida lo podía hacer desde casa.
Lo más interesante de Nueva York es que hay mucha gente de todos lados del mundo y todas las noches hay algo para hacer, ya sea una juntada con amigos o ir a ver un show de algo que está buenísimo o algo que no conocés, pero resulta que está bueno. Siempre te encontrás con alguien que te puede dar una mano y nunca sabés con quién te podés cruzar: un productor, un colega...
¿Qué show destacarías de los que fuiste a ver?
Sobre todo vi cosas de jazz, porque a mi novio [el baterista argentino Juan Chiavassa, productor del disco Candombe] le encanta el jazz. De las cosas que me gustan fui a ver a George Benson, que lo amo y lo vi de muy cerca y lo saludé y todo. Fue muy emocionante. Su actuación fue en un lugar un poco más chico que La Trastienda, pero más parecido a un teatro, que se llama Sony Hall.
Cuando llegaste a Brooklyn, ¿ya hablabas bien inglés?
Más o menos. O sea, de chica hablaba mucho más fluido, pero después dejé de practicar. Obviamente entiendo todo, pero a veces me tranco un poco para charlar, también por la timidez mía.
¿Qué es lo que más extrañás de Uruguay?
Yo de acá extraño todo. Obviamente, a mi familia, a mis amigos y la comida, pero no sé qué es lo que extraño exactamente. No sé si te puedo decir algo en particular. Es como que extrañás todo, o la sensación de estar acá en tu casa.
Y en tu familia son muy unidos, ¿no?
Sí, igual aunque estoy lejos nos vemos y hablamos todos los días. Pero... qué sé yo. Sí, extraño, pero también estoy copada cuando estoy allá y no quiero venir. Es muy difícil estar en dos partes. Cuando estoy acá no quiero volver, y cuando estoy allá no quiero venir. Es como que siempre me cuesta moverme. No es fácil estar repartido en dos.
¿Te costó la decisión de irte?
No, la decisión fue muy impulsiva: “Me voy, chau”. Y me fui, pero no sé. Hace tiempo que tenía ganas de irme de Montevideo, o de Buenos Aires, cuando estaba allá. Tenía ganas de ir a probar suerte a otro lado. En un momento tenía previsto irme a España y después surgió esto de Nueva York.
Un disco dedicado al candombe era una idea que venías anunciando desde hace unos cuantos años.
Es que iba a ser mi tercer disco. Al final saqué antes Bosque (2019), pero sí, era un proyecto que tenía en mente hace tiempo.
¿Cómo elegiste las versiones incluidas en Candombe?
En realidad, me armé una playlist con candombes que me gustaban. Y después sabía que quería, por lo menos, grabar dos de mi papá. En todos mis discos grabé una canción suya. En este caso elegí “Botija de mi país” porque es de mis preferidas, y “Adiós a la rama” me parecía que estaba buena porque es un candombe lento. En un momento hubo otra canción de mi papá en la lista, que al final descarté porque no me sentía cómoda cantándola. Hay algunas de él que son muy difíciles de cantar y van para abajo, para arriba, o son muy personajes, muy raras, muy difíciles de interpretar. Fue un poco así con todas las canciones: probar con cuáles me sentía mejor o les podía aportar algo.
“Llamando” [de Mariana Ingold] fue el motor del disco. La quería incluir en Corazón diamante, pero en ese momento tenía tantos temas que al final no la grabé, pero en un momento me dije: “Bueno, entonces voy a hacer un disco de candombe en el que esté ‘Llamando’”.
¿Tomaste algunos discos o canciones de referencia para el sonido de Candombe?
En realidad, es como que cada canción tiene su mundo. El primer tema, “Biricunyamba” [de Pedro Ferreira], que de alguna manera es el más tradicional, fue el que quedó más fusión. Yo quería que fuera como funk de los 80, pero que también sonara a Miami Sound Machine. Quería que cada canción tuviera su mood.
“Adiós a la rama” es más baladesca y tiene una orquestación. “Consejo de Eros” [Claudio Martínez] está medio R&B, pop latino. “Botija de mi país” es medio jazz, pero también tiene tintes de tango, con un bandoneón y un violín. Está la de Hugo [Fattoruso], “Se abre el portón”, que es súper R&B, pero fusionado con candombe; esa es una de las mezclas que más me gustan del disco. Y después está “El tambor” [Jaime Roos], que es la única que está producida por Juan Campodónico, y se nota que tiene el sello de él, con sonidos electrónicos.
“Llamando” la hicimos más lenta, después como que va creciendo y al final tiene sonidos más modernos, que terminan empastando con la del tambor.
¿Cómo te considerás como bailarina de candombe?
Puedo bailar, pero no me considero bailarina de candombe.
¿Nunca saliste en las Llamadas?
No, nunca.
¿Es un pendiente?
No sé. Cuando era chica mi sueño era salir en las Llamadas, pero mi madre no me dejaba, no sé por qué. Y después quedó ahí, como que nunca más le pregunté. Pasó el momento.
Foto: Mara Quintero
Sin dejar de lado tu historia familiar, un disco enteramente dedicado al candombe es como una declaración: “Yo soy parte de esto”.
Sí, obviamente. Siempre hice cosas con el candombe, pero nunca me metí tan de lleno porque sentí la necesidad de explorar otras cosas. Tengo un referente muy cercano que es mi padre, que es un ícono de ese género. Entonces, era un espacio que sentía que le correspondía más a mi papá o que estaba ahí y en algún momento sabía que lo iba a abordar, quizás con otra madurez. Y el momento es ahora; hice este disco y estoy recopada, pero qué sé yo, mi próximo disco puede ser un volumen dos de Candombe o nada que ver.
