El cuento fantasma de Jaime Gamboa y Wen Hsu Chen, ya lleva varios años desde su primera edición por la editorial Amanuense, radicada en Colonia del Sacramento. Más allá de que en estas páginas no estamos necesariamente atados a la agenda que imponen las novedades, en este caso volvemos a este libro –que alcanzó su cuarta edición en español, fue traducido al portugués, al inglés, al japonés, al coreano y al turco y ya había sido galardonado con el premio Cuatrogatos y el premio a la labor editorial en Bratislava– porque acaba de ser seleccionado como finalista en los británicos premios Carnegie por el trabajo de la ilustradora costarricense de raíces chinas. En palabras del director de la editorial, Rodolfo Bolaños, “estar nominados a un Carnegie ya es un premio en sí mismo: es un premio con mucha tradición y renombre, donde un libro latinoamericano es algo extraño”.

Realizada en papel recortado blanco, con la irrupción del color en formas de papel texturado –ya sea por estar arrugado o por superposición– de colores vivos que dialogan con la narración, la ilustración es de una delicadeza extrema y pone en juego desde el vamos al sentido de la vista, al exigirle con escenas en las que lo que ocurre se muestra con sutileza en el contraste que proveen las sombras y en la perspectiva que adquiere cada cuadro. La acción se ubica en una biblioteca y el protagonista es un cuento que nadie nunca leyó. El autor, el también costarricense Jaime Gamboa, cuenta en una entrevista que el cuento tiene un germen autobiográfico: “Nace de mi experiencia personal: de niño era bastante introvertido. Estamos llenos de maravillas todas las personas y a veces lo único que necesitamos es mirarnos en los ojos de otro. El descubrimiento interior viene a través del contacto con otros, y hay que estar abiertos a esa posibilidad. Esa es mi experiencia personal traducida en un relato”, comenta.

Las primeras páginas, en las que se presenta el asunto, muestran el contraste entre el blanco de los fondos y los colores que despliegan los cuentos –diversos, exuberantes, atractivos– que son leídos en la biblioteca. Ese contraste, en una narración que abreva de lo poético y apela a las imágenes y las comparaciones para dar cuenta de la vastedad y la maravilla de ese acervo, es también el que un cuento en particular, el que habita en un libro ubicado en un anaquel apartado, siente con respecto al resto. Ese cuento al que nadie había leído jamás deseaba ser como los otros, pero se ocultaba y repetía: “Soy un fantasma, nadie me ve”, con lo que se establece una tensión entre el deseo y el miedo, la ilusión por ser descubierto y el temor a decepcionar. La síntesis de esa situación se plantea de una manera concreta, sin ambages: “Lo cierto es que la gente siempre pasaba de largo, como si de verdad él no existiera”. “Esa es la sensación de muchos niños y niñas que, por la razón que sea, por motivos económicos o por marginación, están en una esquina pero es como si no existieran, como si no los vieran... La niñez que vive en las calles, por ejemplo. Hay tantas razones por las que los niños puedan sentirse o ser marginados...”, reflexiona Gamboa.

En la única doble página totalmente blanca –aparte de las guardas– se produce el punto de quiebre, antecedido por el adversativo: “Pero un día apareció una lectora diferente”. A continuación, El cuento fantasma se transforma en la historia de un encuentro: una niña entra a la biblioteca y comienza a recorrer con sus dedos los lomos de los libros, uno por uno, hasta encontrar, y elegir, al protagonista. De una manera extraordinariamente sensible y sencilla, esta situación singular plantea la necesidad del encuentro con el otro que descubra lo que cada quien tiene para dar, lo que tiene de maravilloso. Y lo hace haciendo gala de una meticulosa tensión narrativa en la que hay cierto suspenso y la información se va dando de a poco, paso a paso, siempre como consecuencia de lo que sucede entre la niña y el cuento.

El secreto de ese libro de páginas blancas, sin letras ni coloridas ilustraciones, lo iremos descubriendo mediado por ese vínculo que con él establece la pequeña lectora. Hay pistas, por supuesto, y a medida que ellos dialogan se van develando. Se pone en evidencia, también, que tenía que ser una niña ciega quien descubriera a este libro, porque está escrito en braile, “el lenguaje que se lee con la punta de los dedos”. Con una buena dosis de ternura y no exento de un humor sutil, piadoso, niña y cuento se descubren mutuamente, se acompañan. Y el libro, circular, termina con la misma afirmación con la que había empezado: “Ningún cuento es mejor que otros, solo son diferentes; como son distintos los plumajes de los pájaros, las caras de las personas o las incontables hojas del higuerón”. Ahora resignificada por la reciente revelación y acompañada por la página más colorida del libro, donde un reptil, un ave y un pez fulgurantes invaden el blanco, tiene un doble efecto de síntesis y de invitación a volver al inicio para, conociendo ahora el secreto del cuento fantasma, recorrer nuevamente esa biblioteca blanca y descubrirle sus detalles (incluso alguna inscripción en griego que oficia como clave).

El cuento fantasma, de Jaime Gamboa y Wen Hsu Chen. Amanuense, 2016. 36 páginas. $ 650.


Heroínas del cine

En el marco del mes de la mujer, el Centro Cultural de España (Rincón 629) propone un programa de cine familiar este sábado a las 15.00, con una serie de cortos que recogen las historias de niñas que lideran sus propias aventuras, seleccionadas por la distribuidora de cine enfocado en las infancias Pack Màgic. “Desde la curiosidad por entender todo lo que las rodea, nuestras protagonistas se embarcarán en viajes y trifulcas que las guiarán en la aventura de crecer. Este programa de cortometrajes pone en valor el punto de vista de las niñas, celebrando la voz propia y poniendo en el centro sus capacidades, autonomía e intereses”, señalan sobre el material seleccionado.

Se podrá ver A Fairy Film, de Martina Rogers (España, 2017); Matilda, de Irene Iborra y Eduard Puertas (España, 2018); El pequeño brote, de Chaïtane Conversar (Francia, 2015); La primavera siempre vuelve, de Alicia Núñez Puerto (España, 2021); Suzie en el jardín, de Lucie Sunková (República Checa, 2022); y El viento entre las cañas, de Nicolas Liguori y Arnaud Demuynck (Francia, Bélgica, Suiza, 2017).

El programa tiene una duración de 69 minutos. La entrada es libre hasta agotar aforo; a partir de las 14.15 se entrega un número a cada persona presente y se da sala diez minutos antes del comienzo de la función.