La tangente es un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria, para deslizarse por otros terrenos.
En las elecciones nacionales de 2004, el Frente Amplio (FA) triunfó en primera vuelta y consiguió 52 bancas en la Cámara de Diputados. Sin embargo, durante una semana, y tras el escrutinio primario, se adjudicaron al FA 53. Tras el conteo definitivo, que incluyó los votos observados, el FA dejó de ser el partido más votado en Paysandú y el triunfo departamental pasó a manos del Partido Nacional por apenas 304 sufragios. Este cambio derivó en que la banca 53 obtenida por el FA se perdiera. En particular, esa banca había sido adjudicada a la lista 609 de Canelones, donde el Movimiento de Participación Popular (MPP) obtenía cuatro diputados, que al final fueron tres. En la plancha figuraban en orden preferencial de suplentes José Mujica, Ernesto Agazzi (ambos electos senadores), Esteban Pérez, Juan Souza, Víctor Semproni y en sexto lugar estaba Yamandú Orsi. Hasta el “tercer” escrutinio y por pocos días, Orsi fue electo diputado.
“En el 2000 me había mudado a Maldonado. Ahí conocí a mi actual pareja, la madre de mis gurises, Laurita, y por eso me fui para allá. Milité en Maldonado e integré el Regional Interior del MPP, pero seguía vinculado a Canelones. Y un día me dicen: ‘Che, capaz que te ponemos en una lista de Canelones. Y por una semana fui diputado. Después vino el recuento de los observados y no quedé, pero, por la forma de armar la lista, quedé primer suplente de cualquiera de los otros tres que salieron”, cuenta el exintendente de Canelones.
“Por algo son las cosas”, dice acerca del destino, porque no haber sido electo diputado, pero sí ser convocado para la suplencia, lo llevó a engancharse de inmediato en la campaña por la intendencia departamental canaria y conocer al candidato por el FA Marcos Carámbula, del que fue su primer suplente. “Eso fue una negociación con el MPP y enseguida vino la Secretaría General de la intendencia. De arranque nomás con Marcos ya quedamos claritos de lo que teníamos que hacer y jugamos de memoria hasta hoy. Es muy fácil conectar con un tipo así”, agrega.
Pero si bien comenzó a trabajar con Carámbula en 2004, sin haber tenido trato lo conocía desde antes “por su trayectoria”, pero además porque la historiadora Elena Pareja, esposa de Marcos, fue su profesora adscriptora en las prácticas como docente en el Instituto de Profesores Artigas (IPA). “Yo iba a hacer prácticas con Elena y un día lo vi pasar a Marcos en su casa. Era una referencia de la izquierda”, cuenta.
Entre 2005 y 2015, se desempeñó como secretario general de la Intendencia de Canelones, cargo que no imaginaba llegar a ocupar: “Cuando estás militando imaginás ‘voy a ser edil o diputado’, ¿sabes qué pasa?, en el fondo, en aquellos años, todos visualizábamos el gobierno nacional y la pelea era esa. Y logramos que ganara Tabaré [Vázquez]. Lo departamental como que fue algo que se nos puso ahí. Ocho intendencias. ¡Ocho! No esperábamos tantas. Canelones era casi un hecho. Yo milité para las campañas de [Ángel] Spinoglio [candidato a la Intendencia de Canelones por el FA en 1994 y 2000] y Juan Antonio Rodríguez [candidato en 1989] sabiendo que podíamos tener una chance, pero aprendí mucho con ellos. Muchos esperaban que [la candidatura de] Marcos viniera antes, pero por algo las cosas se dan cuando se dan. Y ahí [en 2005] funcionó”.
“De canarito rural a canarito de ciudad”
Orsi nació en el área rural de Canelones y a los cinco años su familia se fue a vivir a la capital departamental, a una casa en la calle Treinta y Tres casi María Stagnero de Munar. Para él, más que una mudanza fue “cambiar de mundo”. De campaña recuerda el molino de viento, porque no había electricidad, el gallinero, por algún que otro susto que se llevó de noche cuando las comadrejas lograban entrar, y el camino en bicicleta que hacía su hermana mayor para tomarse el ómnibus a la escuela, porque la ruta quedaba a dos kilómetros y medio de la casa.
