Cuando me tocó hablar de la primera temporada de División Palermo, estrenada hace un par de años, mencioné que cada vez que se intentaba hacer una sitcom argentina se atravesaba por un montón de filtros locales en donde, tarde o temprano, Florencia Peña o Guillermo Francella (o ambos) terminaban tentados y mirando a cámara.

Está claro que el timing de una comedia de situación al estilo yanqui es un arte en sí mismo, pero las generaciones más jóvenes ya fueron criadas con suficiente material, incluso en su idioma original, como para animarse a crear productos que refieran directamente a aquellas que vieron por televisión, con ambientaciones y temáticas locales, por supuesto.

A eso apuntaba (y daba justo en el blanco) la serie pergeñada por Santiago Korovsky, que imaginaba una brigada paralela a la fuerza policial, con poca fuerza pero mucho gancho, ya que para conformar sus filas elegía personas pertenecientes a alguna minoría o grupo social discriminado. Ahí entraba el segundo apunte de la serie: se puede seguir haciendo humor que incluya a estas minorías. Solamente hay que ser inteligente y afilar el lápiz, en lugar de repetir chistes verdes o de Condorito.

La segunda temporada de División Palermo se hizo esperar, pero está siendo recibida con igual entusiasmo, ya que los lápices siguen teniendo una punta capaz de cortar el vidrio. Ahora hay que sumar un nuevo aspecto, o al menos un viraje humorístico, porque en esta segunda y última tanda de seis episodios el humor y el timing parecen haber dejado de alimentarse exclusivamente de la sitcom y abrevan del humor de ametralladora del trío formado por David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker, conocido como ZAZ.

No es que División Palermo se haya transformado en ¿Y dónde está el policía? (como se conoció en algunos países a La pistola desnuda, y como llegará traducida su secuela). Por favor, no esperen una catarata de gags simultáneos en planos diferentes de la acción, porque solamente los ganará la decepción, pero sí una apuesta aún mayor al remate absurdo, al personaje ridículo, con detalles que estiran el verosímil ya imposible de la primera hasta nuevos límites.

Alcanza con mencionar a la agente Arellano que interpreta Alejandra Flechner, que recuerda al personaje de Omar Shariff en Top secret, la mejor comedia cinematográfica de todos los tiempos y de la que por momentos parece que los guionistas se hubieran inspirado (de nuevo, intercalándola con la sitcom tradicional).

Vuelven los guardianes del orden más desordenados, con el mismísimo Korovsky a la cabeza, que es quien está más tiempo frente a cámara, aunque las mayores risas se las roben otros. Entre ellos, Daniel Hendler, a quien se lo ve incluso más cómodo en este pequeño giro hacia la ridiculez, o un Martín Garabal que (otra vez) la rompe en cada una de sus apariciones. Nadie falla, porque el guion permite que todas las minorías (actorales) se repartan parlamentos y chistes.

Todas las incorporaciones suman, como la de Martín Piroyansky como todo lo que Felipe (Korovsky) querría ser, o Juan Minujín en el papel de un empresario que podría estar involucrado en actividades non sanctas, o no. Las actividades de espionaje de Felipe tendrán sus derivaciones, mientras que el resto del elenco luchará contra estafadores y hasta contra la inteligencia artificial.

La trama es menos importante, y ahí me recuerda a cómo la tercera de La pistola desnuda en ocasiones solamente buscaba llegar de una escena reidera a la siguiente, y así pasaron a la historia escenas como la de la cárcel o la ceremonia completa de entrega de los Oscar. Quizás pierda en ese sentido, pero esta temporada hace reír tanto o más.

Un detalle que me resultó chocante desde el instante mismo en que le di play al resumen de la temporada anterior son las muertes alejadas de todo humor. Seguramente haya algún youtuber recopilando la cantidad de disparos en la cabeza que tiene la serie y que aparecen de modo sumamente gráfico. Un montón de gente muere en las comedias de ZAZ (como el guardia que cae de gran altura y se rompe en pedacitos), pero ninguno con tanta brutalidad. Será que me estoy poniendo viejo.

No se preocupen, que el balance es ampliamente positivo y las risas están aseguradas, siempre y cuando tengan un sentido del humor idéntico al mío. En caso contrario, véanla y después me cuentan.

División Palermo, segunda temporada. Seis episodios de 25 minutos. En Netflix.