En Uruguay, los votantes de derecha y centro-derecha representan alrededor del 30% del electorado. Si bien la proporción de ciudadanos ubicados en el lado derecho del espectro ideológico ha ido fluctuando con los años, su peso relativo siempre ha sido significativo, pese a que hay pocos dirigentes que se definan públicamente de ese modo.

Tras la recuperación de la democracia en 1985, el votante de derecha encontró refugio en importantes sectores del Partido Colorado (PC) y del Partido Nacional (PN). La fórmula era sencilla y eficiente: de un lado traccionaban votos los pachequistas y del otro los herreristas. Jorge Pacheco Areco y sus continuadores Pablo Millor, Daniel García Pintos u Óscar Magurno, consiguieron buenas votaciones a lo largo de los años 80 y 90 que contribuyeron al triunfo del partido en tres ocasiones (1984, 1994 y 1999). Con el nuevo siglo, la oferta fue reemplazada por una opción más moderna e ilustrada. Pedro Bordaberry y su sector Vamos Uruguay recuperaron al partido del desplome de 2004, marcando una década de predominio en su interna. En el PN, el herrerismo fue el encargado de cultivar al votante conservador, gracias a la figura omnisapiente de Luis Alberto Lacalle Herrera y la contribución de importantes dirigentes del sector, como Juan Chiruchi, Jaime Trobo o el propio Luis Alberto Heber.

Este esquema, que tan bien funcionara durante 35 años, comenzó a cambiar en las elecciones de 2019. El liderazgo de Luis Lacalle Pou en la interna de su partido se apoyó en una coalición denominada Todos, donde participaban sectores escindidos de Alianza Nacional y con origen wilsonista, que camuflaron al herrerismo y desplazaron a segundo plano a buena parte de sus figuras históricas. A su vez, el retiro de Pedro Bordaberry de la política activa resultó decisivo para que el PC se desplazara hacia el centro a partir de la disputa por la candidatura presidencial entre Julio Sanguinetti y Ernesto Talvi. El leve pero intenso movimiento de este partido abrió la puerta para que el general Manini Ríos y su flamante partido Cabildo Abierto (CA) irrumpieran en la escena y compitiesen con éxito por el voto duro de derecha.

Como demuestran Martín Opertti y Rosario Queirolo (2021),1 el PN consiguió atraer a la mayor parte de los votantes de derecha en 2019, pese a que su candidato presidencial estaba situado más al centro que nunca. El PC, con Talvi a la cabeza, también fue hacia el centro cambiando votos de derecha por nuevos votantes de centro y centro-izquierda. CA efectivamente atrapó una parte importante del voto de derecha, aunque también consiguió votantes de centro e incluso de centro-izquierda. En suma, hace cinco años los votantes del PN presentaban una media de 7,3 en la escala de autoidentificación ideológica, los de CA tenían un valor de 6,9 y los del PC un 6,3.

La elección de 2019 mostró que el diseño de la oferta electoral para octubre es importante y que los votantes cautivos del bloque pueden cambiar de opción electoral. Cuando observamos cómo quedó configurada la oferta electoral del bloque de centro-derecha para la elección de octubre de 2024, encontramos tres novedades que merecen un comentario.

En primer lugar, la fórmula del PN está situada en el centro del espectro político y esa situación es observada con preocupación por el electorado de derecha que acompaña al partido desde hace décadas. La situación podría equipararse a la de 2019, sin embargo, Álvaro Delgado no es Luis Lacalle Pou, ni Valeria Ripoll es Beatriz Argimón. Obsérvese que pese al posicionamiento centrista de la fórmula, Lacalle Pou era el líder emergente del partido, provenía del herrerismo y tenía un apellido que lo ponía al resguardo de toda sospecha. A su vez, Beatriz Argimón había ejercido con sobriedad y prudencia la presidencia del Directorio del partido durante cinco años, tras haber desarrollado una larga carrera donde ocupó cargos de edila y diputada en tres períodos legislativos.

En segundo lugar, la fórmula del PC está también corrida al centro del espectro, pero con un nuevo candidato, Andrés Ojeda, cuyo discurso no es fácilmente encasillable, pues su estrategia hasta el momento ha sido la de evitar los compromisos programáticos y autoproclamarse un pragmático, que no tiene problemas de reivindicar las ideas de seguridad de Gustavo Zubía y de Diego Sanjurjo, sin importar que ellos se consideren incompatibles. Hace cinco años una parte del voto de derecha abandonó al PC, pero Ojeda tiene una oportunidad única de recuperarlo dados los problemas de los otros miembros del bloque.

En tercer lugar, CA está muy mal como partido. Perdió la chispa y la originalidad que lo transformaron en la gran novedad de las elecciones de 2019. Su popular promesa “se acabó el recreo” fue sepultada por su accionar como partido gobernante. Su proclividad a las prácticas de clientelismo y patronazgo (prebendas y cargos para militantes), su estrategia del chantaje a cambio de iniciativas legislativas de dudosa necesidad (prisión domiciliaria para los militares que cumplen penas por violación de derechos humanos) y sus fracturas internas y desprendimientos parecen haber erosionado la autoridad que irradiaba en un comienzo el partido de Manini, al punto tal que, hasta junio, todas las encuestas mostraban que habría perdido por lo menos la mitad de los electores de 2019.

Y ahora la pregunta: ¿a dónde irá el voto de derecha en esta elección? Esta es una de las grandes incertidumbres que muestra la campaña rumbo a octubre y sobre la cual ya trabajan los estrategas de campaña.

En el PN se habla de resignificar al herrerismo y a la lista 71, algo nada sencillo dada la pérdida de una de sus máximas figuras políticas –Gustavo Penadés– y la pérdida de popularidad de Luis Alberto Heber tras su complicada gestión al frente del Ministerio del Interior. Pese a ello, en la interna del partido se sabe que la arriesgada apuesta de Delgado por una compañera de fórmula proveniente del sindicalismo de izquierda requiere contrapesos firmes y fuertes.

En el PC, se espera una señal muy clara de Ojeda hacia ese segmento del electorado. Se entiende que la emigración de votantes blancos de derecha hacia su candidatura puede ser una posibilidad más que cierta. En la ceremonia de presentación de la exfiscal y ahora exmilitante nacionalista Gabriela Fossati como novel integrante del PC, Ojeda utilizó la metáfora de la construcción de un puente entre ambos partidos. Esa estrategia pareció delinearse con mucha nitidez cuando se conoció la votación de la modesta lista de Gustavo Zubía en las internas de junio (la votó uno de cada cuatro colorados). “El voto de derecha está al desamparo, anda en busca de refugio”, dijo alguien a quien no puedo nombrar pero que ilustra con meridiana precisión algo que está ocurriendo y que podría aportar grandes novedades. Ante esta posibilidad, algunos especulan con el retorno de Pedro Bordaberry como candidato en una lista al Senado que reagrupara las figuras más cercanas al exlíder. Esa decisión podría ser artillería pesada que pondría al PN en un verdadero problema. Si es así, el puente anunciado por Ojeda podría ser ancho y firme y por él podrían transitar muchísimos nacionalistas –de derecha– desencantados. ¡Atentos!

Daniel Chasquetti es politólogo.


  1. Ver gráficos 5 y 6 del trabajo de Martín Opertti y Rosario Queirolo (2021). “La opinión pública uruguaya: explicando el voto” en Juan A Moraes y Verónica Pérez (eds.) De la estabilidad al equilibrio inestable: elecciones y comportamiento electoral en Uruguay 2019. Montevideo: FCS-DCP-Udelar.