Crítica de artes visuales, investigadora, docente, Tatiana Oroño es reconocida por su obra en poesía: El alfabeto verde (1979), Poemas (1982), Cuenta abierta (1986), Tajos (1990), Bajamar (1996), Tout fut ce qui ne fut pas (2002), Morada móvil (2004), La piedra nada sabe (2008), Ce qu’il faut dire a des fissures (2012). Por eso, la prosa de Libro de horas causa cierta sorpresa. El cambio, explica Oroño, obedece a “la necesidad de ampliar el canal, las vías de llegada a la gente”. Aclara: “Estaba forzada a ‘prosear’ para poder registrar las cosas que quería decir. Aparte de eso, resultó una aventura, plástica, diría: tuve que apropiarme de un código narrativo que me era ajeno, moldear sus estructuras, poner y quitar hasta ir encontrando mi voz perdida en las anfractuosidades de lo vivido”.
Además de esa prosa poco prosaica, otro de los atractivos de Libro de horas es su organización en capítulos breves, no necesariamente cronológicos. Aunque Oroño comienza con una evocación rebosante de cariño y admiración hacia los integrantes del Taller Torres que conoció de niña a través de su padre (el pintor Dumas Oroño), luego deriva hacia otros episodios no necesariamente sucesivos: la crianza de los hijos en solitario, su restitución como profesora de literatura tras el retorno democrático, la reflexión sobre el sentido de lo ocurrido. Claramente, no se trata de una historia lineal ni de una biografía total. ¿De dónde parte la necesidad de escribirla ahora? “Viene de las ganas de refundar mi historia a través de una autobiografía poética, algo mucho más libre que una autobiografía a secas. Lo que tiene la poesía es que concentra, sintetiza. Por lo tanto, una mirada poética a lo vivido daba posibilidades de escoger asuntos y descartar otros por completo. Con la herramienta de la prosa y la mirada de la poesía, fui armando esta escritura, la del libro editado. Empecé hace algo más de dos años y algo menos de tres. Lo que tenía antes era un montón de hojas sueltas —manuscritos, dibujos, algún casete de audio— y varias páginas en A4. Antes de decidirme a hacer el libro, había ido acumulando insumos sin idea de que hacía el camino de un work in progress”.
Como “escritura del yo” se trata de un texto bastante anómalo, emparentado quizá con Se hizo de noche —en que el también poeta Roberto Apprato da cuenta de su experiencia en el “insilio” dictatorial— en cuanto ambos dejan hablar al entorno, a la época: “Lo mío —más mío— es social. La individualidad —por lo menos la mía— es indivisible del entorno. Lo íntimo es político para quien nació con la Guerra Fría, vivió la juventud con las movilizaciones del 68 y parió ‘hijos de los vencidos’, para citar la obra de Lidia Falcón (autora a quien aludo aunque no nombro en el libro). En consecuencia, lo menos que podía hacer era hacer lugar a otros, dejar entrar a otros sujetos que, además, fueron parte sustantiva de mi vida”, comenta Oroño.
No obstante, Libro de horas no está consumido por el testimonio condenatorio. “No era que quisiera evitar el tono explícito de denuncia. Mi intención era transmitir, recuperándolo, el clima espiritual con que era vivido el atropello, el cómo eran recibidas tropelías y salvajadas: impidiendo que te ‘robaran el alma’. A ver: aquel ayer tiene que ver con el hoy. Lo que me parece es que hay que trazar un plan de resistencia basado en el alimento acumulado y administrado como el de los camellos. La escritura es el agua en la giba. Ella me dice, me va diciendo a mí, mientras la alcanzo (mientras escribo), dónde están las municiones. Lo que hubo durante la dictadura para mí —lo entrañable, la idea fuerza— fue la consigna de no venderles el alma. Quizá por eso a la salida de la dictadura acepté la propuesta de escribir un libro didáctico sobre Francisco Espínola —cuyos derechos vendí al precio de un salario mínimo—; lo que más quería, tal vez, era celebrar el desdén del paisano a los ofrecimientos del tentador, en “Rodríguez”. La vida del “insilio” tuvo que ver con la invisibilidad. Y esa condición social de segunda, o de cuarta, que te ponía afuera (y a salvo) cuanto más invisible, era compensada en la intimidad por la resistencia al mandato de no dejar rastros. De ahí la presencia de las voces, y las miradas, de los niños, por ejemplo, o la voz de los jóvenes después”.
Los niños, ciertamente, tienen su lugar: el libro está ilustrado con viejos dibujos de los hijos de la poeta, que además comparte los registros que iba escribiendo al dorso: la maravilla de volver a maravillarse ante el descubrimiento infantil del mundo.
Libro de horas se presenta este martes a las 19.30 en el Museo Nacional de Artes Visuales (Tomás Giribaldi 2283 y Julio Herrera y Reissig). Hablarán la autora, Gabriela Sosa, Andrea Carriquiry y Gabriel Peluffo Linari.