A la vez que iniciaba su carrera como actriz de la Comedia Nacional, vestida como una campesina de Molière, a otras horas se convertía en el terror de las madres protectoras. Su voz virtuosa y su furioso poder seductor se conjugaban en la desubicada La Tabaré Riverock Banda de los años 90, que insistía con un sonido discordante y una actitud de desprecio por las buenas costumbres, hija de un tiempo que parecía haber terminado.
Durante los treinta y pico de años que vinieron después, la cantante fue ante todo una dedicada actriz de la Comedia Nacional, la histórica institución escénica, comprometida –como hasta el día de hoy– con la puntualidad rigurosa en su próximo ensayo teatral. “Unos minutos antes de las tres me tendría que ir para llegar a tiempo”, recuerda, con afable firmeza, antes de arrancar la entrevista.
Ahora mismo, Alejandra Wolff ensaya una versión de Las brujas de Salem y justo antes protagonizó con gran éxito Dulce pájaro de juventud, en la cúspide de una lista que incluye su participación en 60 obras teatrales. Sin embargo, su estreno más urgente la ubica nuevamente en su rol más conocido para el público rockero montevideano: acaba de estrenar su disco solista Pez del cielo (Bizarro, 2025), elaborado con textos y músicas propias, guitarras que recuerdan a The Rolling Stones e historias de su universo personal que ven la luz por primera vez.
Antes de la presentación oficial de estas canciones, la artista conversó con la diaria.
Escribiste y compusiste las letras y la música de Pez del cielo. El disco arranca hablando de un despertar. ¿Con qué tiene que ver?
Este es un disco muy personal. Antes ya había escrito las letras de un proyecto que compartimos con Gabriel Brickman [que editó el álbum Primer ángel en 2016], pero acá también me encargué de la música.
El despertar viene a cuento de un viaje. Es una metáfora, esta tortuga que se despierta, que es un huevito debajo de la arena que tiene que hacer todo ese proceso de salir y atravesar un montón de dificultades para llegar al agua antes de que se la coma una gaviota. Parecido a como nos pasa a los humanos: nacemos en la ignorancia. Todo es nuevo. Nos dan este cuerpo como traje y con esto vamos a descubrir el mundo. Se trata de disfrutar la aventura de la vida, de buscarla y aprender en el camino.
¿Los textos de estas canciones los escribiste especialmente para el disco o los fuiste acumulando durante mucho tiempo?
La idea del disco se fue dando de a poco. Dos de las canciones de Pez son viejas y les volví a dar forma, y el resto es nuevo. Mi primera aspiración era lograr una continuidad en la tarea de escribir canciones. Era algo que no lograba hacer. Eso se me destrancó cuando empecé a hacer un taller de creación de canciones en Bienestar Estudiantil de la Udelar, con Damián González Moreira y Mario Paz como docentes. Ahí empecé, como jugando, a crear.
Escribir siempre me gustó, no sólo para comunicar sino como una forma catártica, pero en ese espacio descubrí que además podía componer música para mis propios textos o para textos de otros compañeros o para textos que ellos proponían con juegos y ejercicios. Cuando lo empecé a lograr, también empecé a pensar que entonces era posible hacer un disco.
Después pasó que tenía un montón de canciones. Con el estímulo del taller se me despertó la creatividad y fue como que se abrió una puerta dimensional. Las cosas que mostraba tenían buen feedback de los docentes y a partir de ahí empecé a pensar en la idea de una maqueta. Quería transformar mis canciones en algo más completo, darles otra forma.
Entonces hablé con Pablo Soñora, que es un amigo, un músico increíble, y fue el productor musical del disco. Le dije: “Yo quiero hacer estos temas, encontrarles una forma hasta que pueda sentir que son míos”. Y Pablo me dijo: “Vení, vamos a hacerlo juntos”. Le mostré las canciones y le encantaron. Había cosas que estaban más terminadas y otras en las que él colaboró mucho con los arreglos, y así fue como empezamos a buscar los músicos para este proyecto.
