La tangente es un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria para deslizarse por otros terrenos.
Café descafeinado, tostadas y huevo; un combo bastante completo de alimentos para la mañana suele ser el preferido de Carolina Cosse, a quien le gusta mucho desayunar. Pero un buen desayuno necesita su tiempo, algo que a Cosse no le sobra, porque como precandidata a presidenta por el Frente Amplio (FA) anda de acá para allá y de allá para un poco más allá. En plena campaña desayuna un solitario mate, con una yerba para nerviosos con anís. “Yo soy bastante disciplinada, entonces, ahora en campaña tengo como disciplina unos matecitos, después almorzar bien, tirar toda la tarde con eso, cenar temprano y listo”, cuenta.
Es un día de semana en el que la tarde recién empieza y Cosse ya hizo más que bastante –incluido el mate, que lo sigue tomando–. De mañana estuvo en una conferencia y en el rato libre que le quedó al mediodía aprovechó para ir al club a nadar, una actividad que hace todos los días que puede y a “cualquier hora”. Para elegir el estilo de nado no anda con vueltas: prefiere el clásico y directo crol. “Soy una persona súper normal”, acota.
Las frías coordenadas del mapa dicen que donde vive Cosse desde hace pocos años es el barrio Pocitos, pero su casa está ubicada en la zona donde se ve algo más de cielo porque se escapa de la maraña de edificios. El ambiente que se respira huele más a Cordón y las pocas cuadras que lo separan de ese barrio lo ratifican. La estufa está prendida y el calor invita a tomar alguno de los libros que Cosse tiene en su biblioteca, en donde se mezclan con portarretratos de fotos familiares, como algunas de sus dos hijos, un niño y una niña –hoy ya un hombre y una mujer–; pero si no sobra el tiempo como para el desayuno completo, al reloj de Cosse tampoco le alcanzan las horas para la lectura.
“Hace tiempo que no me siento a leer algo lindo. Ahí me aparté uno que tengo que releer”, dice, mientras con la vista enfoca un libro que está sobre una mesa como para ser agarrado a la pasada: Homero, Ilíada (2004), del italiano Alessandro Baricco. “Me está pasando que a veces agarro alguno de la biblioteca, me engancho, lo leo poco y después lo dejo”, acota. Comenta que suele leer novelas y que antes tenía predilección por la ciencia ficción. Los caminos del relato la llevan derecho a su infancia, porque cuando era niña a sus padres los “gastaba” de tanto pedirles que le contaran cuentos.
De adolescente leyó por primera vez la colección Las doradas manzanas del sol (1953), de Ray Bradbury, y en uno de los relatos se dio cuenta de que ya conocía el final. El déjà vu no fue obra de ninguna voltereta mística: le cayó la ficha de que cuando era niña sus padres tomaban relatos de ciencia ficción y se los transformaban en aquellos cuentos por los que tanto les clamaba. “Unos cracks los dos”, dice, mientras se dibuja una expresión de orgullo en su rostro.
La madre de la precandidata era Zulma Garrido, profesora de Historia, y falleció en 2022. Su padre, el actor y director de teatro Villanueva Cosse, que hoy ostenta 90 años, tiene una amplia y destacada trayectoria en Buenos Aires –también en cine y televisión–; por ejemplo, en 1975, en el país vecino supo dirigir la emblemática obra Esperando la carroza, del también uruguayo Jacobo Langsner. Cosse dice que para ella el oficio de su padre siempre fue natural, porque desde niña la llevaba al teatro. Recuerda que intentaba que viera obras para niños, pero un día la pequeña Carolina le dijo a su madre: “Me da vergüenza porque los actores hablan como niños”, y le respondió: “Si te da vergüenza a vos, es porque es mala”. “La primera obra para niños que me gustó fue porque los actores y actrices hablaban normal”, recuerda.
Cosse nació y se crio en Villa Española, en una casa sobre la calle Güemes, de la que recuerda el patio, el jardín y el zaguán, pero también un laurel –el árbol entero, con un tronco tamaño familiar–, el cedrón y un limonero, que veía a través de un ventanal. Todavía guarda en su mente la imagen de los limones y los azahares. Pero lo que más parece rememorar –por la sinfónica descripción que despliega– es una enredadera de caracol, que nunca volvió a encontrar, a la que le nacía una flor similar a un tirabuzón, que empezaba violeta y terminaba amarilla, los colores de lo que describe como una infancia “muy feliz”.
