En octubre, en la Feria del Libro, Carlos María Domínguez presentó El idioma de la fragilidad, una de sus novelas-biografías (la más famosa, aquí y en varios países, es El bastardo, sobre Roberto de las Carreras). Hay otra línea, más “ficcional” en la narrativa de este argentino que se afincó hace décadas en Uruguay. Y en esa línea hay un subtema marino, patente en títulos como Escritos en el agua (2002), Mares baldíos (2005), Cuando el río suena (2012), y también en La costa ciega, que publicó Planeta en 2009 y que ahora reedita Banda Oriental.

Con el Plan Cóndor como un fondo difuso, la historia es contemporánea y narra el encuentro entre una joven que se está fugando de su casa y un hombre con un pasado doloroso en la ciudad de Rocha, camino al mar de Valizas. “Se trata de las horas finales de un tipo que atravesó la dictadura y luego trata de elaborar un duelo personal de la relación con una mujer para poder encarar otra. En La costa ciega se juegan muchas cosas, muchos destinos truncados, muchos destinos paralelos, situaciones confusas”, decía el autor cuando apareció la novela.

Uno de los desafíos de La costa ciega es comprender exactamente quién es el narrador y cuál es la conexión entre las historias que se despliegan. “La idea es llevar al lector al grado de que no sepa qué historia le estoy contando; está entendiendo una historia, porque el lenguaje es directo, no ofrece complicaciones, pero no queda claro dentro de qué historia se está. Poco a poco se va dando una inteligencia en la novela, aparecen claves que se pueden leer. Hacer participar al lector del misterio de la novela es una cosa que yo como lector disfruto mucho. Me ha pasado con novelas de William Faulkner, con algunas cosas de Joseph Conrad, con las mejores cosas que he leído: la noción de estar perdido. Me pareció que era un desafío formal interesante para narrar un tema como este, que necesitaba incorporar la conflictividad y los malentendidos de la dictadura a una ambición literaria mayor; no quedar pegado al reflejo testimonial, sino utilizarlo para otro fin. En eso el papel del narrador es clave, porque hay un tema casi epistemológico dentro del género de la novela, entre el narrador y quien escucha la historia, que es esta mujer, Ema, mientras teje ropa de bebé en el parador. Lo curioso que ofrece La costa ciega es que mientras él está contando la historia a esta mujer, algo pasa también a su alrededor, pero él no lo percibe bien. Está la intención de llevar al lector a la reflexión sobre el lugar del narrador y el lugar del lector en la composición de una ficción, haciéndolo narrativamente, porque no es tarea de un narrador construir un ensayo, pero sí inducirlo. Como una cantidad de escritores que admiro, tengo la idea de nunca contar una sola cosa, sino varias, una manifiesta y otra implícita. Al mismo tiempo, me interesa explorar los modos de contar, los recursos de la novela, la gama de posibilidades que pueden hacer crecer al género”, contaba Domínguez en 2009.