A las seis de la tarde, después de terminar su jornada laboral en el Complejo Magnolio, mete los ojos en su teléfono y busca en internet un modelo muy específico de radio portátil, con frecuencia AM, para mantener a salvo un hábito que se le ha vuelto esencial.
“Yo puedo pasar toda una noche tratando de sintonizar una emisora. Mantengo la costumbre de buscar en el dial”, dice Gastón Carbajal mientras toma un café en el amplio patio del multimedio y comparte, orgulloso de su hallazgo, un recorte de audio del programa nocturno La verdá que sí (CX 22 Universal), del que resalta la participación del comunicador cubano Yordan Martínez.
Esta tarde no lleva puesta una gorra de sol ni una camisa a cuadros pasada de moda, ni le cuelga de un brazo una bolsa de nailon para los mandados. Sin embargo, la mirada alerta y la oreja atenta con las que inventa a sus compañeros más jóvenes la razón de nuestra visita (“vienen a comprar un espacio”) coinciden con la astucia de su creación humorística más festejada.
A Waldemar lo había oído muchas veces en tandas de llamadas telefónicas sacadas al aire, las de oyentes, fanáticos de cuadros de fútbol, seguidores del periodista Sergio Gorzy y su programa Usted qué opina. Al suyo le agregó tanto el picante de sus vivencias de crianza en Punta de Rieles y de trabajo como mozo de parrilladas como lo aprendido en clases de teatro e improvisación.
La primera vez que lo encarnó fue en Locos por el fútbol, en la extinta AM Libre de la avenida Garibaldi. Su activa participación radial continúa en La mesa de los galanes (FM Del Sol), en la que, de lunes a viernes, lanza bocadillos de periferia cultural, juicios incorrectos con viejos valores y comidilla de la actualidad político-partidaria.
Este año, además, el popular personaje llegó al concurso de carnaval como cupletero de la murga La Nueva Milonga y volverá a acompañar a Diego González en la cuarta temporada de La aldea, recientemente estrenada en TV Ciudad: “Hace tres años que venimos operando para que la quetejedi llegara al gobierno. ¿Y saben qué? Nos salió mal. No nos dieron ningún cargo, nos recortaron una hora de programa y nos mandaron a las mismas viejas de siempre”, disparó en su segmento en la entrega inicial del late night uruguayo.
Con Waldemar improvisás mucho, pero también le escribís material.
Para la tele sí, trato de escribir cosas. No me gusta ir regalado. Aprovecho la herramienta de la improvisación y trato de agarrar todo lo que pasa en el aire.
A mí me viene al pelo que La aldea sea un programa con público. Sabés que siempre va a pasar algo, te agarrás de la característica de una persona o simplemente hay uno que se ríe más fuerte que el resto; todo eso me sirve, pero siempre preparo cosas.
Por ejemplo, ayer estuve hasta las once de la noche escribiendo un guion para un nuevo personaje, que, al mismo tiempo, sigue siendo Waldemar. Enseguida le mandé un mensaje al productor. Le dije: “Perdoná la hora...” y le conté el guion. La idea original se le ocurrió a Diego.
¿Cómo es ese personaje?
Es Waldemar, pero va a tener un álter ego, una especie de superhéroe, que es el ombudsman. ¿Te acordás de que acá hubo algo así? Tenía la tarea de resolver problemas de los vecinos. Suponete: “La del piso de arriba tiene un perro chico que hace ruido de madrugada”. No podés llamar a la Policía por eso. Se supone que este superhéroe lo puede resolver.
¿Qué formato usás? ¿Escribís chistes?
Escribo situaciones. Soy fanático del humor absurdo. Yo le digo “humor falopa”. ¿Viste The Office? No son chistes propiamente, son situaciones. Yo me muero con ese tipo de cosas.
Escribo situaciones que en mi cabeza son de una forma, con diálogos rapiditos, pero después la ejecución es otra cosa. Porque no hay actores todo el tiempo, no hay cortes, y porque tiene que salir o salir. Ahí entra la impro para adaptar la situación y darle para adelante.
¿Viste la versión inglesa y la estadounidense de la serie?
Y vi una versión australiana también. Me quedo con la estadounidense. El personaje de Steve Carell [Michael Scott, el jefe] en la primera temporada es igual al de Ricky Gervais [David Brent]: te genera vergüenza ajena, incomodidad. En la segunda los locos le dan una vuelta más de tuerca y ahí aparece la magia, porque hacen jugar al resto. El jefe es gracioso, pero no es el más gracioso. Una maravilla. Los mejores chistes y situaciones de esa serie los encontrás desde la segunda o tercera temporada para adelante.
Tu humor tiene mucho de repentista. ¿A quién saliste?
