En un capítulo anterior de la vida de Dani Umpi, el escritor, músico cantante y artista plástico es una de las figuras del conversatorio “Narrativa queer uruguaya” en la reciente Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Además, expone su muestra de collages Tarea de duendes en la galería Xippas de Punta del Este y marida su talento con el de Sylvia Meyer en la apertura del Festival Internacional de Teatro del Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), en Maldonado, con el espectáculo Casi Tacuarembó.

Esta tarde recorre las calles de Montevideo en un taxi, en medio de su agenda de notas promocionales, que incluye un sinfín de radios, canales de tevé, streamings y medios de prensa. El que se baja del auto, por su apariencia y la carga en sus hombros, podría ser un recién llegado a la capital, un mochilero de recorrida por el mundo o un delivery en medio de las tareas y el reacomodamiento rutinario del multiempleo. Son dos o tres las bolsas en las que lleva sus cosas, con la apariencia disímil de telas plásticas y nylon del que cobran en el supermercado y, tal vez, un resguardo más resistente de color negro, capaz de soportar sus viajes más largos.

Hablar con él resulta, como siempre, facilísimo y atrapante. El tema es lo de menos. “De Paula Abdul y Neneh Cherry tengo todos sus discos”, rescata de una revista Rolling Stone abierta sobre la mesa, tan vieja como una de las camperas deportivas que acostumbra a llevar encima.

Su nuevo disco, Bromance, grabado junto al argentino Julián Desbats, puede recordar a New Order y Kate Bush, aunque las postales sugeridas son sus típicas coloridas y eufóricas, inspiradas en los preparativos, las consecuencias o las acciones sucedidas en una fiesta nocturna y bailable, y si le preguntan él, “suena a electro-pop de los 2000”.

Antes de seguir viaje hacia otra parte, Dani Umpi conversó con la diaria.

En una entrevista en Canal 10 hablaste de las virtudes de Selva Pérez, una de las participantes uruguayas de Gran Hermano. ¿Estás siguiendo el programa?

Me parece un recontra personaje. Sobre todo, porque es muy uruguayo y porque a través de ella se entiende muy bien la idiosincrasia uruguaya. Además, tiene mucha formación actoral. Fue a Italia Fausta, donde estudió con Omar Varela. O sea, está muy vinculada al teatro uruguayo y se adaptó de maravilla a Gran Hermano. Siendo la más grande de todos los participantes de esta edición, es la única que entiende las plataformas actuales. No para de hacer memes, todo el tiempo está haciendo algo gracioso para que sea recortado, mientras que los otros, que son más chicos, están como atontados. Como que no captan eso que aparentemente tendría que estar más relacionado con una generación anterior. Ahí es que Selva les saca ventaja, y el tipo de humor que hace es muy uruguayo, con esa cosa de descansar al otro. Por eso en Argentina no se entiende tanto o resulta novedoso.

Yo nunca había seguido Gran Hermano, no me interesaba. A Selva la había conocido por intermedio de Carolina Viola, una amiga en común que tenemos, y cuando me enteré de que ella estaba participando empezamos a ver el programa con mi novio, Goro [Gocher, también músico y cantante] y nos pareció increíble, como si fuera todo totalmente nuevo. Ahora estamos en un momento de deslumbramiento con el formato. Por ejemplo, el otro día hicieron poner a los participantes contra un vidrio en poses fijas mientras Santiago del Moro [conductor del programa] entraba a la casa con una capucha y una linterna.

Y era como algo que decíamos: “¿Qué es esto?”. Es muy raro todo y en un punto muy siniestro. Es muy interesante y adictivo también.

En una nota que escribiste para Página 12 admitías que durante mucho tiempo renegaste de la cultura uruguaya y su música.

Sí, al final me terminé sintiendo mega uruguayo, súper uruguayo.

Y ahora, además, después de vivir muchos años en Buenos Aires, estás viviendo acá.

