Puede ser cansador (y créanme que lo es) seguir repitiendo, a estas alturas de la campaña, que se ha destacado por ser “tímida”, “fría”, o “chata”. Estas caracterizaciones generales pueden referir a diversos aspectos de la campaña electoral: la carencia de liderazgos fuertes en disputa, la falta de movilización en las calles o localidades, la ausencia de propuestas que hayan dominado la agenda pública. Y una presencia de propuestas poco atractivas, que no ofrecen alternativas más que robustecer, profundizar y repetir medidas.

Los programas de gobierno se presentan como una síntesis de la visión del partido político sobre la situación del país, a partir de la cual se describen intenciones, planes y propuestas a desarrollar en caso de triunfar. En el contexto de la campaña electoral, estos documentos técnicos se traducen en ideas fuerza difundidas a través de diversos formatos de comunicación (spots publicitarios, discursos de los candidatos, entre otros).

Esta campaña ha sido especialmente conservadora en materia propositiva: las ideas que han guiado el plan de gobierno de los distintos candidatos se orientan a “mejorar” programas ya existentes o institucionalidades ya creadas. En términos generales, el énfasis se ha concentrado en mejorar la atención y calidad de los servicios públicos (como en la salud o la educación), aumentar la presencia del Estado a través del control y la represión policial, o del reforzamiento de los programas en territorio, mejorar aspectos vinculados a la competitividad o la inserción laboral. Además de la disputa por representar un gobierno de honestidad, en la propuesta a futuro del candidato de la oposición, y en la continuidad de la actual gestión en el caso del oficialismo.

Las acciones estratégicas de las campañas de los distintos partidos políticos han ido en el mismo sentido: enaltecer la honestidad no sólo como un valor en sí, sino como una promesa de campaña; y no alterar la campaña con propuestas o ideas desafiantes, que propongan algo distinto.

Vacío de campaña

La definición de las campañas electorales de orientar sus estrategias hacia un electorado más bien moderado, desinteresado o alejado de la política, y con poca expectativa de cambio, tiene asidero en algunos datos de las encuestas de opinión pública, que han trazado que esta campaña electoral cuenta con indecisos de edades más jóvenes, principalmente mujeres, que residen en mayor medida en el interior del país. Además de ser personas que mayoritariamente han votado a la actual coalición de gobierno, que cuenta con saldos positivos en las evaluaciones hacia su gestión y la del presidente.1

Con relación a las perspectivas de la población uruguaya, la consulta de la encuestadora Cifra sobre las valoraciones de un cambio en el próximo gobierno muestra que la amplia mayoría refiere a la necesidad de hacer ajustes (algunos ajustes el 37% y muchos el 33%), mientras que una de cada cinco personas señala que es necesario cambiar el rumbo. Entre los indecisos, Cifra establece que más de la mitad (55%) quiere “muchos ajustes” o “un cambio de rumbo”.2

Más allá de estas valoraciones sobre la necesidad de cambios, existen bajas expectativas sobre la posibilidad de que estos ocurran, cualquiera sea el resultado electoral. Estas bajas expectativas alimentan una sensación de desesperanza en la ciudadanía sobre la capacidad del sistema político de cambiar su situación personal o la realidad del país. Las estrategias electorales han dado lugar a esta sensación de que no existe una propuesta que pueda romper con esta mirada. La noción de una cierta continuidad está presente en la ciudadanía y, en cierta medida, la manifiestan sus candidatos.

En este sentido, la campaña del Partido Nacional tuvo desde el inicio el desafío oficialista de promover ideas de cambio estando al frente del gobierno del oficialismo, de ofrecer nuevas propuestas estando en el gobierno, sobre todo de la mano de un candidato de particular cercanía y confianza del actual presidente. El segundo piso de transformaciones se orientó a difundir, de la mano de la figura de la vicepresidenta, una imagen de mayor sensibilidad social, apelando a profundizar medidas de apoyo hacia algunos sectores desfavorecidos.