Te diría que en mi familia son todos bastante graciosos y ruidosos. Yo soy el menos gracioso y el más callado. Mi tío Eduardo, que es una parte fundamental de la familia, siempre está haciendo alguna bobada. Cuando hay que cantar un feliz cumpleaños es el que dice: “Ahora en chino”. Mi madre también, mi abuela también es bastante guasa.
Aunque, en realidad, creo que viene de la tele y de la radio que consumí. Yo soy de esa generación. Lo que saqué de la tele fueron personajes cortitos, como el cuidacoches que hacía Ricardo Espalter en Decalegrón. Se metía en la conversación de un boliche y Julio Frade le decía: “¿Sabe lo que es usted?”, y le enseñaba alguna palabra rebuscada. Era un personaje que no brillaba mucho. Los que hacía Pichu Straneo en Peligro: sin codificar no eran gigantes, casi que la nada misma. Yo traté de sacar eso: intervenir poco, pero con cosas efectivas.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Waldemar, además, tiene una esencia muy local.
Sí, claro. Uruguay está lleno de personajes como Waldemar. Antes otra gente como Juceca [Julio César Castro] también hizo humor con las cosas nuestras. Con Waldemar al principio contaba cosas de mi barrio, situaciones que tenía totalmente naturalizadas y que con el tiempo me di cuenta de que eran graciosas.
¿Cómo vivís esta vuelta de La aldea?
Está rara porque perdimos el teatro [en las anteriores temporadas el programa salió al aire desde el Centro Cultural Artesano y la sala Camacuá], pero está buena. Ahora salimos desde los estudios del canal.
Se da en medio de un recorte presupuestal de la Intendencia de Montevideo.
Sí, ese fue el argumento. La aldea es un programa caro de hacer. Vos pensá que necesita dos turnos de trabajadores: los que van temprano a armar todo y los que hacen la puesta al aire y el desarme. La intendencia tuvo un recorte de presupuesto en general, no sólo en el canal, y al programa le afectó porque los que quedaron sin trabajo fueron los jornaleros que hacían el armado y desarmado. Además, tenemos una hora menos y salimos de la dinámica de los teatros. Es la primera vez que trabajo en un estudio de televisión, y el lenguaje cambia.
De todas maneras, tienen platea.
Sí, el otro día, cuando arrancamos, teníamos 30 personas sentadas ahí. El público del programa es divino. Hay varios que de tantas veces que fueron ya sabemos quiénes son y qué historias tienen detrás. Hace poco falleció un veterano que vino a vernos en las primeras tres temporadas. Y cuando me enteré realmente me puse triste, porque el tipo iba solo, no jodía para nada y se reía un montón. Una vez me trajo un libro de chistes que compró en la feria. Eso también cambió.
Por otro lado, en esta nueva modalidad seguramente se parezca más a otros late nights, como algunos que hacen los españoles, con 30 o 40 personas sentadas.
¿Qué momentos de la historia del programa destacarías?
El cierre de la primera temporada en el Centro Artesano, en Peñarol, con la sala llena. Y después el día que fue Luis Orpi. Yo lo amo. Antes de subir me dijo: “Preguntame si sé hablar inglés” y después no sé qué otra cosa. Le tiré esos dos pies, arrancó como loco y empezó a hacer cualquier cosa. El año pasado, cuando salió la noticia de que en el hospital Maciel estaban implantando prótesis de pene, habíamos armado nuestra propia máquina de implantes. Esa noche también estuvo buena.
Waldemar está muy al tanto de la actualidad política y conoce a todos sus actores. ¿A vos te gusta la política?
Sí, pero es porque me gusta la radio. Escucho radio todo el día, leo los diarios. De mañana, si bien pico un poquito de deportes, la radio que más me gusta es la que habla de política. Todo lo que hago, hasta pensar, es con la radio prendida. Y me gustan las entrevistas a los políticos, me gusta la historia y trato de estar involucrado. No soy un militante ferviente, pero me gusta estar informado y saber quiénes son las personas que pueden influir en que estemos mejor o peor.
En una entrevista que diste a Montevideo Portal dijiste: “Si leés la historia de Uruguay, tenés que ser blanco”.
Sí, claro. Mi madre fue votante de los blancos por mucho tiempo. Creo que hasta...
¿Y qué tiene la historia de los blancos?
Históricamente los colorados eran los patricios, los doctores, los señoritos de ciudad que no veían lo que pasaba en el campo. Si bien la mayor parte de la población está en la ciudad, Uruguay es el campo y ahí está la gente que la pelea más. De ahí venían los blancos como Aparicio Saravia, que eran gauchos revoltosos. En sus inicios era un partido más progresista. Después, el resto del pensamiento y la ideología fue cambiando.
