Hay un tópico en las ficciones policiales, en particular dentro del subgénero crook story (historias de criminales), a la hora de presentar a sus personajes. Cuando el asunto trata de un “golpe” –suele tratarse de un robo–, se los presenta según la función que cumplirán. Así como tenemos al Cerebro, el arquitecto detrás del asunto, y al Músculo, que meterá mano si hay necesidad, está, entre otros, el Conductor.
Este personaje no sólo se encargará de llevar a los otros de aquí para allá, sino que deberá manejar en un momento específico y lograr poner distancia rápidamente del lugar del “trabajo”, no pocas veces dejando atrás a la policía o los perseguidores de turno.
A ese rol los gringos lo denominan wheelman, pero para el caso de Velocidad salvaje debería ser wheelwoman. Tiene antecedentes de destaque: desde la fundamental The Driver (Walter Hill, 1978), con un impasible Ryan O’Neill al volante, pasando por la casi remake Drive, con un igualmente impasible Ryan Gosling en el protagónico, a ejemplos acaso menores pero muy entretenidos como Wheelman (con el recio Frank Grillo) y el thriller Bring Him to Me (en la que Barry Pepper tiene un rol tan definido que se lo conoce solamente como “Conductor”). La figura del especialista, el experto al volante que logrará sortear una ruta difícil o escapar de la ley a través de varios estados, es una pieza fundamental del género y un personaje muy rico en sí mismo.
En Velocidad salvaje (ramplona traducción del original Eenie Meanie, que es un juego de palabras con el nombre de la protagonista) combinamos este formato con otro muy caro al de las películas de ladrones: el del último trabajo. Porque aquí nuestra heroína es Edie (una Samara Weaving simplemente magnífica), excriminal y expiloto de fugas que lleva un tiempo buscando rehacer su vida lejos de toda acción ilegal, con un trabajo fijo y estudiando cuando puede. Todo se le viene abajo cuando se entera de que está embarazada y de que el padre de la criatura es su desastroso exnovio Johnny, que para colmo está a punto de ser eliminado por un jefe mafioso (Andy Garcia). Como Edie tiene una relación complicada con Johnny y evidentemente no le cuadra que su hijo llegue al mundo sin padre, acepta el paradigmático último trabajo para salvarlo.
Desde ahí tenemos un estupendo balance entre comedia, acción y drama que se apoya por completo en el protagónico destacado de Weaving, quizá en su mejor actuación hasta ahora. Hay estupendas escenas de acción y el clásico esquema de las heist movies: preparación del robo, ejecución complicada, problemas inesperados y el giro final que nadie debería ver venir (yo no lo vi). Todo aderezado, claro, por escenas de persecución vertiginosa, maniobras imposibles al volante y la emoción de la velocidad y el peligro.
Weaving (sobrina del gran Hugo, por si se lo preguntaban) se basta y sobra, pero no precisa tanto porque la respalda de manera total un elenco estupendo. Puestos a buscar referencias más contemporáneas, podemos decir que Velocidad salvaje juega en espejo con Baby Driver, de Edgar Wright, que también tenía un piloto de fugas que buscaba dejar el oficio y tenía por delante un último trabajo. Pero allí donde aquella jugaba antes que nada a ser cool, aquí hay un neonoir que no teme ponerse trágico si la historia lo amerita, por lo que gana por varios cuerpos.
Velocidad salvaje. 96 minutos. En Disney+.