También recuerda dormirse con el sonido de fondo de la máquina de coser de su madre, que hacía ropa, y de su padre trabajando en la viña. La migración a la ciudad se dio justamente porque su padre se lastimó la espalda por sulfatar las uvas: “La hernia de disco, en aquella época, en el año 72, era todo un desafío. Me acuerdo de que mi viejo se fue enfermo y después de la operación estuvo un tiempo largo en cama y no podía seguir trabajando. Es medio insólito. La idea era que nos fuéramos de ahí porque no podía hacer fuerza y pusimos un almacén en la ciudad de Canelones, y después mi viejo se quedó haciendo fuerza, levantando cajones. Pero hubo un cambio, eso me determinó y definió mi vida y la de mi familia”, cuenta.
Su hermana terminó sexto en la escuela 110 de la ciudad de Canelones, porque la mudanza fue a mitad de año. Al año siguiente, él empezó la escuela. “Entonces [pasé] de canarito del campo a canarito de ciudad”, dice.
La dictadura cívico-militar atravesó prácticamente toda su niñez y adolescencia. En 1985, con la vuelta de la democracia, Orsi estrenaba sus 18 años. En su casa no se hablaba de política, pero los casetes de Zitarrosa y Los Olimareños que le pasaban sus compañeros de clase rompieron el silencio.
¿Cuándo nace tu vínculo con la historia?
Yo creo que me agarra en cuarto, quinto y sexto de liceo; hice Humanístico. Eran los años 83, 84, 85. Como que las ventanas se abrían. En mi casa no se hablaba de política jamás. Ni una idea. Entonces se van abriendo ventanas y ahí me empezó a interesar América Latina, empecé a leer alguna cosa. Yo creo que eso tuvo mucho de seductor, el poder hablar de cosas que pasaban. Yo creo que el vínculo vino por ahí. No era de mis mejores notas Historia en el liceo. Era bueno en ciencia, muy bueno. No tenía vocación tampoco por la docencia. Hasta que no me metí, no me di cuenta. Después que me metí, me gustó.
Y probaste antes Relaciones Internacionales, ¿por qué no la seguiste?
Un mes. Fui a la Facultad de Derecho y dije: “¡Esto es horrible, no es para mí!”. Claro, venís del interior, de un liceo clásico, y llegué ahí y eran como doscientos. Y voy al IPA y era San Petersburgo. Año 85, me encantó. Y dije: “Esta es la mía”.
¿Pero el haber vivido en dictadura en esa edad influyó en tu elección?
¿Sabés lo que pasa? Es como estar apretado y un día, ¡puf!, se abre todo. Para quienes no ideologizábamos tanto el asunto y no teníamos información, como es mi caso y el de mi familia, sentís que salís de una situación donde no se podía hablar nada a poder hablar, leer y escuchar lo que quisieras. Yo me empecé a vincular con la izquierda a través de la música, lo digo una y otra vez. Mis compañeros y compañeras, que tenían hermanos que eran medio militantes, me pasaban casetes. “Mirá este casete”, me decían, y era Zitarrosa. Me encantó. De Los Olimareños sí sabía porque mi viejo me contaba que le encantaban, pero no podía tener nada. El vecino de enfrente sí tenía discos y empecé a escuchar, aparte a mí el folclore me gustaba. Pero fue por ahí el vínculo con la política. Viste cómo la cultura puede abrir puertas, ¿no? Lo experimenté en carne propia.
El baile y el gaucho
En 1989 Orsi empezó a dar clases de Historia. Lo hizo en Canelones y en Florida. “Tomaba más ómnibus... no tenía remedio”, dice sobre los primeros años de trabajo. Sin embargo, lo que más le gustó fue la adscripción por el vínculo que se genera con el entorno de los estudiantes. “Nunca me interesó ir a hacer investigación de historia. Me gusta el tema, me gusta analizar la historia y después aplicarla en las posibilidades de enseñar, me encanta. Pero lo fui descubriendo sobre la marcha. Me podía haber pasado que después de que estaba ahí no me gustara, y ahí hubiese resuelto otra cosa. Porque si hay algo que es duro, es que no te guste la docencia y que estés ahí. Pero lo disfruté”, dice.
También disfrutó la danza folclórica, y si bien bailó 11 años nunca pensó en dedicarse profesionalmente. Empezó haciendo una materia extracurricular en primero de liceo y después dio un concurso para ingresar en el Ballet Folclórico de Canelones. Lo eligieron para que integrara el cuerpo. “Me acuerdo de que mis compañeros de liceo escuchaban rock argentino. A mí no me gustaba, ahora me encanta, pero en aquella época, no. Escuchaba a Santiago Chalar, Zitarrosa, el folclore uruguayo. Me encantaba. Los Zucará. Todas, me las tenía todas”.