Pero fue todo con un poco de inconsciencia de mi parte, con mucho miedo también: por algo me tomó tanto tiempo hacerlo. Siempre me parecía que no me alcanzaba con lo que tenía.
Quién lo hubiera dicho, con toda la experiencia que ya tenías cantando arriba de un escenario.
Soy de esas que van para adelante, pero con un miedo bárbaro. Entonces, con este disco me pasaba que siempre estaba pensando que no cantaba bien, o que no tocaba bien, o que no componía bien. Una cosa es cantar y otra cosa es componer música. Además, todo lo que hacía me parecía que ya lo había hecho alguien. Me acuerdo de comentar en el taller: “Esto ya lo hizo Silvio Rodríguez”. Dudaba mucho de mí. Hasta que razoné que hay un momento de la vida que tiene que ver con la madurez y que no podía seguir esperando. Pensé: “¿Cuánto tiempo más me voy a seguir cuestionando a mí misma?”. Tuve que saltar eso y decir: “Yo voy con el susto que tenga, voy contra lo que venga”.
Foto: Alessandro Maradei
Se nota que es un disco muy tuyo en el que están reflejados tus intereses artísticos. ¿Cómo surge la canción “Asterión”?
Está basada en el cuento de Jorge Luis Borges “La casa de Asterión”, que habla del famoso mito del Minotauro. Asterión es un monstruo encerrado en un laberinto. En el cuento de Borges, habla de sí mismo en primera persona y lo hace desde un lugar en el que no se percibe ni monstruo ni encerrado en un laberinto. Él no tiene noción de su naturaleza. Entonces tiene una cosa horrible y monstruosa, pero a la vez es como un niño. Es un cuento que conozco desde hace muchos años y que siempre me llamó la atención, me emociona mucho. Siento muchísima empatía y me da mucha tristeza el Minotauro.
Escribir para tu propio disco solista tiene la ventaja de que te podés dar todos los gustos que quieras.
Sí, claro. Hago lo que quiero y lo que sale. Una de las cosas que he intentado, y que tengo como bandera para todas las cosas que hago, incluido el teatro, es tratar de ser lo más honesta posible, y no es fácil. Me gusta mucho la música y me gustan muchas personas que escriben muy bien, pero lo que a mí me sale es esto. Este disco es mi carta de presentación. Podría ser mejor, peor, pero es lo que me pasa ahora. Si logro hacer otro disco, escribiré otras cosas.
El espíritu del disco es de rock and roll.
Sí, es un disco de rock. Los arreglos de Gonzalo de Lizarza, el guitarrista, que son la columna vertebral del disco, le dieron un vuelo rockero que era lo que queríamos. Es el terreno en el que me siento más cómoda. Después tiene una parte más lírica, que es mía. Los textos también son líricos.
Los textos tienen mucho misticismo. Aparece no sólo Asterión, sino también otros seres míticos o figuras inspiradas en las constelaciones.
Sí, eso también tiene que ver con mi contacto con la naturaleza. Igual que con la escritura, desde chiquita tengo un viaje con la naturaleza. Mi mamá era bioquímica, salíamos a mirar las estrellas y me enseñaba las constelaciones. Teníamos una casa afuera, en Sauce, y yo me pasaba toda la tarde mirando lo que hacían las hormigas, cómo se llevaban el cadáver de un cascarudo, cómo lo partían en pedacitos y lo metían dentro del hormiguero. Todo eso me apasiona. Si no fuera actriz o cantante, sería bióloga. Me saca el aliento: las plantas, las piedras, todo.
De tu padre, Federico Wolff Arlt, actor y director de teatro, heredaste la profesión.