De lo que no guarda ni un color es de la separación de sus padres, porque ocurrió cuando tenía apenas diez meses de llegada a este mundo. “Eso capaz que me ayudó, no viví la separación. Ahora me doy cuenta de que eran unos cracks, porque seguían siendo amigos y salíamos juntos, en una época en la que para una mujer era un estigma estar divorciada, y mi padre siempre estuvo ahí”, recuerda, y pinta la escena de su papá conversando con su mamá sobre libros y películas como si fueran amigos, los domingos en los que don Villanueva las iba a visitar.
Cosse es hija única y dice que para ella “no fue fácil”, ya que, por ejemplo, cuando sus primos se iban de su casa, “lloraba a mares”. “Y mi madre siempre tuvo la disciplina de que, cuando había más chicos en mi casa, primas o primos lejanos, yo nunca tenía preferencia, sino al revés, medio como que quedaba para el final, y quizás eso me reventaba. Pero después jugaba mucho sola y tenía la barra de amigos del barrio”, cuenta.
De los 365 días que hay para nacer a Cosse justo le tocó el 25 de diciembre –de 1961–. “Pésimo negocio”, bromea. Así que en Navidad había doble festejo; era una festividad muy importante en su casa, porque su padre llegaba para pasarla con toda la familia, según recuerda:
–Yo adoraba la Nochebuena, los fuegos artificiales, la frutilla con chantilly y todo eso, que la casa estuviera abierta, hiciera calor y correr de acá para allá; era muy feliz. Y siempre había un regalo sorpresa. Mis padres eran humildes: mi padre era funcionario del Banco de Seguros y hacía teatro independiente –sin nada a cambio–, y mi mamá era profesora de secundaria. Mi padre quizás se gastaba todo lo que tenía para comprarme algún regalo porque era el regalo. Una bicicleta Graziella, italiana, era “fua”, la bicicleta, o un tocadiscos. Después, los Reyes ya venían más débiles...
No sólo números
¿Cuándo te empezó a gustar la matemática?
En la escuela. Mi mamá le tenía mucho miedo a la matemática y un poquito de eso me transmitió. Me quería tanto que tenía miedo de que yo tuviera el mismo miedo que ella; mirá cómo son las cosas... Entonces, en primero de escuela me iba muy bien en matemática y aun así yo tenía miedo, y la que me lo sacó fue mi maestra de segundo. Cuando practicaba escritura en casa, agarraba escuadras y reglas, jugaba con dibujos, con figuras geométricas, y alrededor de eso escribía cosas. No sé por qué hacía eso, pero jugaba.
¿Para vos siempre fue obvio que después ibas a seguir Ingeniería?
No tenía ni idea de lo que iba a hacer. Pero en mi familia siempre me dijeron: “Vas a ser lo que vos quieras”. Me acuerdo de que una vez, cuando tenía 11 años, una vecina me habló de carreras cortas que había para mujeres, me lo planteó dándome ánimo –no lo quiero desmerecer para nada, porque entiendo que es una vía de entrada al conocimiento–. De noche le comenté a mi mamá y le hice la retahíla de las carreras cortas. Mi madre, que de noche siempre estaba leyendo –una novela del Séptimo Círculo, seguramente–, cerró el libro, me miró y me dijo: “Vos tenés que hacer una carrera universitaria”, y se terminó la discusión.
¿Por qué elegiste Ingeniería?
Por la matemática, pero me fue llevando. No lo decidí de entrada, me fueron gustando muchas cosas.
¿Y por qué Ingeniería Eléctrica?
Porque es la que tiene más matemática.
En la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República hoy sigue habiendo más alumnos hombres que mujeres, y antes la diferencia era mayor, obviamente. ¿Cómo fue estudiar esa carrera siendo mujer, hace 40 años?