Sí, nos juntamos con Goro en la pandemia, somos de las parejas que empezaron a convivir en ese momento. Mientras yo estaba en Argentina, venía para acá bastante y me adaptaba a su mood, digamos. Siempre digo que él es un beach boy, porque está todo el tiempo yendo de un lado hacia otro. Vivió en El Pinar, en Neptunia y le encanta la playa. Después estuvimos en el balneario Buenos Aires, en José Ignacio, en Maldonado, hasta que al final nos quedamos ahí. Es algo nuevo que yo no tenía pensado para nada, y hace cinco años que estamos juntos.

¿Cómo te sentís en esta nueva etapa de afincamiento uruguayo?

En el sentido artístico me parece muy sorpresiva y disfrutable. En la época esa en la que yo renegaba de lo uruguayo, también era porque me sentía muy apartado. Ahora, en cambio, me siento muy integrado a todo. De hecho, estoy cantando más, toco con músicos de acá y ya es la segunda vez que voy a actuar en la Zavala Muniz, que era algo que en la primera etapa de mi carrera ni se me cruzaba por la cabeza.

A la vez, siento que artísticamente estoy aceptando que tengo mucha influencia de artistas locales, sobre todo de Tacuarembó, porque siempre fui muy desarraigado, y sentía que no continuaba ciertas tradiciones, pero después, con el tiempo, cuando uno puede mirar para atrás, se da cuenta de que el camino que hizo es muy parecido al que recorrieron otros artistas de Tacuarembó.

Hablando de artistas uruguayos, dijiste hace poco que algún día te gustaría cantar con Fernando Cabrera.

Es verdad, lo dije. Yo soy fan, pero no creo que yo le interese a Fernando Cabrera. A mí me gusta mucho su música, y creo que de los artistas de acá es el que más me gusta. Fue algo que se me ocurrió en un momento, pero me parecería muy raro que se dé. No creo.

No lo veo tan imposible.

Capaz que ahora no tanto. Por eso de lo que hablamos antes. En ese sentido creo que también ha cambiado mucho la visión sobre mí y sobre mi obra. Entonces, ahora puede ser que le interese a él como le interesa a otra gente que cuando yo era más chico no le interesaba lo que yo hacía.

¿Qué lugar ocupa en tu mundo Sylvia Meyer? Grabaste una versión de “El amor como razón del fin del mundo” que aparece en el disco Un desánimo nada triste. Club de fans: Sylvia Meyer (2022).

Venimos de hacer un espectáculo juntos, Casi Tacuarembó, y lo vamos a volver a hacer el año que viene. Eso fue para la inauguración del Festival Internacional de Teatro MACA, que se hizo en la Fundación Pablo Atchugarry, en Maldonado, y salió buenísimo.

Pero vos ya eras muy fan de ella.

Sí, yo siempre fui fan de ella. Tenía sus casetes copiados y un fanatismo bastante particular, inculcado por Samantha Navarro.

¿Eran medio compinches, no?

Sí, porque éramos fans de Tori Amos. Y ella fue la que me mostró y me grabó los casetes de Sylvia Meyer, todos juntos. Fue un impacto muy grande en su momento, que sería, no sé, los 90. Fue previo a que ella sacara el disco Darnauchans (1995). Ese lo compré ni bien salió a la venta.

¿Sos de los que hablan con Sylvia?

Sí, hablamos por Whatsapp, pero yo qué sé, a nuestros tiempos. Hay una cosa que no puedo identificar todavía, pero tenemos algo en común. No me doy cuenta si es el temperamento o el humor. Porque recién nos estamos conociendo con el espectáculo que hicimos juntos, pero indudablemente hay algo. Cuando la miro, de inmediato siento una conexión, pero todavía no la puedo identificar.

Foto del artículo 'La educación de Dani Umpi: entre Madame Blavatsky, Fernando Cabrera y Selva de Gran Hermano'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Me puse a buscar en tu repertorio alguna canción que tuviera en su título la palabra “amor” y sólo encontré algunos acercamientos. ¿Qué significa para vos el amor?

El amor, así más de pareja, es muy impredecible porque depende de la persona con la que te enamores, y cada persona es distinta, cada vínculo es distinto. Nunca sabés cuánto va a durar ni cómo definirlo. Es algo misterioso.