Orsi llegó a dar clases de malambo y todavía hoy se cruza con gente que recuerda que fue su profesor. Participó tres veces en los concursos nacionales de malambo que se hacían en Laborde, en la provincia de Córdoba, Argentina. “Y ahí chupábamos rueda como locos; son unos monstruos los argentinos”, cuenta, y agrega que se vestía “gauchísimo”. Lo invitaron a ingresar a la Escuela Nacional de Danza, pero no aceptó, dice que no era para él.
Algo quedó de todo ese recorrido porque la primera monografía que hizo en el IPA fue del personaje prototípico de gaucho del Río de la Plata y de Río Grande del Sur. “El tema de las pilchas es un tema muy desconocido acá en Uruguay. Incluso la terminología, qué es gaucho, qué es peón. La bombacha es típica de peón, no de gaucho. La bombacha aparece a fines del siglo XIX, en el último cuarto de siglo, cuando los ingleses se quedan con un clavo de ropa de la guerra de Crimea. Se les terminó antes de lo que pensaban. Si vos mirás, la bombacha es una prenda árabe. Parece una bombacha de Aladín. Un clavo que les quedó y lo mandaron para acá, para el Río de la Plata. Y acá compramos, locos de la vida. Fue el primer pantalón. Es maravillosa la historia, no tenemos mucha idea de eso”.
“Cada vez más entiendo el poder de la espiritualidad y la religión”
Mientras transcurre la entrevista, en una casa casi en el límite entre Pinamar y Salinas, Ramón, un cachorro barbilla que Orsi retiró de un refugio para perros de El Pinar, da vueltas en un living ambientado por una estufa a leña, que no deja de crepitar. El precandidato del FA mira el reloj cada tanto porque están por llegar sus hijos de la escuela. Ramón ladra y es la señal para que le abran la puerta y lo dejen salir.
Orsi es bautizado y tomó la Comunión como “ a los ocho o los nueve”. Iba a catequesis los sábados de mañana.
¿Cuál es tu vínculo con la religión?
Poco. Pero respeto mucho y he aprendido con el tiempo a valorar lo que implica esa forma de relacionarse. Y hablo de la religión como una cosa más amplia. Pero sí, iba a la capilla de la Virgen de Fátima a catequesis. Me acuerdo de que iba al almacén que quedaba en la misma calle. Mi vieja era de ir a misa el domingo, mi viejo no. Y allá iba yo por mi cuenta, un domingo de tarde.
¿Y qué te quedó de la religión?
No mucho. En el fondo la formación cristiana te define también el punto de vista filosófico. Y mucho vínculo con gente. Yo no lo viví tanto, pero me consta que en la salida de la dictadura las parroquias fueron el lugar donde mucha gente que después actuó en política se refugió. Yo era muy chico, pero también reconozco que eso pasaba. Porque, además, en Canelones hubo algunos curas que tuvieron problemas. Uno vive todavía, Miguel Ángel, un fenómeno. Con él hice la comunión. Tuvo problemas porque se refirió a la dictadura de una manera poco conveniente para él. Me acuerdo del cura Antonio, también. Eran muy jugados. Pero no quedó mucho, en realidad, quizás una especie de disciplinamiento infantil. Y de respeto.
¿Y hoy te definirías como cristiano?
Filosóficamente, sí. Desde el punto de vista religioso es más difícil y no lo tengo muy claro. Si me apurás un poco, creo que me puedo definir como agnóstico. Pero cada vez más entiendo el poder de la espiritualidad y la religión. Es un tema de evolución de la cabeza de cada uno.
Se dice que si Orsi es presidente sería el segundo con un nombre de origen indígena. ¿Por qué te pusieron Yamandú?
Era un acuerdo que tenían mi vieja y mi viejo, el primer nombre Yamandú y el segundo nombre el de mi abuelo materno, Ramón. Ese era el acuerdo, pero nací el 13 de julio, que es el día de San Antonio. Entonces fue Yamandú Ramón Antonio. Yamandú no sé de dónde lo sacaron, pero después vinieron dos nombres más.
¿Y por eso le pusieron Ramón al perro?
No, este no tiene nada que ver conmigo, le pusieron ese nombre mis hijos sin ninguna connotación. Pero lo de Antonio es maravilloso, cómo no me iban a poner el nombre del santo.
Tenés dos hijos mellizos.
Sí, Lucía y Victorio. Tienen 11 años.
¿A qué edad fuiste padre?
¡A los 45! Mis compañeros de clase de liceo son abuelos.
¿Te cambió la vida la paternidad?
Soy otro. Ya me lo habían dicho, pero hasta que no lo experimentás, no lo sentís ni entendés. No tiene nada que ver la vida después que tenés gurises, te cambia los objetivos. Sos otra persona. Yo reconozco eso. Llegó en el momento en que llegó y lo disfruto.