Y de mi mamá, toda esa otra parte de la naturaleza. Yo creo que a través de la naturaleza me conecto mucho con algo que me expande, algo superior, misterioso. A pesar de que ahora todos estamos separados en esta realidad, en realidad funcionamos como el micelio de los hongos: unidos en una red invisible. Es decir, somos parte de un mismo reino.
¿Qué encontrás en esas vivencias y conocimientos?
Mi conexión con la naturaleza me saca de la oscuridad que tienen algunas cosas de la vida. Ahí está mi intención de elevación, porque no es que yo soy elevada ni nada parecido. Estoy en la búsqueda de la luz, digamos. Y mi camino hacia la luz, o lo que a mí me conecta con algo que me reconforta, me da fuerza y un eje de vida, es la naturaleza. Por eso creo que el disco habla tanto de esa temática.
Antes de La Tabaré, ¿cómo llegaste al rock?
Durante mi niñez la música estuvo siempre en mi casa. Siempre canté. Me grababa y me escuchaba. A los nueve años descubrí a los Beatles y me transformé en enferma del grupo. Coleccionaba sus vinilos. Después, un poquito más grande, descubrí a Queen y me hice fan hasta el día de hoy. Sigue siendo una de las bandas emblemáticas que me han marcado la vida. Después, Led Zeppelin y todo el rock inglés me partieron la cabeza. Y más entrada en la adolescencia, por supuesto, descubrí La Tabaré.
Así que eras fan antes de entrar a la banda.
Claro. A Tabaré lo conocí acá enfrente [en el teatro Solís]. Yo estaba becada en la Comedia por la EMAD [Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático Margarita Xirgu]. Tenía veinte y pocos años. Tabaré estaba como actor contratado. Estábamos haciendo una obra de Molière que se llamaba George Dandin, dirigida por el Bebe Cerminara. Y ahí nos conocimos, actuando. Tuvimos tremenda onda. Ahí también estaba Andrea Davidovics, que era una de las protagonistas de la obra, y se generó una cosa muy copada entre nosotros.
Tabaré estaba grabando Placeres del sado-musiquismo (1992). Se peleó con Raquel Blatt [cantante del grupo] –o Raquel se peleó con él, no sabemos– y la cuestión es que tenía todo el disco grabado y le faltaban las voces femeninas. Y ahí vinimos Andrea y yo. Nos propuso a las dos compartir el disco, grabarlo, y así fue. Después Andrea sintió que ya había cerrado su ciclo en la banda, pero yo no. Entonces, después de grabar ese disco, le dije: “Yo estoy libre, no sé, si precisan una voz, me quedo”. En ese momento yo hacía coros con La Chancha Francisca. Y bueno, así entré en La Tabaré y fue un antes y un después en mi vida. Hasta el día de hoy sigo sintiendo que me marcó mucho. Tabaré, además, es un amigo de toda la vida.
Muchos concuerdan en que Apunten... ¡fuego! (1994) es el mejor disco del grupo. ¿Qué recordás de esa grabación y de los años 90?
No me acuerdo de casi nada. Lo que sí te puedo decir es que disfrutábamos mucho. En ese momento nos juntábamos en la casa de los padres de Hernán [Rodríguez, guitarrista]. Era un lugar muy espacioso y ahí nos permitíamos estar más en un plan de creación que de ensayo. Era todo medio una locura. Así salieron, por ejemplo, “Retro cantata onírica Nº 115” y “Apuntes sobre los últimos días del siglo XX”, que dura como ocho minutos. O sea, era jugarse en lo musical y lo conceptual, y el compromiso de Tabaré con sus ideas y con su postura provocadora.
Fue una etapa difícil para el rock uruguayo, de no tantas bandas, en comparación con la escena de los 80, y La Tabaré era de las pocas que lograban destacarse. ¿Cómo recordás esos años?
