Las filmaciones caseras en formato super 8 tuvieron su momento alto durante las décadas de 1960 y 1970, y aunque luego fueron sustituidas por el registro en video, todavía pueden encontrarse en alguna feria viejas películas que documentan cumpleaños, casamientos y otros eventos familiares, teñidos de amarillo, rojo y rosado, con iluminación difusa y definición dudosa.
El título del más reciente libro de Natalia Mardero, Escrito en super 8, puede sugerir que recopila recuerdos de esa época, impresiones de la niñez de la autora (nacida en 1975). No es del todo así: el primer relato, “La quinta”, es efectivamente una evocación de la infancia en la primera mitad de los 80, pero el que le sigue, “El recepcionista”, no tiene marca autobiográfica alguna; por el contrario, está movido por la dinámica intriga-desenlace, es decir, por una estrategia clásica. La dualidad se mantiene en el resto de las páginas: hay relatos como “Sacrificio” o “La amiga de mamá” en los que lo central sí son las miradas a la niñez y la adolescencia, a los hitos de crecimiento, que se alternan con otros (“El anticuario”, “Un pueblo en verano”) claramente alejados de esos ambientes.
“La elección del título se me hizo difícil. Si bien sentía que todos los cuentos convivían bien juntos, quería un nombre que sugiriera esa relación. No quería que el libro tuviera el nombre de un cuento en particular (eso significaba darle a ese más protagonismo que a los otros), así que me puse a pensar en qué cosas los unían. Al principio creí que el nombre tenía que ir por el lado de las protagonistas mujeres. Y después dije: ‘No, eso no tiene por qué destacarse desde el título’; hubiese sido forzado, porque no es lo que importa, no es lo que les da sentido. Que sean protagonistas mujeres es real, pero circunstancial. Entonces entendí que lo que había en todos era recuerdos, memoria, cruces intergeneracionales, reflexiones sobre el paso del tiempo. Todo eso está en el pulso de los relatos. Además está ese modo de ver las historias como a través de un filtro. En mi mente las imágenes son muy nítidas, veo las escenas claramente, hay algo muy visual ahí. Entonces en uno de los cuentos los protagonistas recuerdan los acontecimientos del día –como en una película de super 8–. Y eso me gustó. Los recuerdos muchas veces parecen tener esa textura tan particular”, dice Mardero.
Su libro anterior, Cordón Soho, era una novela de retrato generacional. Esas coordenadas etarias ya no aparecen tan claras, las alusiones a la cultura televisiva brillan por su ausencia y los cuentos oscilan entre la primera y la tercera persona.
“Hay una intención de mi parte. Primero, de volver al cuento; este es mi segundo libro de cuentos desde Posmonauta, es decir, casi 20 años después. Por otro lado, si me iba a embarcar en este proyecto tenía que ser diferente. Lo fue en parte naturalmente, porque una tiene más años, más experiencias y más lecturas encima, y por otro me interesaba explorar relatos de más largo aliento, que tuvieran diferentes niveles de lectura, que ahondaran un poquito más en los personajes, que les dieran tiempo de desarrollarse y no apurar tanto la anécdota. Entonces en mi caso dar un volantazo y cambiar de rumbo significaba ponerme ‘seria’. Me interesaba el formato del cuento clásico para contar estas historias”, comenta.
La búsqueda de temáticas más densas es clara en “La quinta”, donde el plebiscito de 1980 y la militancia de un amigo mayor juegan como elementos de la trama. El cuento, en algún sentido, remite a “Los bolches”, un relato aparecido en la antología de narrativa joven El descontento y la promesa (compilada por Hugo Achugar en 2008).
“Ese cuento en particular surge del recuerdo de mi vida liceal y de los personajes que conocí en ese ámbito, en cambio ‘La quinta’ es una especie de homenaje a la calle donde me crie. Éramos niños y niñas nacidos en dictadura, a veces muy chicos para entender algunas cosas, pero sin duda todo eso nos afectó. Si no tenías un familiar directamente involucrado, había un amigo de tus padres, un vecino, el padre de un compañero de escuela. No nos pasaba por el costado, podía ser algo bastante tenebroso, aunque nuestros padres trataran de hacer que la vida transcurriera lo más normal posible. Por lo general tenemos el relato de la dictadura a través de sus protagonistas directos, pero nuestra generación también la vivió y la sufrió, y creo que recuperar esa mirada infantil no sólo es válido, también es necesario”.
Una recomendación personal: el cuento “La tapa de Julio”, que superpone hábilmente las miradas de una experiente editora de revista y la de una aspirante a colaboradora, con prosa minimalista y desmoronamiento de fondo, a lo Raymond Carver.
Escrito en super 8, de Natalia Mardero. Estuario, $ 370. Se presenta el mes que viene, el 4 de junio a las 19.30 en Museo de Artes Visuales.