Bogotá39 elabora una lista de 39 escritores y y escritoras de Latinoamérica menores de 39 años. En la primera selección, llevada a cabo en 2007, la representación uruguaya corrió por cuenta de Claudia Amengual y Pablo Casacuberta. Para la segunda instancia fueron seleccionados Damián González Bertolino y Valentín Trujillo. Comparten varias cosas: son de Maldonado, se desempeñan como profesores de literatura en secundaria y son amigos desde la temprana juventud. González coordina una biblioteca vecinal en el barrio Kennedy en Punta del Este; Trujillo es periodista y actualmente es el director de Programación Cultural en la Intendencia de Maldonado.

Al igual que el resto de los seleccionados, ambos formaron parte de las actividades del Hay en Cartagena, y en esa ciudad conversamos con ellos, días antes de que partieran hacia Bogotá a participar en la edición del festival en la capital colombiana.

¿Sienten que el Bogotá39 les ha modificado o les ha servido de algo?

DGB: En mi caso sí, porque recibí una propuesta de una editorial internacional, que distribuye en toda América Latina, para un libro inédito. Y después una cosa rara, que es una compra de derechos de un libro para transformarlo en audiolibro. Creo que eso tiene que ver con estar en la lista.

VT: Yo tengo una novela para este año que saldría en Random House, en Uruguay. Además, una editorial mexicana quiere publicar mi biografía de [Carlos] Real de Azúa para el ámbito universitario. También hay unas editoriales peruanas interesadas en ¡Cómanse la ropa!, y esto se da por la lista.

¿Cómo fue el proceso de selección del Bogotá39?

VT: Por lo que yo entendí hay sólo dos formas. O te hace una propuesta una editorial que ya te haya publicado o te pueden proponer algunos de los Bogotá39, de la edición anterior. Hablando con otros escritores, nos decían que en otros países había algunas editoriales que no se enteraron del llamado, lo que me parece raro porque fue bastante continental: varias editoriales se enteraron. Se presentaron 240. A mi me postula Banda Oriental por Jaula de costillas.

DGB: A mí Entropía, por El increíble Springer. Estuario me quiso proponer y me pareció un buen gesto, ya que me había elegido otra editorial, dar un paso al costado para que otro autor tuviera la posibilidad.

Entonces, ¿este tipo de eventos sirven para los escritores?

VT: Es salir del pequeño ámbito uruguayo y saltar a una plataforma continental. Poder encontrarse en charlas informales, cara a cara, con editores de otros países, que un libro uruguayo tenga la chance de publicarse en Chile o Perú, o hablar con un editor español que no va a Montevideo usualmente... es una vidriera.

¿Participar en este tipo de encuentros deja en evidencia cierto aislamiento que vive Uruguay en materia literaria?

DGB: Para mí sí, a nosotros no nos conocen. Cuando venís acá se nota que hay redes previamente formadas, entre autores mexicanos, colombianos, chilenos, porque muchos habían publicado en editoriales internacionales. Y ahí hay claramente un tema de distribución. Los autores participan en ferias de la región.

VT: Eso sí es importante. El hecho de aparecer en ferias y entrar en un circuito donde ya no es tan raro un uruguayo, cuando de repente el último había sido Galeano.

¿Sienten que comparten problemas con los otros autores de la lista?

DGB: Hay realidades diferentes. Por ejemplo, nosotros no tenemos agente literario; acá te encontrás con autores que hace rato que tienen, y manejan un trato mucho más cercano con lo que podríamos llamar la primera línea del mundo editorial. Además, ya no viven en sus lugares de origen.

VT: Hay un corte social similar. Y están en el mismo plan de estudiar, salir, ganarse una beca. Como desterritorializados.

DGB: Un poco porque lo latino se ha vuelto interesante para el primer mundo.

Parecería haber ciertas temáticas, ciertas influencias en común.

VT: Justamente por eso, porque tienen historias parecidas.

Pero ustedes no parecen compartir las mismas inquietudes.

