Al dramaturgo Mathías Albarracín le quedó grabado el comentario que una vecina les hizo a su padre y a él, cuando era niño, cierta vez que los vio sesteando bajo el tilo de su jardín: aquel árbol podía provocarles un sueño profundo. Ese fue el puntapie de Tilo, un espectáculo onírico, y por tanto, difícil de poner en palabras, que coescribió junto con Mariano Solarich.

“No había una dramaturgia ya planteada, pero sí había una idea, un acopio de insumos, desde memorias personales hasta referencias al universo de David Lynch, que se le compartió al elenco, y a partir de eso empezamos a gestar la creación en escena, con estímulos, con algunas escenas”, relata el también director.

Recogieron lo que iba saliendo de la investigación práctica del grupo, el proceso junto con la compañía Trashumancia, lo redactaron y después empezaron a montar la obra, que vinculan al surrealismo, ya que “todo pasa en la cabeza de una persona que está soñando”, esto es, las escenas son los sueños de un personaje, Sigma (todos llevan letras del alfabeto griego por nombre). “Y en ese sueño hay un árbol de tilo, que es un portal hacia los laberintos del subconsciente, si se quiere, y nos planteamos esa pregunta de cuánto de lo que soñás sos vos realmente”, explica Albarracín.

Entre ese trance y la vida “lúcida” está la disyuntiva. “Por ahí transita la obra, que juega mucho con lo absurdo, con lo morboso, con lo macabro; va de un plano más oscuro a un plano más luminoso, un plano más melancólico, porque en el mundo de los sueños todo es posible”, agrega.

Con esa libertad que les daba el argumento, van ingresando personajes simbólicos. “Son más productos de la acción y de la escena misma, de lo que va surgiendo, y al espectador lo vamos ayudando, porque es un mundo bastante complejo, no es una dramaturgia lineal”, dice el autor y director. “O sea, en los sueños hay una puerta y de repente apareciste mirando la tele y después de pronto vino tu madre con una torta de manzana. Bueno, ese también es el mundo de los sueños”, subraya. Al público, entonces, lo ayudan con distintos “mojones” que se suceden a lo largo de la obra: “Hay algunos enlaces que nos permiten ponernos de su lado, incluso hay momentos específicos en los que lo ayudamos a conectar un poco más. Pasa esto y lo otro y volvemos de nuevo a nuestro delirio”.

“Al final tenemos como una especie de ‘estudio del sueño’, que es el ateneo del sueño, donde rompemos la cuarta pared -ya estoy espoileando-, donde ponemos de manifiesto el mundo onírico y todo lo que pasa en la cabeza mientras soñamos. También invitamos a una reflexión: dormimos casi 23 años de nuestra vida. De ahí nos vamos a otro concepto, que tiene que ver con esto de la sociedad adormecida, en la que estamos muy expuestos a las redes sociales, a caminar hacia una dirección sola y no poder abrir un poco el espectro”, dice el director.

Foto del artículo 'Tilo: el mundo onírico que se va por las ramas'

Foto: Federico Otegui

Tilo cierra la trilogía, si se quiere, de creación de Trashumancia, que empezó con Conejos oscuros, una obra situada en la Isla de Flores, que fue un trampolín de los inmigrantes para llegar a Montevideo, que hicimos en un espacio no convencional, El Cibils, y al año siguiente prendimos de nuevo los motores con un monólogo, El actor, sobre alguien que está interpretando la escena de los sepultureros de Hamlet y en un momento le viene un vacío, ese bache famoso que nos pasa muchas veces, no sabe dónde está parado y este bache lo lleva al camarín, y la pieza es todo lo que le pasa en la cabeza y dónde nació el ser actor”.

Con Tilo, adelanta Albarracín, se puede establecer una conexión, incluso hay guiños de una obra con la otra. De lo que vaya sucediendo ante sus ojos, como un sueño, “el público se va a poder quedar con una historia, con la que ellos decidan quedarse. Eso también es lo lindo y es lo atrapante de los sueños”, dice, “que a veces nos quedamos con lo que pudimos quedarnos”.

Tilo. Jueves y viernes de junio y julio a las 21.00 en la sala Atahualpa de El Galpón . Entradas $ 660 en Redtickets. 2 x 1 para la diaria.


Pirandello unipersonal

Con la argentina Miriam Odorico en escena, dirigida y escrita por Giampaolo Samá, la versión teatral de la novela Uno, ninguno y cien mil, de Luigi Pirandello, regresa a Montevideo este fin de semana. La adaptación, que al juego de identidades suma un cambio de género para el intérprete, se titula simplemente Una, y dejó la mejor de las impresiones en su anterior y única visita, en 2022. Para Pirandello, ganador del premio Nobel de Literatura, un dramaturgo vanguardista que dio Seis personajes en busca de autor, el libro detrás de esta pieza era “una novela de descomposición de la personalidad”. En los vaivenes de su pensamiento, en la observación minuciosa de gestos, en la recreación de escenas, Odorico logra transmitir mil voces para hablar de las máscaras sociales, de la libertad y de la locura.

La cita es este sábado a las 21.00 en el teatro Stella. Entradas a la venta en RedTickets a $ 900 y $ 1.100.

Logia y cumpleaños

El miércoles habrá una función especial de Masones eran los de antes, con Diego Bello, Freddy González, Mario Carrero y Gabriel Quirici, en El Galpón, organizada por la Fundación Vivian Trías, en el marco de su 30º aniversario. Comienza a las 21.00 y las entradas están en venta en Redtickets.

Maternidad a prueba

Danna Liberman fue nominada al Premio Florencio 2022 como actriz de unipersonal por un espectáculo originado en un hecho desgarrador, pero que ella incorporó con una energía impensable. La muerte de su pequeño hijo Uriel inspiró a la actriz, docente y directora a construir Hanami, una obra que celebra la existencia. Como una demostración de resiliencia, a través de diferentes lenguajes artísticos, construye un homenaje personal, que regresa hoy por una única función, expandida, ya que esta vez es en la sala mayor del Auditorio Nacional del Sodre.

Con dirección de Jimena Márquez y Luz Viera, Hanami va este sábado a las 21.00 y las entradas se consiguen en Tickantel desde $ 800 a $ 1.100. 2 x 1 para la diaria.