Van a la escuela pública de Salinas. ¿Eso fue una opción?
Analizamos las propuestas que había acá y les encantó, y conviven con el mundo real de acá, de Neptunia, Salinas, Marindia. Ahora hay más escuelas, ahora Pinamar tiene una de tiempo completo, pero esta es la clásica de Salinas, la del centro de la ciudad. 900 gurises, una cosa de locos. Pero sí, fue una opción. Hay alguna institución privada, pero es de cuatro horas, no es de tiempo completo.
Si llegás a ser presidente, ¿vas a seguir viviendo acá?
Yo qué sé. No quiero adelantar esas cosas. Veremos. Es una discusión. Y es un tema que lo vamos a tener que ver.
La política, un camino ineludible
En 1989, Orsi votó a la Vertiente Artiguista, sector que se presentó por primera vez en esa elección, pero al año siguiente se vinculó al MPP, que también se había presentado por primera vez en los comicios en que resultó electo presidente Luis Alberto Lacalle. Tras una juventud en la que no se podía “ser indiferente a la movida política” y compartiendo los años de bachillerato con “blancos, colorados y frentistas”, “todos empapados en algo”, aclara que no pasó por ningún partido tradicional y que “de arranque” se hizo del FA.
“Empecé a leer algunas cosas interesantísimas. Lo primero que leí fue [a Carlos] Quijano, en Marcha, después me llegó un libro de Carlos Machado: Historia de los orientales y me detonó la cabeza. Maravillosa la forma de escribir y el abordaje. A mí me marcó, de verdad. Y después empecé a leer otras cosas, me arrimaron algunos libros, y de ahí esa cuestión medio nacionalista en mi formación de izquierda que tengo”, explica.
¿Y cómo llegás a la Vertiente Artiguista?
De casualidad, como todo en esa época. Y el comité siempre, primero el comité 13 de diciembre, después el comité Ahora Canelones. Me eligieron delegado. Y yo, ¡puah!, me sentía... ¿sabés cómo? Después dije: “¡Fah!, mirá el clavo que te agarraste”. Porque tenías que ir a Montevideo, pero me encantó, divino. Aparte en esa época había un montón de plebiscitos. El primero fue el del voto Verde [abril de 1989, en el] que no estuve a la cabeza, pero sí estuvimos moviéndonos. Después ya en los otros plebiscitos agarrábamos entre dos y tres y le salíamos. Me acuerdo del parlante en la plaza, de la defensa de las empresas públicas [1992].
Había un mito que se rompió que sostenía que el partido que gana en Canelones gana la presidencia del país.
Sí, pero cuando las elecciones eran juntas. Vino la reforma, la de 1996, y cambió las reglas de juego, porque la gente cruza votos. ¿Qué quiere decir cruzar votos? Capaz que en Canelones no es tan evidente, pero en Soriano, San José, en otros lugares del interior, la votación del FA en octubre siempre es más fuerte que la de mayo del año siguiente. Entonces, la lógica esa de que el que gana Canelones gana el gobierno tenía que ver con la media o con el promedio que marcaba Canelones. Después que se rompe eso y que te da la chance de votar en lo nacional a un partido y en lo departamental a otro, todo cambió. En la última [elección] quedó claro.
También se afirma que Canelones es como Uruguay pero en chiquito.
Sí, porque tenés todos los paisajes humanos y todas las economías que tenés en el país.
¿Y haber gobernado Canelones te permite mirar el país de otra manera?
Te permite ver la diversidad de otra forma. 30 municipios, cada cual con su identidad, no es que sean barrios. Montevideo tiene eso de que los municipios son una cosa medio extraña. Los municipios nuestros son como en el interior, aterrizás y nadie te dice dónde estás. Bajás por el Santoral o en el noreste y no sabés si es Canelones o el interior profundo. Sin embargo, si bajás por acá, del arroyo Pando para allá o del arroyo Las Piedras para el otro lado, no sabés si es Montevideo o qué es. Yo digo siempre que en Canelones se juntan el interior y la capital. Siete de cada diez habitantes de Canelones viven en el área metropolitana, sin embargo, uno de cada cuatro habitantes del campo de Uruguay vive en Canelones. Entonces tenés todo, la ruralidad más fuerte y el peso de los metropolitanos, con lo bueno y lo no tan bueno que tienen. Yo decía que lo único que en Canelones no se cultivaba era el arroz, porque hasta se produjo azúcar cuando se plantaba remolacha, pero la otra vez me encuentro con una gente que me dice no, que en Canelón Chico se plantó arroz una vez. Tenés ganadería, horticultura, granos, agronegocio, en una parte muy chiquita, pero también lo tenés.