Las que habíamos llegado ahí ya estábamos medio con el cuchillo entre los dientes; no debería ser así. Lo que pasaba muy a menudo –y al principio no te dabas cuenta– es que en los grupos de estudio, cuando estabas en una mesa o ibas a la biblioteca a estudiar, de repente te decían “lo que vos tenés que entender...” y te empezaban a explicar algo. Después de que ya nos íbamos conociendo, todo eso iba desapareciendo, porque a mí se me ocurrían muchas soluciones, entonces, me fui abriendo respeto en mis grupos. Cuando hay tiempo, tenés un grupo y al principio te subestiman –aunque sea con cariño–, luego se va estableciendo la paridad; pero cuando no hay tiempo, a veces tenés que establecerla un poco de entrada... Eso no pasa sólo en Ingeniería, sino también en el mundo del trabajo, empresarial y profesional. Pasa muchísimo, y a veces se hace difícil cuando no tenés ese largo plazo. Por ejemplo, vas con otro compañero a reunirte con un cliente y el cliente le habla a tu compañero.
Como si la mujer fuera la ayudante del hombre o algo así.
Esas cosas pasan y es duro. Entonces, al final, las mujeres terminan un poco actuando así de entrada...
Al poco tiempo de empezar a estudiar Ingeniería tuviste a tus dos hijos, muy seguidos, a los 19 y 20 años. ¿Cómo fue ser madre tan joven y en esa época?
Era más difícil. Yo estaba muy feliz e hice facultad todo lo que pude, hasta que ya no podía más. Me acuerdo de que una vez me dije “vuelvo a casa en taxi”. Tenía que ir hasta Bulevar [Artigas] a tomar el taxi, pero ya no podía más y me tomé el 300 por dos cuadras, para llegar. Cuando tomé el ómnibus, ni le dio tiempo al guarda para cobrarme, me vio bajar y me dijo “no, así no, hay que caminar”. Mi hijo se movía en la barriga y de repente veía que había varios compañeros en el salón de actos mirando mi barriga, pero yo no me daba cuenta, porque estaba atendiendo la clase, mientras los otros miraban a mi hijo que se cambiaba de lugar.
¿Tu familia era muy política?
Mi tío, el hermano de mi mamá, estaba preso. Fue un golpe muy duro para mi familia, porque era de los que venían en Navidad, era el hijo mayor de mi abuela.
¿Dónde militaba?
En el [Movimiento de Liberación Nacional] MLN. A mi abuela la golpeó muchísimo, y con el peso de ir a los cuarteles cargaban mi mamá y la mujer de mi tío, iban juntas. Ahora tomarte un ómnibus para ir a Salto no es algo que puedas hacer todos los días, pero en esa época ir hasta el cuartel de Salto, en un lugar inhóspito en el que no te trataban como una familia, volver, dormir y al otro día ir a trabajar era un golpe importante para mi familia. Y mi padre en Argentina había conseguido el primer trabajo en el que le pagaban como actor, con Alfredo Alcón, haciendo Las brujas de Salem [de Arthur Miller] y le estaba yendo muy bien. Los compañeros de acá le dijeron “no vuelvas” y al poco tiempo lo prohibieron. Mi casa fue un hogar más que sufrió la dictadura.
Imagino que no ibas a visitar a tu padre a Argentina.
También estaba eso: no podía ir, porque no era tan fácil como ahora. Pasé dos años enteros sin ver a mi papá. Cuando cumplí 14 fui y luego empecé a tratar de ir en todas las vacaciones.
¿Hablabas por teléfono con él de vez en cuando?
Tampoco era tan fácil, porque era carísimo; hablábamos una vez por mes.
Viviste toda tu adolescencia y buena parte de tu juventud, una etapa crucial de la vida, en la dictadura. ¿Cómo fue?
Terrible, en todo sentido. Por ejemplo, siempre me gustó estudiar, y me pasaba que llegaba a primero, segundo y tercero de liceo y les embocaba a los últimos pocos buenos profesores que quedaban; cuando yo llegaba ya habían echado a un montón. En quinto Científico tuve una profesora de Química que no sabía absolutamente nada. Química no era una materia que me gustara especialmente, debo decirlo, pero era Química Orgánica, diferente a la que venía tratando, y había que saber. Cuando llegué a sexto tuve un profesor de Análisis Matemático que era un coronel retirado que no sabía absolutamente nada. Era el año previo a la facultad, entonces, con una amiga decidimos comprarnos un libraco, y así nomás, de cero, entrar a estudiar solas, sin ayuda. Por eso, cuando me hablan de los problemas de la educación: no hay duda de que hay coletazos de la dictadura en la educación y en nuestras vidas.
