Luego de unos años de incertidumbre, porque entre su última temporada y esta que nos ocupa hoy Netflix desactivó casi por completo su departamento de animación y el showrunner Tim Miller se fue a Amazon a realizar Secret Level, tenemos finalmente la cuarta entrega de Love, Death & Robots.

La serie, creada por Miller, pero con apoyo permanente del prestigioso director David Fincher (ya volveremos a él), acumula con esta última tanda la friolera de 45 episodios, entre ellos varios que califican simplemente como obras maestras. Sin pedirle mucho a la memoria: “Suits” de Gabriele Pennacchioli y Franck Balson; “Zima Blue” de Pennacchioli junto a Robert Valley y “The Secret War” de Pennacchioli e István Zorkóczy, en la primera temporada; “Ice” de Jennifer Yuh Nelson y Valley en la segunda, y, en la tercera temporada, “Bad Travelling”, con el debut en animación de David Fincher, y, acaso el más reconocido de toda la serie, “Jíbaro” de Jerome Denjean, el español Alberto Mielgo y Yuh Nelson. Es una serie, en resumen, siempre interesante, siempre entretenida sin importar algunos tropezones. Una construcción en la que el todo es más que la suma de sus partes.

Esto quizás nos permita obviar que estamos ante la entrega más dispareja de la serie hasta el momento. Porque entre los diez nuevos episodios tenemos por primera vez algunos capítulos francamente malos, y en cuanto a destaque, tan sólo uno, quizá dos. Puede deberse a un agotamiento general del concepto o simplemente a que ha dejado de importar puesto que la premisa “Amor, muerte y robots” –supuestamente, había al menos uno de esos aspectos en cada cortometraje– ya ni siquiera es tomada en cuenta.

Así, el inicio de la temporada está en manos de Fincher, quien hace su segunda experiencia como director de animación con un videoclip sobre la canción “Don’t Stop” de los Red Hot Chili Peppers, a los que reproduce junto a su público cual si fueran marionetas. Sin importar cuanto le guste a uno la banda, la canción o el resultado de la animación, es un completo sinsentido que nada tiene que ver con lo que era la serie hasta el momento. Parece un capricho de uno de sus factótums, un golpe duro del que hay que levantarse rápido y, para ello, la serie retoma una de las “sagas” internas –la de los relatos compuestos en miniaturas– para contar un entretenido caso de invasión extraterrestre en “Close Encounters of the Mini Kind” que, sin ser brillante, ayuda.

De allí vamos al interesante “Spider Rose”, bien cienciaficcionero, pero algo frío para mi gusto debido a la animación hiperrealista. Luego, uno de los puntos altos de esta temporada: “400 Boys”, donde The Warriors se da la mano con la distopía más brutal e imaginativa (y le permite a Robert Valley replicar el estilo de animación que siempre le resulta, tal como hizo en “Zima Valley” e “Ice”, quien se conforma como el mejor de los directores en la serie).

Un gato que conquista el mundo humano en “The Other Large Thing” mantiene el interés, pero bruscamente tenemos otro incomprensible tropezón con el único episodio no animado de esta temporada: “Golgotha” –a pesar de contar con un gran protagónico a cargo de Rhys Darby– es otra tontería sin pies ni cabeza (y no será la última). Es seguido por el correcto “The Screaming of the Tyrannosaur” (otro de animación hiperrealista).

Saltamos entonces al único que puede calificar de obra maestra en esta temporada: “How Zeke Got Religion” del español Diego Porral (los ibéricos se lucen en esta serie). Tenemos ese combo tan maravilloso de lo bélico versus lo sobrenatural: un bombardero B17 trata de destruir una base nazi en la Segunda Guerra Mundial antes de que estos convoquen a un ángel caído. El resultado –15 maravillosos minutos a los que no les sobra ni les falta nada– es algo increíble y la primera razón para ponerse al día con la serie toda (buscar este capítulo por separado vale también).

Los últimos episodios de la tanda se complementan con “Smart Appliances, Stupid Owners”, otro episodio bastante malo, y el divertido “For He Can Creep”, con gatos que enfrentan nada menos que a Satanás por el alma de un poeta.

Así, con los muy buenos y los correctos logrando compensar a los francamente flojos, Love, Death & Robots entrega su temporada más dubitativa. No cabe duda de que el concepto, el formato –una serie de cortometrajes animados variados que giran sobre mismas temáticas siempre funciona– y el aporte puntual de diferentes realizadores hacen que valga la pena y que deseemos que haya varias temporadas más. Lo dicho: la serie vale más que la suma de sus episodios.

Love, Death & Robots, temporada 4. Diez capítulos de entre cinco y 20 minutos. En Netflix.