DGB: Venimos de un lugar diferente, por lo tanto es obvio que nuestra tradición va a ser otra, porque es la de la literatura uruguaya; abrevamos ahí, por más que nos interesen otras literaturas. Coincido con Valentín en tener un ojo también en la tradición clásica de la mitad del siglo XX para atrás.

VT: Nos interesa el cómo. La gran pregunta no es sobre qué, o el argumento, sino cómo está escrito. Y en ese sentido, del Bogotá39 me identifico con pocos. Dentro de la forma en la que a mí me interesa la literatura, hay cuatro o cinco que considero cercanos.

DGB: A mí me pasa lo mismo.

La querencia olvidada

DGB: Anoche estábamos caminando por acá después de tomar un café y no podíamos parar de hablar de Javier de Viana. Valentín me comentaba de un cuento, yo de otro.

VT: Los del 45, que algunas cosas las entendían bien y otras las desentendieron de manera muy dañina, dijeron que sólo era un nativista, un escritor de cuentos breves gauchescos con cierta moraleja al final, y es un escritor soberbio.

Decían que su tradición es la de la literatura uruguaya, ¿a cuál se refieren?

DGB: Por ejemplo, José Monegal era un gran narrador que ahora se me viene a la cabeza.

VT: Serafín J García también. Todo el grupo de los intelectuales de Mercedes, Soriano, en torno a Asir, que queda teñido por la visión política, porque durante la época de la dictadura muchos participaron en el gobierno desde algunos cargos. Arturo Sergio Visca fue director de la Biblioteca Nacional en toda la dictadura y publicó ensayos muy importantes. Pero claro, quedó manchado por el mal.

Quizás estamos hablando de una época en que la brecha entre Montevideo y el interior estaba muy marcada.

DGB: Sí, Visca en los 60, por medio de Banda Oriental, fue uno de los principales intelectuales que intentó reivindicar la narrativa del interior frente a la mirada del 45.

VT: Todo el grupo de Asir, [Domingo] Bordoli, [Washington] Lockhart, se une en Montevideo con gente como [Heber] Raviolo. Y las peñas de Mingo Bordoli fueron despreciadas por Benedetti, Rodríguez Monegal, que decían que eran unos gauchos burros.

DGB: Lo mismo con Morosoli, que es un escritor extraordinario, técnicamente mejor que Raymond Carver. Y pierde un poco la pulseada cuando un lector nuevo, de formación citadina, se enfrenta a su obra y lee sobre un tipo que está haciendo un surco en la tierra, de mañana, y salen los niños vestidos de ponchito.

¿El trabajo que hacía Heber Raviolo como editor se diferencia mucho del contexto de producción actual?

DGB: Hemos hablado con algunos de la lista sobre el tema, y ha decaído la figura del editor, el editor de raza. Él fue nuestro primer editor, y cuando lo ibas a ver no sabía nada de números pero estabas tres horas hablando de literatura. Hoy en día no sé si un editor tiene tres horas para sentarse a hablar contigo de Madame Bovary o Bartolomé Hidalgo. El mundo editorial cambió, en este caso para mal, porque ese tiempo aporta mucho a la creación. Hoy la figura es más de empresario, porque los tiempos son otros y las necesidades parecen ser otras.

VT: Y es abismal cómo influye eso en el resultado. En mi obra hubo un antes y un después de mi experiencia con Carlos María Domínguez. El libro de Real de Azúa lo escribí con él como editor ad hoc, durante 12 meses, capítulo a capítulo. Nadie trabaja así en Uruguay, yo tuve la suerte de poder solventar los gastos. Los editores de las editoriales grandes tienen muchos proyectos en el año. Inevitablemente, son más rápidos los tiempos.

¿Creen que Raviolo apostó por otra literatura?

DGB: Ahí se ve su inteligencia, porque te das cuenta de que Banda Oriental, desde sus inicios y hasta que murió Raviolo, siempre tenía un ojo puesto de Montevideo hacia el interior del país, y eso nos favoreció a nosotros. Cuando ganamos el premio de Banda Oriental, como también le pasó a Pedro Peña, Leonardo de León, Martín Bentancor, Heber estaba fascinado y muy interesado, viendo surgir algo que le gustaba.