Es como que siempre tengo ganas de hacer cosas distintas. Creo que eso también lo heredé de mi padre, que le gusta hacer un disco de rock, un disco de pop, un disco de no sé qué, y, de todas formas, siempre es él.
Tenés un apellido muy pesado para la historia de la música uruguaya. ¿Tu relación con esa condición fue cambiando a lo largo de tu carrera?
Sí, fue cambiando. Cuando recién empecé había una crítica un poco exacerbada de la gente sobre lo que yo hacía. Viste que acá en Uruguay no está bien visto ser hijo de alguien conocido, el nepotismo y todo eso. Entonces tuve que pagar cierto derecho de piso en mis primeros años. Después siento que eso se fue.
También es cierto que me fui de acá. Es un poco triste, pero es real: te vas de Uruguay, te llaman artistas como Fito Páez, Ciro Martínez o los Illya Kuryaki, como me pasó a mí, y recién ahí te empiezan a respetar, pero estando acá a veces no te dan bola. Te prestan atención con el tiempo, y yo creo que ya superé esa etapa de evaluación. Ahora siento que la gente me respeta por lo que hago.
¿Qué artistas uruguayos admirás?
Mi papá, el uno. Y muchos: los Fattoruso, todos, Martín Buscaglia. Cuando era chica amaba ir a ver a La Celeste todos los domingos, donde estaban Urbano [Moraes], [Gustavo] Montemurro y los mellizos Ibarburu. Fui fan de todos los proyectos de ellos, como Pepe González, Sankuokai y otras bandas misteriosas que han tenido y que no trascendieron. Soy muy fanática de Eduardo Mateo, me gusta El Príncipe.
Mariana Ingold marcó mi infancia, la amo. Fue mi primera maestra de piano. Me acuerdo de que cuando llegué de México, en 1995, prendía la tele y ponían todo el tiempo “Adiviná” y “Llamando” juntas. Para mí era un flash ver esas dos canciones. La primera vez que me subí a un escenario fue con Mariana Ingold, en un coro de niños.
Después de esta generación, me gustan mucho Facundo Balta, mis amigas Melani Luraschi y Camila Ferrari. También recomiendo a otra amiga, que vive en Argentina pero es uruguaya: María Rosa. Tiene un disco que se llama Abre María y está buenísimo.
¿Tu familia sigue siendo tan crítica contigo como siempre?
Siempre fuimos críticos entre nosotros, pero ahora no tanto. Cada uno hace la suya y después charlamos mucho y nos planteamos cosas que podrían salir mejor. Pero no, es como que no estamos tan pendientes de lo que hace el otro; somos una familia, pero a la vez cada uno hace la suya.
Tu pareja, Juan Chiavassa, fue el productor de tu último disco. ¿Cuán involucrado estaba en el candombe?
Él estudió en la universidad de Berklee, en Boston, y antes de que lo conociera ya era muy fan del candombe y conocía la música de papá. De hecho, cuando a mi padre le entregaron un premio en Berklee [Maestro de música latina, en 2015] por su trayectoria musical, él formaba parte de la banda que le hizo el homenaje. Además, se crio en Venado Tuerto: ahí llegó mucho el candombe porque su profe de batería, Quintino Cinalli, fue baterista de mi papá y grabó, por ejemplo, en el disco Terapia de murga (1991). Es como que la música uruguaya caló muy hondo por allá. De hecho, Leo Genovese [arreglador de Candombe] también es de Venado Tuerto. Es un pueblo chico donde todos los músicos se conocen y todos son fans de la música de mi papá, de Mateo y de Jaime Roos. Y entonces en Nueva York se dio que pudimos concretar ese deseo compartido de grabar un disco de candombe.
La última vez que hablamos contaste que estabas en una búsqueda esotérica.
Sí, cada año estoy en una de esas.
¿Y ahora en cuál estás?
Este año no estoy tan esotérica, pero sí hice unos cursos de tarot, meditación, control mental, como una data más así, astrológica. Igual ahora estoy más terrenal. Me gusta cómo cada año surge algo nuevo.
Además de la música, ¿tenés otra pasión, fanatismo?
Me gusta mucho el fútbol, soy de Peñarol. Me apasiona el deporte, me emociono con los deportistas. Miro tenis y lloro.
¿Llorás?
Sí, me ha pasado de emocionarme fuerte con partidos de Roger Federer. Siempre fui fan de Federer, de Serena Williams. Cuando [Juan Martín] del Potro ganó un Grand Slam, me acuerdo que lloré con mi abuelo argentino, de la emoción que tenía.
Me emociono con el esfuerzo de los deportistas. Lloré con el Mundial que ganó Argentina, lloro con la Copa América, lloro con todo. Mi novio es muy hincha de River Plate y ahora estoy mirando todo lo de River y me pongo mal. Lloré cuando Uruguay quedó afuera de la Copa América y me dio mucha bronca, pero cuando la ganó Argentina me emocioné.
¿Cómo te gustaría que siguiera tu carrera en la música?
Siento que estoy en un momento de crecimiento, tanto en lo personal como en la carrera. Creo que mis aspiraciones son bastante sencillas. No es que pretenda llenar estadios ni nada parecido. Me gustaría recorrer el mundo con mis canciones, tocar en teatros y que crezca mi proyecto musical. Pero no espero masividad, no deseo la fama excesiva. Me gusta el reconocimiento, pero no tanto la fama. Así que voy por un camino un poco más tranqui, pero seguro.
Julieta Rada presenta Candombe. Sábado 15 a las 21.00 en el teatro Solís. Entradas desde $ 600 a $ 1.200 en Tickantel.