La lógica de hacer que las cosas pasen
Canelones es el departamento con más municipios. Son 30, 21 gobernados por alcaldes del FA y nueve por alcaldes del Partido Nacional. Estos y aquellos han señalado en más de una ocasión la buena relación que tuvieron con Orsi durante sus diez años como jefe comunal. Para él, se logró una buena articulación con el tercer nivel de gobierno a partir de “la necesidad de la gente, porque ellos y ellas tienen que gobernar”, “tienen que negociar el presupuesto y llegar a acuerdos de pique, a compromisos de gestión, eso ha influido mucho”. El ahora precandidato a la presidencia aclara que este modelo de gestión no surgió con él sino que se empezó a aplicar en la segunda intendencia de Carámbula, cuando “nacieron los municipios” e incluso había “dos alcaldes del Partido Colorado [Soca y San Bautista]”.
Por otro lado, el éxito de la gestión de su primera intendencia parece haberse reflejado en el electorado, ya que en 2020 el FA obtuvo 20.000 votos más que en 2015 e incluso consiguió un edil más en la Junta Departamental. “La lógica que impera en el departamento es hacer que las cosas pasen, incluso cuando en la Junta el Partido Nacional tenía distintas corrientes, ahí era más fácil y negociábamos mucho. Ahora que hegemonizó el lacallismo es muy difícil, porque siempre votaron en contra de todo lo que llegaba del gobierno departamental. Es la filosofía que desde que era diputado Lacalle Pou bajó, incluso cuando teníamos acuerdos a punto de salir”, critica.
De ser electo presidente, ¿replicarías esa lógica a nivel nacional?
En algunas áreas no tenemos más remedio, fundamentalmente en aquellas cosas que son a mediano y a largo plazo, y de ahí aquella famosa idea de la política de Estado. ¿Cómo definís la integración de la Suprema Corte de Justicia, de la Fiscalía, del Tribunal de Cuentas, si no tenés mayoría especial, o cómo definís alguna estrategia tan necesaria como la de política criminal, de educación? Creo que hay un espacio para dar un paso más hasta donde llegues. Lo que pasa es que la dinámica del balotaje también polariza mucho, entonces parte con la mitad. El balotaje hizo eso, con todas las virtudes [de las] que me quieran hablar, el balotaje parte porque es A versus B, blanco o negro. El otro día leía un artículo de [José] Rilla donde hace ese análisis. Tenés que tratar de que esa lógica no se transforme en algo nocivo, donde no puedas ni hablar. Cuando el FA tuvo mayoría parlamentaria, nos descansábamos, teníamos los votos y ya está, ¿pero cuando se te da vuelta uno? Nos pasó varias veces con [el diputado] Darío Pérez. Siempre es bueno tratar de buscar que te vote alguien más las propuestas, aunque no precises los votos.
“Una especie de tobogán”
¿Qué puntaje le pondrías a cada uno de los gobiernos del FA, del 1 al 10?
Diez, ocho y cuatro. ¿Les sirve? Sin razonar mucho. Ponele cinco al último.
¿Sos muy crítico con el último?
Sí, pero es culpa nuestra.
En el puntaje, pasás de un diez, o sea un gobierno espectacular, y vas bajando en intensidad hasta el cinco. ¿Qué pasó?
Pasaron varias cosas. Una de ellas es que no generamos relevos. No nos olvidemos de que en 2014 fuimos a buscar a Tabaré [Vázquez] porque no teníamos mucha opción. Eso debería habernos hecho sonar una alarma. Y en 2015 empezó a enlentecerse la economía de manera llamativa. Después, a medida que pasaba el tiempo y nos preocupábamos por la gestión, fuimos abandonando la acción política. Mucha gestión, poca política. Entonces fue como una especie de tobogán. Por eso digo que la culpa fue nuestra, del FA. La responsabilidad fue de la fuerza política, que no estuvo atenta. Y ahí somos todos responsables. Aprendimos que tiene que ver con la preocupación necesaria, lógica, natural de la gestión, pero la política fue desgastándose. En la última elección interna tuvimos 250.000 votos, cuando habíamos tenido 400.000 en la anterior. Ahí tenés la señal de lo que nos estaba pasando. Superponíamos mucho. Hubo un documento interesante en 2004 sobre el vínculo entre fuerza política, gobierno, trabajadores y organizaciones sociales que fue para el Congreso del FA. Lo repasamos poco.