VT: Ojo, mirá que el jurado no nos premiaba por eso, canalizaron algo que estaba sucediendo fuera de Montevideo y pegamos todos ese premio y él tuvo el inmenso gusto, el último movimiento de su vida, de haber sido el empuje para todos nosotros.

DGB: Cuando empieza Banda Oriental, uno de sus primeros esfuerzos fue reunir la obra completa de Morosoli; él siempre tuvo la espina clavada de no haberlo conocido.

En una de las mesas nombraste a Selva Almada como una de las escritoras contemporáneas más destacadas, ¿qué te interesa de su literatura?

DGB: Me gusta mucho que tenga un ojo puesto en la tradición, en aprender, y en usar los recursos que la tradición te brinda para poder narrar y articularlo con las preocupaciones de tus circunstancias actuales.

VT: Claro, hoy hay una mirada casi absoluta de todo para adelante. Todo es para ahora y para adelante. Sólo avanzar. El pasado pisado. Yo lo noto mucho ahora.

DGB: Pero mirá que no es de ahora. Hay un ensayo de Ezra Pound de comienzos de siglo XX que se llama El arte de la poesía, y se quejaba de los poetas en lengua inglesa, que habían perdido la capacidad auditiva, no tenían sentido de la rima, y que era necesario que empezaran a mirar hacia atrás, leer a Goethe, a Tasso, y después volver a escribir. En realidad, toda época literaria tiene sus crisis, y una de ellas es cómo contar lo que está sucediendo ahora y en qué modo se puede diferenciar de lo que ya se contó y qué de lo que ya se contó nos sirve. Pero romper con la tradición de forma tan tajante, salvo que alguien sea un genio, es casi imposible. Joyce era un genio y necesitó usar La Odisea.

¿Qué sucede cuando se ignora la tradición?

VT: Hay mucha ingenuidad. Cuando alguien no conoce la tradición, la historia, lo que ya se hizo, queda un poco en falso. Nosotros venimos de una generación mucho más formada que la anterior. La de los 90 estaba muy influida por la salida de la dictadura, por esos traumas, la influencia del punk, lo antiintelectual y una especie de anarquía bastante destructiva, sobre todo con los del 45, a quienes había que desbancar para ser los número uno. Toda esa actitud desafiante de “me cago en Benedetti”, “me cago en Idea Vilariño”, del gordo Escanlar, toda la gente que escribió en los 90 tuvo mucha actitud y mucho acting y muy poca calidad literaria, y es consecuencia de que no habían leído mucho. Capaz que no tenían cómo leer o no tuvieron a nadie que les dijera “che, está todo bien con que te pongas la camiseta con la A, pero leé a este y a este”.

¿Y qué podrías destacar de esa generación?

VT: Y, dentro de esas críticas existieron algunas interesantes, como que los del 45 habían estado en el exilio y quisieron volver a sus tronos, como sucedió en la universidad, en los gremios. O que venían a decir lo que estaba bien y lo que estaba mal, después de que estuvieron 15 años afuera recorriendo el mundo. Pero esa actitud provocadora no dio una obra importante, me parece, salvo excepciones como la de Roberto Appratto, que tiene mucho que ver con el que quedó en el medio, el uruguayo que no era tupa ni miliquero e hizo lo que pudo. El período 1973-1985 es reducido a “los años de plomo” o “la oscuridad” y eso es falso porque hubo un montón de gente de distintas vertientes que escribió trabajos muy buenos en todos los géneros. Algunos desde la resistencia; otros desde el, llamémosle, colaboracionismo.

¿A quiénes te referís?

VT: Cuando empezás a repasar, son 40 o 50 autores, desde el grupo de Maca [Wojciechowski], Luis Bravo, Roberto Mascaró, más los narradores como Domingo Bordoli, Enrique Estrázulas. Hay que leer, hay que investigar, si no lo fácil es borrar y empezar a escribir la gran obra sin saber de dónde viene uno.