El hilo de la lucha
Después de tener a sus dos hijos, Cosse retomó la Facultad de Ingeniería y se reenganchó con la generación de 1983. Recuerda que mientras no fue a clases se dio el último embate de la dictadura, ya que el régimen cívico-militar se había llevado presos a estudiantes comunistas de varias facultades, incluida la que descansa detrás del estadio Luis Franzini. “Yo no los conocía, cuando volví me enteré de lo que había pasado; todo el mundo estaba con mucho miedo”, recuerda.
Fue por esa época, en los últimos tirones de la dictadura, que Cosse empezó a militar y se afilió a la Unión de la Juventud Comunista (UJC), pero no se lo contó a nadie. Un día, la joven Carolina le preguntó a su padre de qué sector era, porque no lo sabía, y le contestó que era del Frente Izquierda de Liberación (Fidel). “Entonces, le conté que me había afiliado a la UJC. Después me enteré de que, al otro día, cuando fue al teatro El Galpón, porque estaba de visita en Uruguay, todos los comunistas lo alquilaban, porque él toda su vida se había resistido a afiliarse y su hija había ‘caído’”, recuerda Cosse.
Al evocar aquellos primeros pasos en la militancia de izquierda, subraya que son recuerdos “muy frenteamplistas”, sobre todo en el comité de base Ibiray, que era parte del Comité Funcional de Ingeniería, desde donde la mandaban a todos los barrios. “Nos usaban de comodín y estaba perfecto”, acota.
Cosse participó en las barriadas en Marconi, Malvín y varios barrios más, y recuerda con énfasis su “vocación unitaria”, porque en ese trille puerta por puerta les conseguía votos a otros sectores del FA, ya que “lo importante era entrar a las casas”. Por ejemplo, si veía que la persona era “muy moderada”, le hablaba de Zelmar Michelini y la lista 99.000, y si había una cruz y el ambiente le sonaba religioso, les ofrecía el Partido Demócrata Cristiano, porque “lo importante era que ganara el FA”. “Íbamos con un compañero a tocar el timbre de una casa y nos poníamos a hablar de política, en el regreso de la democracia; tuve la suerte de vivir eso”, comenta.
Se suele decir que sos muy ejecutiva y recién comentaste que sos disciplinada; supongo que una cosa lleva a la otra.
Hay una leyenda urbana sobre los artistas de una cosa bohemia y de libertad, pero yo aprendí de mi padre y también de escritores con los que he conversado mucho –porque tuve la suerte de compartir espacios con Fernando Butazzoni, Mario Delgado Aparaín y el Ruso [Mauricio] Rosencof–, que escriben, escriben, escriben y por ahí aparece algo. Pero no es que un día se levantan, se sientan frente a un escritorio y dicen “voy a escribir una novela”. Con la ciencia es igual: una gota acá, otra allá, empiezo por un tema y no sé por dónde voy a terminar; pero todos los días me siento a trabajar en el tema, y de repente aparece un hilo y surge algo. Con la ingeniería también es así, hay que estar en los temas. Es como cuando hablás inglés: podés estudiar inglés, pero si no estás en un ambiente en donde se habla inglés, lo vas perdiendo. También es como nadar: cuando te tirás, las primeras brazadas son torpes, pero después de que estás un rato son mucho mejores; entonces, yo concibo la disciplina como lo que me permite estar en una corriente.
O sea, decís que no es que estás caminando por el parque y de repente te viene la inspiración.
Capaz que te viene si estás caminando por el parque, pero porque estuviste durante tres semanas sentado en un escritorio, dos horas, pensando sobre el tema, trabajando y estudiando, y de repente aparece, pero fruto de una fermentación.
¿Cuándo te apareció la veta política?