La responsabilidad no es sólo triunfar, sino también invitarnos a construir alternativas. Las campañas siempre generan riesgos.

Andrés Ojeda, el presidenciable colorado, ha presentado su candidatura como innovadora y rupturista, no sólo por sus superficiales y comentados spots publicitarios, o por ser una figura joven, de renovación, sino también por impulsar temas “nuevos” en la campaña electoral. Salud mental, bienestar animal y medioambiente han sido los principales eslóganes de su propuesta. Sin embargo, en ninguno de ellos el candidato ha planteado profundizar en cambios estructurales o significativos, así como proponer medidas sustantivas para su abordaje, sino señalar temas a ser priorizados.

El ejemplo más significativo en este punto (y que puede de algún modo resumir una de las motivaciones de esta columna) quedó a la vista en una reciente entrevista a Ojeda en el programa radial Doble click (99.5 FM), en la que ante la pregunta de la periodista Lucía Brocal sobre su postura respecto de la caza de animales, el candidato, presentado como defensor de los derechos de los animales, señaló que no se iba a manifestar, dado que sus propuestas se orientaban a “las cosas que amigablemente podemos solucionar sin pelearnos con nadie”.3 Si no hay que polemizar sobre propuestas en la campaña electoral, ¿entonces cuándo?

En la vereda de enfrente, la campaña opositora no ha promovido un discurso disruptivo. Sus prioridades de gobierno más difundidas se relacionan con la mejora de programas o propuestas ya implementadas en gobiernos anteriores del Frente Amplio (como la ampliación de becas o la apelación al PADO en materia de prevención policial). Además de orientar su campaña hacia normas morales, traducidas en uno de sus principales eslóganes de campaña, “que gobierne la honestidad”, haciendo énfasis en cualidades personales del candidato a la presidencia, Yamandú Orsi.

El camino de las utopías

No obstante, las campañas exitosas han marcado hitos en materia de propuestas. Han defendido ideas novedosas, o planteado temas que se imponen. En 2019, por ejemplo, con la intención del actual presidente de hacer reformas relevantes en materia de seguridad social y jubilaciones (llevada adelante en 2023), o la mención a la necesidad de llevar adelante importantes modificaciones en varios aspectos de política pública (lo que derivó en la ley de urgente consideración). O en la campaña de 2014, en la que la propuesta del Frente Amplio de crear un Sistema Nacional de Cuidados generó un debate público al respecto, además de introducir un tema necesario y postergado entre la ciudadanía.

La ausencia de ideas o propuestas fuertes, en detrimento de una campaña basada en personalismos y acusaciones individualizadas sobre posturas erróneas o malos resultados en la gestión, no ayuda a acercar a un electorado apático, sino que reafirma la postura de distancia hacia el sistema político y profundiza la sensación de que “son todos lo mismo”, en la medida en que el discurso no busca diferenciarse sino complementar, mejorar o atenuar lo ya existente.

La cercanía de gobiernos pasados no puede amedrentar la estrategia electoral de partidos que deben poder ofrecer alternativas de vida, la audacia de invitarnos a pensar otros mundos posibles. Nuestra sociedad tiene serios problemas de desigualdad, de violencias interpersonales y comunitarias, de discriminaciones cotidianas y estructurales hacia distintos sectores de la población. Problemas graves que se agudizan y requieren de la valentía de los partidos políticos en proponer soluciones integrales y profundas.

La responsabilidad no es sólo triunfar, sino también invitarnos a construir alternativas. Las campañas siempre generan riesgos. Propuestas que puedan ser impopulares, irreales o descabelladas pueden desestabilizar una campaña, generar una imagen opuesta a la deseada. Sin embargo, aquellas campañas que no arriesgan corren el mismo peligro: construir una imagen de rechazo generalizado hacia todo lo construido.

Tamara Samudio es politóloga.