Para los uruguayos, los malos siempre fueron los poderosos y los grandotes, y los buenos, los débiles. Y los blancos siempre fueron los débiles. Son el partido que menos ganó, entonces vos decís: “¿Yo con quién empatizo?”, con el más bichicome, el que hace las lanzas con caña tacuara. Me llegó por ese lado. Después, si los voto o no, me lo guardo.
Este año saliste en una murga por primera vez. ¿Cómo era tu vínculo con el carnaval?
Mi vínculo fuerte con las cosas siempre arranca con la radio. Escuchaba, y escucho, todos los programas de carnaval. A [Néstor] Pallares, [Gustavo] Seijas, [Jorge] Natale, [Eduardo] Rigaud, Eloy Calvo, toda esa gente. Y también iba al tablado de mi barrio y el del barrio de mi padre.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Así que primero consumiste carnaval por la radio.
Sí, siempre me gustó la comidilla del concurso, el chucu chucu, conocer a todos los protagonistas. Después empecé a ir al Teatro de Verano. Me gusta la murga, pero también los parodistas.
¿Tuviste algún fanatismo?
Soy fan de Queso Magro. Me siento identificado con su estilo de humor. A mí hasta me da vergüenza decir cosas solemnes o ser solemne, incluso cuando tengo una conversación en serio con mi hijo, en un momento le tengo que tirar un chiste. Y Queso Magro tiene esa manera de comunicar su repertorio.
Con [Ariel] Pinocho Sosa tengo algo especial. Disfrutaba todo lo que hacía. Cuando Cachete [Enrique Espert] volvió a sacar a Los Saltimbanquis los fui a ver a la prueba de admisión y a las tres ruedas con mi camiseta de Danubio del 88.
¿Cómo es salir en una murga pesada como La Nueva Milonga?
Es un grupo de gente grande con muchas anécdotas y muchos recuerdos. Tiene toda esa presión de... Es un vestuario pesado, no es gente que coma granola.
Da la sensación de que hay algo de ese tipo de ambientes que a vos te atrae.
A mí me advirtieron cómo era. Yo me crie en la cantina de mi barrio, trabajé de mozo en el Mercado del Puerto, conozco el ambiente del fútbol. Me parecía que no podía ser muy distinto. Y ta, era el mismo comportamiento, el mismo lenguaje.
Cuando entré al grupo de la murga lo primero que hicieron fue insultarme y darme para atrás. Uno me dijo que si no lo hacía reír me iba a pasar la cara por un parrillero. Y yo no le conocía la cara a ese señor. Después me enteré. Es como cuando entrás a trabajar en una fábrica y te hacen una broma.
Tiene todas esas cosas que, si más o menos tenés un poco de calle, las agarrás al toque y lo disfrutás. Por ahí también tratás de no ser condescendiente con otras, porque mi vida va por otro lado.
¿Cómo es? Divino. Hay un mundo que la gente piensa que está muerto y está más vivo que nunca. Hay murguistas que tienen mucho para enseñar, te cuentan anécdotas que no podés creer, y creo que cuando se da la mezcla entre murguistas veteranos como estos y otros más jóvenes es cuando se logra mantener la esencia del carnaval.
Descubrí personajes del entorno de la murga que yo pensé que no existían más después de Italia 90. Gente con cadenas y anillos de oro y con vida nocturna, normalizando cosas que vos decís: “Esto no está bien”; viven su vida, andan con nosotros y, te guste o no, hacen que una murga pesada y grande cante como canta. Hay licencias que no se permiten: “Acá se canta fuerte y bien”. Escuché historias de dueños de murgas que se paraban detrás de cada murguista para comprobar si alguno andaba flojo. Entonces ninguno de esos murguistas va a cantar poquito.
Yo soy fan de Queso Magro porque me hacen reír mucho, pero me gusta que las murgas canten fuerte como las murgas de la Unión: los Patos Cabreros, Asaltantes, Saltimbanquis, La Nueva Milonga.
Yo vi a un compañero que se puso a llorar en la bajada de la primera rueda. Un tipo que hace 38 años que sale en carnaval. “Cantaste mil despedidas y te emocionás”, le dije, y me contestó: “La murga es eso. Te puede hacer reír o tener un mensaje, pero si no te hace emocionar, no funcionó”.
¿Cómo imaginás que puede seguir la vida de Waldemar?
Va a seguir en la cortita del barrio, en la cantina, en la feria. Adaptándose. Ahora es blanco, pero en una época repartió listas para [Daniel] García Pintos. Haciendo y contando cosas.
Y está bien así, no sé si la palabra sería “conforme”.
Está re bien porque es chuminga, con lo poquito que tiene ya se siente un crack.