En cualquier caso, sos de los que creen que existe algo como el amor.

Sí, claro. Siempre me he puesto en situación de amor. Pero, por ejemplo, con mi última pareja, con Goro, sí, puedo decir que tengo una relación romántica. Antes sólo había tenido relaciones arrománticas. O sea, mis vínculos anteriores no fueron románticos, digamos. No sé si está bien decirlo, pero sí. Pero también disfruté un montón eso.

Encontré tu libro El vestido de mamá incluido entre los materiales recomendados para brindar educación sexual integral, tanto en Uruguay como en Argentina. ¿Qué te hace sentir que un cuento tuyo forme parte de un documento de educación formal, que haya alcanzado ese estatus?

Es un libro que hicimos con Rodrigo Moraes, que es el ilustrador, y que salió por Criatura editora en 2011. Lo que pasó fue muy inesperado y todavía lo estoy evaluando, porque el año pasado también ocurrió un episodio en el que [el ahora diputado Gustavo] Salle quiso romper el libro en un streaming [Hacemos lo que podemos, del canal Undertake Media) e incluso amenazó con quemarlo.

Fue muy interesante. Al principio con mis amigos nos pasábamos ese video y nos reíamos, pero después me quedé pensando un montón en eso, porque en otro momento la rotura de un libro en un medio hubiera sido un escándalo, y esta vez no pasó nada. Entonces es como que está muy difícil la cuestión de los límites. Nunca me había pasado algo así.

Al mismo tiempo pasan otras cosas buenísimas con ese libro, como las ilustraciones de los niños que me mandan las maestras, o las varias veces que ya lo he presentado en ferias del libro, o que tenga su traducción al portugués.

Es de los primeros libros en los que, de alguna manera, se habla de género, de diversidad o algo así, porque tampoco es tan explícito. Por eso queda raro cuando se lo tilda de woke, porque el protagonista es un niño que al final termina jugando a la pelota. Entonces no es un libro que intente hacer trans a los niños ni nada de eso.

Con el camino de ese libro pensaba que, de alguna manera, siempre hiciste cosas un poco desde un lugar marginal y, más allá de los cuestionamientos, de golpe terminás institucionalizado.

Es algo que suele ocurrir con los artistas. Yo me tomaba todo muy personal o sentía que era muy particular lo que me pasaba y lo que hacía, y después me di cuenta de que a muchos colegas les pasaba lo mismo. En un momento podés sentir que seguís ocupando el mismo lugar de siempre, como en los márgenes, y de repente estás en un lugar de legitimación más grande de lo que pensabas.

¿Te sentís cómodo en ese estado de legitimación?

Para mí fue una sorpresa, porque siempre fui muy resentido. Este es un lugar muy chiquito, yo los conozco a todos. Entonces me sorprende que gente que antes era muy mala onda, de repente, sea muy buena onda conmigo; eso me genera mucha desconfianza. De todas formas, lo tomo como una buena señal.

Venís a presentar un disco nuevo, Bromance. Cuando se juntaron con Julián Desbats a grabarlo, ¿qué sonido estaban buscando?

Fue re espontáneo el disco. Con Julián ya habíamos hecho varias cosas y además habíamos compartido escenario con nuestras bandas. Él toca en Los Rusos Hijo de Puta, en Yony Linyero. Es muy productivo. También me grabó cosas, y yo hice coros y letras para sus canciones, hasta que dijimos: “Vamos a hacer un disco juntos”. Fue un proceso largo, trabajamos los dos en las letras y las melodías, pero de forma híbrida, no como los traperos, que dividen las partes de una canción. Acá está más mezclado. Creo que logramos una fusión interesante, y fue muy enriquecedora para mí porque también me llevó a un lugar un poco más absurdo, de una electrónica más relajada, más graciosa y con algo que nos identifica muy bien a los dos.

¿Con qué lecturas estás?

De todo. Ahora fui a Tristán Narvaja y encontré un montón de cosas.

¿Estuviste en Ruben?

Sí, ahí me compro revistas para recortar.

¿Y qué encontraste en Tristán Narvaja?