Fueron unos años hermosos. Nos encantaba tocar. Era una época en que las cosas no sonaban tan bien como ahora. El sonido era medio de terror. Tuvimos grandes toques. Recuerdo uno en el boliche Amarillo. Sonó horrible, pero fue tremendo. Nadie escuchaba ni abajo ni arriba del escenario. También pasaba que, por momentos, la actitud quedaba por delante de lo conceptual y lo ideológico.
Foto: Alessandro Maradei
Y además el público de La Tabaré siempre fue muy particular.
Muy particular y muy bardero. En una época se había puesto complicado, porque si tocabas gratis rompían todo. Ahí Tabaré tuvo que hacer un mea culpa para ver cómo manejaba al público y lo que generaba la banda. Había que explicar: “Chiquilines, rompan todo no es literal”, y que tenía que ver con una ideología. Pero eso después cambió y la gente también maduró. Ahora La Tabaré sigue teniendo un público tremendo, súper diverso, y podés ir tranquilo a disfrutar y hacer pogo sin morir, sin que nadie rompa el lugar.
¿Te acordás de un toque en Salinas, como en 1994?
Yo no me acuerdo ni de qué comí ayer. A veces Tabaré me pregunta por tal o cual cosa y yo no tengo idea. Lo que sí te puedo decir es que me divertí y aprendí muchísimo y que lamenté haberme ido cuando nos peleamos con Tabaré, porque la verdad es que éramos muy amigos y tenemos una sinergia escénica muy buena, y sigo comulgando mucho La Tabáré. Amo la banda. Cada vez que me invitan a cantar con ellos, si puedo, estoy.
Es cierto que la Comedia Nacional me ha impedido desarrollar la carrera musical, aunque me ha dado todo lo otro, obvio, con lo que estoy agradecida forever.
Ahora mi idea es bajarme de la Comedia. Retirarme para dedicarme un poco a esta otra parte de mi vida que es la música. En un momento tuve que elegir quedarme con el teatro. La Comedia demanda mucho tiempo, energía y un compromiso muy grande con el elenco y con el equipo. Hay que estar siempre muy bien dispuesta.
Le dedicaste buena parte de tu vida.
Claro. Son etapas. Tuve a mi hija y llegó el momento de dedicarle tiempo a la familia. Y hay que tratar de disfrutar de la vida con cada una de las cosas que te pone por delante. Y ahora que todavía tengo ganas y energía, quiero desarrollar esta otra parte y ver qué pasa.
¿Qué significa el rock and roll para vos?
¡Qué pregunta difícil! Para mí siempre fue, mucho más allá de la música, una actitud de vida. Yo lo asocio, por ejemplo, con todo lo que tiene que ver con la energía, con ir para adelante y lo contestatario, con la búsqueda de la libertad y de la honestidad. Cuando salgo al escenario en el teatro, muchísimas veces pienso: “¡Esto es rock!”. O sea: “Acá te toca subir porque tenés que rockear”. El personaje tiene que rockear, y no tiene que ver con que haga música ni con lo que suene, ni con lo que cante, ni nada. Tiene que ver con la energía vital. Lo siento como un fuego que llevás encendido. Eso es el rock. Lo que te ubica para vivir la vida a full, con tus miedos, pero siendo igual.
Una canción del disco habla de alguien que vivió muchas vidas. ¿Vos sentís algo así?
Sin dudas. En esta que toca ahora y en otras vidas. Comulgo con la idea de la reencarnación. Creo que me he transformado a mí misma y he pasado por muchas etapas.
¿Cómo creés que seguirá la que estás encarando ahora con la música?
Con mucha alegría. Me encanta haber encontrado este camino y quiero seguir explorando el universo de la música. Siento que estoy suficientemente madura como para disfrutar mucho más de las cosas y plantarme desde otro lugar ante los desafíos, respetándome más a mí misma, queriéndome más.
Alejandra Wolff presenta Pez del cielo. Viernes 6 de junio a las 21.00 en la sala Camacuá (Camacuá 575). Entradas a $ 600 en Redtickets.