Fue por el trabajo. Fui tomando responsabilidades de hacer cosas, no sólo deliberativas –con todo el respeto que le tengo a lo deliberativo–. Mi primera responsabilidad política me la otorgó Julio Battistoni, que era el director de Planificación de la Intendencia [de Montevideo, IM] de Ricardo Ehrlich [2005-2010]. Yo tenía que encargarme de algo, resolver un problema, y después de que resolví el problema hice varias cosas más [fue directora de la división Tecnología de la Información de la IM y gestionó la implementación técnica del Sistema de Transporte Metropolitano, STM, por ejemplo]. Después, Pepe [José Mujica] me propuso la presidencia de Antel, y ahí hubo muchísimo que hacer, muy político –no partidario– y de gestión. Después, Tabaré [Vázquez] me invitó a ser la ministra [de Industria, Energía y Minería], de vuelta: política y gestión muy juntas. Luego tuve la experiencia del Senado, cuando la [ley de urgente consideración] LUC, entonces, fue muy intensa, aprendí mucho, y después vino la intendencia.
¿Qué diferencias notaste entre todos esos lugares? Porque pasaste por cargos muy ejecutivos, y el Parlamento, en cambio, es de mucha negociación.
El hilo común de todo fue la lucha: en todos estaba luchando por algo, para ganarle a un problema, para cambiar el modelo de negocios de una empresa o para resolver una crisis, y en el Parlamento, contra la LUC.
Cuando fuiste presidenta de Antel (2010-2015) empezaste a tener más exposición pública. ¿Cómo la viviste? Porque me da la sensación de que no es lo mismo para una política mujer que para un hombre.
Es una buena sensación... No es lo mismo, tuve que aprender. A veces me dicen “sos menos nerviosa que cuando estás en televisión”, a lo que contesto “lo que pasa es que a veces tengo que estar muy seria, porque es serio lo que me están preguntando”. Y me acuerdo de una vez que un gaucho en un comité me dijo “tiene que ser más mala, los trata demasiado bien”. Entonces, una va encontrando su lugar, pero lo importante es que las cosas que se van haciendo sean compartidas con la gente; si no, ¿para qué las hacemos?
También me da la sensación de que a veces dicen cosas sobre vos como algo negativo, pero que en un hombre se ven naturales o positivas, como que sos vehemente, por ejemplo, porque se espera que una mujer sea frágil, dócil y afines.
¿Sabés qué es? Es una reacción que no podemos dominar, que responde a un cambio estructural en la sociedad: está habiendo una revolución en la que la mujer se está liberando. Hace unas décadas empezó a votar...
Para la historia de la humanidad fue hace poco.
Ayer... Empezó a estar en el Parlamento, a tomar cargos ejecutivos, a ocupar el lugar en empresas, a recibirse como universitaria y a liderar movimientos sociales; entonces, tiene un lugar que, vos muy bien lo decís, es de hace poco: los miles de años para atrás son de otra cosa. Entonces, lo que surge, que no sabe muy bien dónde poner a la mujer en el imaginario, son los miles de años para atrás. O sea, tiene que ser brillante, perfecta y tener carácter, pero en realidad si tiene carácter está mal; debe tener firmeza, pero firmeza no porque si no, no es mujer... Esos son coletazos del siglo XIX.
¿Y cómo se hace para que no sigan esos coletazos?
Hay que seguir avanzando por el siglo XXI.
El motor de la derecha
¿Cómo te definís ideológicamente?
Frenteamplista.
¿Y eso qué implica?
Ser uruguaya y de izquierda.
¿Y qué implica ser de izquierda hoy?
Pensar en el otro.
¿La derecha no piensa en el otro?
Una cosa es la expresión política de la derecha y otra es su motor ideológico. Si tenés un país que crece y una desigualdad que crece, objetivamente, estás dejando a gente atrás. Entonces, ahí hay un motor que avanza aun dejando gente atrás. Yo prefiero tener un motor que avance distinto, sin dejar a nadie atrás; eso es ser de izquierda.
Entonces, ¿la derecha dice una cosa pero el motor que la mueve hace otra?
