Cuando se anunció Andor, algunos años atrás, más de uno se rascó la cabeza, desconcertado. Hasta en una franquicia que parece determinada a exprimir hasta el límite incluso a personajes absolutamente derivativos, la idea de tener una serie que ampliara más sobre Cassian Andor, el rebelde que había interpretado Diego Luna en Rogue One y del que ya conocíamos su destino (muere heroicamente), era cuando menos curiosa.

Además, ni la participación de Andor en Rogue One era tan llamativa, ni nada de lo que allí se nos había mostrado daba a entender que había más tela para cortar. Recordemos que Rogue One, a su vez una precuela de Una nueva esperanza, cuenta la historia del grupo de rebeldes que se hacen con los planos de la Estrella de la Muerte.

Para colmo, Andor se anunciaba como una serie extensa: dos temporadas de 12 episodios de una hora de duración cada uno.

Había, con todo, leves motivos para el entusiasmo. Detrás de semejante idea estaba Tony Gilroy, que había trabajado de emergencia en Rogue One y, antes de eso, tenía una carrera brillante, pero desvinculada del universo de George Lucas.

Quizá por las bajas expectativas, el impacto fue fulminante. Andor era otra cosa, sin dejar de ser Star Wars. Era la historia de la Rebelión, sí, pero contada con un gran fundamento teórico e histórico. Por ejemplo, la segunda temporada, que acaba de terminar, juega en espejo con la historia de la resistencia francesa ante los nazis y además hace gala de un sobrecogedor y sorpresivo realismo.

Así que en una galaxia muy, muy lejana, donde coexisten seres mágicos con superpoderes y especies de lo más diversas, Andor cuenta la historia de la resistencia al Imperio, un movimiento que se genera con esfuerzo, dificultades e incertidumbre entre la gente de a pie. Sus protagonistas no tienen la Fuerza de su lado ni son extraordinarios pilotos, y de los sables de luz sólo han escuchado historias que parecen leyendas. Son personas comunes y corrientes que sienten el yugo del cada vez más autoritario régimen, políticos que van viendo desaparecer la república a la que pertenecen, pequeños grupos mal organizados y dispersos que comienzan a proponer cambios, a generar lucha, a pelear contra el opresor.

Como figura visible de todos ellos está Cassian Andor. En esta segunda temporada lo encontramos más convencido de que una rebelión es necesaria, pero bastante más quemado por los costos que implica. Seguirá perdiendo más y más a medida que la lucha se vuelva más franca y directa, pero también entenderá que hay una causa por la que luchar y por la que vale la pena morir.

La serie muestra la construcción de una rebelión de una manera realista, con personajes capaces de todo (crueldades incluidas) y la necesidad de vencer a un régimen siniestro usando no pocas veces sus mismas formas de actuar.

Esta segunda temporada mantiene el mismo nivel que la primera, aunque arranca algo más farragosa, entreverada y hasta conversada de más. Habrá que tenerle un poco de paciencia (estrictamente, hasta el episodio 4) para encontrar que todo sigue en su lugar y que volveremos a tener una narración excelente, emotiva, adulta y siempre tensa. No estamos ante el bien y mal tan clásico de Star Wars. No hay jedis contra siths, sino un ambiente en el que abundan los grises, las malas decisiones y las dudas, así como el valor y el coraje de pelear por un mundo mejor.

Con un puñado de personajes excelentes, un visual fabuloso y una producción que deslumbra (todo se ve bien de Star Wars, pero mucho más real y cercano que nunca), Andor se permite además –como suele hacer la mejor ciencia ficción– interpelarnos con temas de nuestro presente: los autoritarismos, la construcción de una falsa verdad y la importancia de un gobierno por y para sus ciudadanos. El mensaje es claro y directo, y habla mucho más de nuestra actualidad que de cualquier galaxia lejana.

Andor, segunda y última temporada. 12 capítulos de una hora. En Disney+.