Dani Umpi como drag queen, Leandro Delgado como demonio, Lalo Barrubia motoquera, Felipe Polleri en un laboratorio. Hace tres años, el proyecto ganó un Fondo Concursable del MEC en el rubro fotografía. A partir de esta semana, es un lujoso libro (Estuario, $ 580) de más de 100 páginas que reúne 38 retratos de escritores, además de sus correspondientes semblanzas y un epílogo que oficia de behind the scenes.
“La idea la tenía en la cabeza desde que leí el cuento de Bolaño ‘Últimos atardeceres en la tierra’, en el cual el hijo de un ex boxeador se ponía a leer una antología de escritores surrealistas y se detenía largo tiempo en las fotografías de cada uno de ellos. Me generó un gran interés pensar cómo sería para un chico entusiasmado por la literatura uruguaya recorrer las fotografías de escritores de este país. Cuando conocí a Mauro Martella en el FILBA [Feria Internacional del Libro de Buenos Aires] de Montevideo encontré a un fotógrafo sumamente versátil, que podía ser capaz de llevar ese proyecto a cabo, sobre todo a partir de la idea de hacer que cada foto dialogue con la imaginería de la obra de cada escritor. Más tarde llamamos a Lucía Germano por su protagonismo en diversos eventos y proyectos que juntaban transversalmente a escritores jóvenes y mayores de la narrativa uruguaya, porque nos parecía que nos podía enriquecer mucho a la hora de pensar qué autores e ir dando más definición al libro”, cuenta Agustín Acevedo Kanopa, colaborador de estas páginas, psicólogo y también uno de los autores retratados (“es un tanto neurotizante verse a uno mismo en un catálogo o antología que uno mismo elaboró, pero ya a esta altura he hecho las paces con mi autopercepción como autor en las letras uruguayas”, explica).
Las fotos fueron concebidas tras largos intercambios por los tres encargados del proyecto, cuenta Martella: “La técnica de la foto y el lenguaje usado eran aquellos que potenciaban lo que necesitábamos mostrar de cada narrador y su imaginario. Pensar la fotografía con la cabeza del narrador, y no con los caprichos del fotógrafo. Era necesario ser completamente versátil, y despegarme de mi estilo o de cualquier sello autoral. Definida la idea, se buscaba la forma más viable de llevarla a la fotografía. Por eso, para un autor de novela negra, como Rodolfo Santullo, Hugo o Fontana, la mejor opción era tomar como referencia escenas del cine noir. Para Mercedes Estramil, partiendo de su novela Irreversible, el camino fue tomar elementos de David Lynch, en una habitación de hotel que parecía sacada del universo Twin Peaks. Leo Maslíah, con su perfil multifacético de músico, narrador y coleccionista de cómics, sumado a su fascinación por jugar con su imagen photoshopeada, validó esa loca idea de un montaje, para el cual se usaron 64 fotografías del Leo lector, rodeando e ignorando a un único Leo músico en la sala Zitarrosa. Las locaciones fueron buscadas una vez que se definía la idea de la foto. En ningún caso se definió una foto en función de una locación. Para Peveroni sabíamos que necesitábamos una bañera con patas, en un baño enorme, antiguo y descuidado, para recrear la escena de Tobogán blanco. Para Trujillo, el entorno debía ser una fábrica industrial, destruida y gris, como el universo de Torquator o El vigilante. El personaje de El increíble Springer, de González Bertolino, requería de su campo de golf, y Espinosa no podía dejar de ser retratado en su bar de cabecera en su Treinta y Tres natal. Las redes sociales sirvieron como fuente de búsqueda y de consultas, no sólo de locaciones, sino de extras para aquellas fotos que requerían de terceros, y para conseguir los pedidos de materiales más insólitos, que iban desde un jarrón de porcelana a un corazón de cerdo”.
El libro fue presentado la semana pasada sobre el cierre de la Feria del Libro de Buenos Aires, pero algunas de las tomas de Martella ya podían apreciarse como gigantografías en el stand de Montevideo Ciudad Abierta. “Le agradecemos mucho a Gabriel Peveroni”, dice Lucía Germano, que cuenta con orgullo que la intervención de Elsa Drucaroff, “la crítica de la nueva narrativa argentina”, fue “un buen espaldarazo”.
En el prólogo, los autores aclaran que la falta de un canon literario reciente provoca un vacío en la iconografía de los escritores, pero también es posible afirmar que esta reunión de fotos opera, a su vez, como antología canónica. Así lo ven los autores: “Teníamos que hacer un recorte base, y considerando que los tres teníamos un conocimiento mucho más vasto dentro de la narrativa que dentro de la poesía, optamos por remitirnos exclusivamente a escritores de ese rubro. El otro recorte que siguió fue que los elegidos fueran escritores aún activos, y que tuvieran al menos dos obras de narrativa publicadas. Dejamos por fuera un montón de escritores de narrativa infantil y juvenil; esto fue un tanto arbitrario quizás, pero hay una profusión tal que sentíamos que podíamos cometer una injusticia metiendo uno y dejando afuera a otro. Después hay otros criterios que obedecen al impacto de cierto autor o autora en el campo cultural, como así también a un elemento más inevitablemente subjetivo que tiene que ver con los criterios de calidad que el equipo manejaba. Finalmente, había otro elemento que nos interesaba, que era el de la transversalidad, la posibilidad de hacer convivir autores de gran trayectoria, como Mario Delgado Aparaín o Hugo Fontana, con otros más recientes, como Carolina Bello o Martín Lasalt. Más allá de esto, si bien cualquier elección o antología no es inocente, ya que lleva en su vientre una idea de lo que puede ser una literatura nacional, ya sea oficial o alternativa, creemos que para poder considerar esta selección bajo el término de ‘canon’ debería pasar mucho más tiempo, dejar que la masa leude, por así decirlo. Fíjense que en la lista hay escritores aún jovencísimos, en criterios de producción, sobre todo, y eso es mucho más difícil de analizar a nivel de obra e impacto. Además, como toda lista, siempre padece ausencias importantes. Quizás la más dolorosa de todas fue la de Amir Hamed, que falleció una semana antes de que pudiéramos concretar su foto. Pero también nos duele no haber llegado a tiempo para incluir a Roberto Echavarren, por ejemplo, o quizás no ampliar el espectro de la representación de algunos géneros como la ciencia ficción. Hubo otros autores con los que no se pudo contactar o llegar a un acuerdo para realizar la fotografía, algunos de ellos bastante relevantes. Un término que siempre nos hizo sentir más cómodos es el de ‘cartografía’, porque lo que nos animamos a hacer es más bien un esbozo, un lugar a transitar, que sobre todo sirva para los que se quieren aventurar en la narrativa uruguaya”.