Me imagino que estás en plenos preparativos...
Imaginás bien. Son muchos días, está la familia por un lado, y si bien ellos están felices porque saben que estoy haciendo lo que me gusta, me van a extrañar. Sobre todo las gurisas.
¿Tenés dos jarritas térmicas de café, verdad?
Sí, ahí va. Está Sofi, de 300 mililitros, y Sandrine, de 450.
¿Qué sabés de Qatar?
Por lo que vi en Wikipedia es un lugar muy lindo, aunque con una cultura muy distinta a la nuestra. Pero creo que no hay que ser prejuiciosos, sino abrirse a entender su idiosincrasia, ¿no?
El trato hacia la mujer es muy diferente allá.
Bueno, pero, justamente, hay que tratar de entender cómo funciona esa sociedad, porque al mismo tiempo son países modernos, con un dinamismo económico imponente. No tiene nada que ver con Cuba y Venezuela, por tirarte un ejemplo al pasar. Ahí el autoritarismo gobernante hace que haya un gran retroceso económico e inestabilidad social y política.
¿Cómo llegaste a ser la mascota de la selección?
Mi historia es como la de muchos uruguayos. Nací en Cerro Largo y me tuve que venir a estudiar a Montevideo. Me anoté en la Facultad de Agronomía porque quería ayudar al viejo con sus campos. El tema es que él estaba muy cansado, porque con el cambio de la ley de ocho horas para el trabajador rural a él se le complicó bastante. Imaginate que a su edad empezar a hacer los cálculos de las horas extras fue muy duro, porque implicaba ponerle un precio a una tarea que durante siglos funcionó de otro modo. La pasó muy mal. Y también afectó la rentabilidad, aunque eso es lo de menos. Lo peor fue en lo humano. El tema es que Montevideo me agobió un poco, así que dejé Agronomía y con la remesa que me mandaba el viejo todos los meses me puse con unos amigos un boliche en el Prado de cerveza artesanal y hamburguesas gourmet. Arranqué bien de abajo, como cualquiera. Con la plata que iba juntando del boliche fui comprando ganado para exportar, hasta que un amigo dueño de una agencia de publicidad ganó lo de la mascota y me preguntó si no me interesaba. Y bueno, acá estoy.
Lo lindo de tener amigos, ¿no?
¡Sí, más bien! De todos modos, no te olvides que después de eso tuve que pasar por la elección popular. Ahí competí con el ñandú, el hornero, el tatú, y hasta con el sol de la bandera. Como te digo, no fue fácil. Pero me queda la tranquilidad de saber que fue la gente la que me puso acá, así que soy la mascota de todos los uruguayos.
¿Qué esperás de ser la mascota oficial de la selección?
Ojalá pueda colaborar para que superemos esta grieta tan fea que estamos viviendo. En se sentido, una mascota tiene que sumar, no restar. Porque a mí no me gusta hablar mal de nadie, pero la verdad es que la anterior mascota dejó mucho que desear. Por mi investidura imaginarás que no puedo hablar mucho de política, pero la vinculación de la anterior mascota al partido de gobierno generó muchas suspicacias. Porque encima no hubo elección. Fue una mascota “de facto”, propia de los regímenes autoritarios. Prefiero estar alejado de todo eso, y también del populismo y la demagogia.
¿Ya te hicieron el chiste de cabeza de termo?
(Risas) Sí, sí, me han hecho todos los chistes que te pueden hacer con un termo, y también todas las rimas con botija. En ese sentido, la combinación termo-botija te deja en una situación un poco vulnerable. Pero bueno, si es con buenas intenciones no me molesta. Sí me molesta cuando el chiste viene desde la envidia o desde la descalificación política o la partidización. Ahí me molesta mucho y lo trato por los carriles que debo tratar este tipo de amenazas. Sabemos bien que todo es una cuestión de educación, que anda muy mal últimamente, pero por suerte empezó a cambiar y renovarse. Es un poco como pasó con el fútbol, que gracias a la juventud de Ignacio Alonso se pudo acabar con el relajo, por decirlo de algún modo.
Gracias, Botija, buen mundial.
Gracias a ustedes que, aunque sé muy bien que son un medio opositor, me trataron con mucho respeto.