Es difícil esta respuesta, porque una cosa es la expresión política y otra cosa es la gente. Hay que ser muy cuidadoso con eso, porque estoy segura de que agarro a cualquier uruguayo, haya votado lo que haya votado, y si conversamos un rato vamos a estar de acuerdo con que no hay que dejar a la gente tirada, que no está bueno que se cierren las policlínicas, que hay un problema de salud mental, que hay un problema con la precariedad del trabajo, etcétera. Y después hay una expresión política, y la política es compleja, porque en el mundo la gente toma decisiones por múltiples factores, entonces, yo tengo que ser cuidadosa con lo que digo, porque no quiero herir a los cientos de miles de uruguayos que de buena fe votaron a este gobierno. Ha sido un gobierno inestable, con graves problemas de corrupción, y creo que le debe ocasionar disgusto a los que de buena fe lo votaron.
¿Qué puntaje le pondrías a cada uno de los tres gobiernos del FA, del 1 al 10?
Según qué criterio, porque hay que puntuar según un criterio.
El criterio que más te guste.
Hay que ponderar según qué...
No sé, vos sos la política...
Por ejemplo, es como si me dijeras “¿cómo puntuás esta casa del 1 al 10?”. Bueno, en términos de calefacción, más o menos; en términos de luz, estamos un poco mejor; en términos de mosquitos, estamos mal... El puntaje tiene que referir a algo.
Bueno... ¿Qué destacarías de cada uno de los tres gobiernos del FA?
Ahora sí. El primer gobierno del FA, liderado por Tabaré, encontró un país muy deteriorado, en todos los aspectos, desde el punto de vista social, económico, institucional y de las relaciones exteriores. Ese gobierno sentó las bases para darlo vuelta, un cambio estructural. Creo que encontró al Banco Central con 600 millones de dólares en reservas y lo dejó con 18.000. Y todo lo que ya sabemos: el Sistema Nacional Integrado de Salud, el Plan Ceibal, impresionante. Y la política antitabaco, porque no es sólo lo bien que nos hace no fumar, sino también el precedente internacional de que un país les dejó el regalo a todos los países del mundo, en la jurisprudencia internacional, de que un Estado le ganó a un gigante, arguyendo el derecho a la salud de un pueblo; es brutal.
Y el gobierno de Pepe le puso mucho acelerador a un compromiso de cambio de la matriz energética, con la UTE como factor principal, y llevamos adelante el proyecto de fibra óptica al hogar; cambios de infraestructura del futuro, de energía y telecomunicaciones, muy importantes. Y todo el capítulo de derechos, que hace a un cambio cultural importante. Después, el tercer gobierno, de Tabaré, se encontró con un cambio sustantivo en el mundo de las commodities, para el cual no habíamos preparado a Uruguay, no logramos preparar a Uruguay para una mutación de la matriz productiva. Pero sentamos las bases, porque a la educación le dimos dinero como nunca antes había tenido, se sentaron las bases para poder avanzar en eso; ahora creo que va a haber que hacerla, porque ya ves lo que te pasa cuando dependés de una sola cosa. Entonces, lo que hizo Tabaré en su segundo gobierno fue, en un marco de mucha inestabilidad internacional, pilotear el barco manteniendo el aumento del salario real y las condiciones de igualdad. Le tocó un período muy complejo y lo gestionó bien.
Para terminar, te hago un ping pong de asociación libre, te tiro nombres y me decís lo primero que se te ocurra.
No puedo, estas cosas nunca me salen a mí. Yo volvería loco a un psicólogo. “Osito”, ¿y vos decís “peluche”?...
Padre y artista
Uno de los primeros recuerdos de Carolina Cosse ligados a su padre como actor no es de cuando la llevaba al teatro sino de aquel particular día en el que él llevó el teatro a donde estaba ella. De muy niña Cosse fue al jardín de infantes Enriqueta Compte y Riqué, y tiene patente cuando su padre fue a la clase y la maestra le pidió que se quedara y les hiciera un cuento a todos los alumnos: “Me acuerdo de mi padre sentado, haciéndonos un cuento a todos nosotros, de ciencia ficción, y las maestras tiradas para atrás, porque les estaba entreteniendo a la tropa. Así que para mí era natural que mi padre tuviera esa veta”.
.