Unos libros católicos de Perú, de las vírgenes y las rutas de Perú, por ejemplo. Eso me llamó la atención.

Vos tuviste una época de lecturas de ocultismo, ¿no?

De ocultismo no, pero siempre me interesaron cosas metafísicas, por ahí puede venir eso. El año pasado una amiga me prestó una saga de Madame Blavatsky que tiene como siete tomos. Ahí tenés, por ejemplo, Isis sin velo, La voz del silencio y La doctrina secreta. Yo había leído sólo uno de esos.

Siempre me interesó la antroposofía, tipo [Rudolf] Steiner, la teosofía. Todo ese tipo de temas que no necesariamente son ocultistas, o la cabalá. Siempre estoy leyendo algo, pero de una manera muy desorganizada, no como un adepto a nada, sino más bien como algo poético.

También me interesa todo lo que tenga que ver con las apreciaciones marianas. Tori Amos y Neil Gaiman fueron grandes impulsores de ese interés cuando yo era adolescente, cuando empecé a interesarme por todo lo arquetipal. Bueno, Aleister Crowley también, por eso parece ocultista, pero no porque sea adepto ni nada, digamos.

¿Te colgás con la onda de escritoras como Samantha Schweblin, que ahora está de moda?

Sí, la conozco a ella, compartimos una feria del libro en Perú. Hay uno de sus cuentos que me gusta mucho, “Pájaros en la boca”. Durante mucho tiempo fui como una persona de la tercera edad, con un silloncito, la lámpara arriba y una biblioteca de la que iba sacando cosas random para leer antes de dormir, sin ningún tipo de interés formativo ni melómano, más bien como que siempre fui leyendo cosas, así medio aleatorio, y eso como que me quedó.

¿Te acordás de lo último que escribiste? ¿Para una canción o para un cuento, el comienzo de una novela?

Yo escribo casi todos los días porque hago escritura automática. Tipo, me levanto, tomo mate y me pongo en la computadora y siempre estoy escribiendo un texto sin forma, digamos, hacia adelante. Y así tengo un montón de material, que recién ahora empecé a releer y a buscar una puntuación, no a corregirlos mucho, pero sí a que tengan alguna forma, pero nunca lo consideré un material importante. Es una práctica de escritura que siempre mantuve.

Después, sí, tengo cuentos, cosas que dejo, que retomo. Por ejemplo, ahora retomé un proyecto de novela larguísimo, que en un momento había abandonado. Ahora lo volví a leer y me pareció buenísimo. Entonces tengo que aprovechar que lo estoy viendo con ojos muy entusiastas y a ver si lo puedo terminar, o llevarlo a la estructura, que curiosamente es la idea inicial.

Eso es lo más loco como experiencia, porque siempre se dice que los textos tienen que reposar, pero yo nunca lo había hecho tanto tiempo. Y es la primera vez que agarro algo muy viejo y de lo que llegué a decir: “Esto es horrible”. Tampoco es que yo sea un escritor que escribe un libro por año o que me plantee una carrera.

¿Se puede saber de qué va esa novela?

Es todo absurdo, como fantasioso. Es de arcángeles, cosas así. Tiene mucha referencia alquímica y muchos guiños, pero es más como de lo dionisíaco o medio mitológico, pero más complejo, raro. La estructura es rara.

Yo vengo de escribir novelas, dentro de todo, con una estructura clásica. Incluso cuando escribí Miss Tacuarembó, que fue mi segunda novela, primero imaginé toda la estructura, los capítulos, de lo que iba a hablar en cada capítulo, y después recién me puse a escribir. O sea que fue muy pensado. Después empecé a hacer cosas más espontáneas, y lo que me está pasando con esta novela es distinto, porque ya le saqué dos cuentos, entonces a veces pienso que son cuentos que están unidos y me preocupa que eso no se entienda.

¿El relato es en primera persona?

Sí, son un montón de primeras personas. Entonces ese sería el desafío, porque a veces hablan muy parecido.

Dani Umpi presenta Bromance. Sábado a las 20.30 en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Entradas a $ 750 en Tickantel.