Nacieron en el mismo año –1920– y también murieron en el mismo año: 2009, cuando lo que tocaba celebrar era el centenario de otro integrante de la generación del 45: Juan Carlos Onetti. Idea Vilariño y Mario Benedetti estuvieron, para el crítico Ángel Rama, en el centro de la primera promoción de esa “generación crítica”. Las trayectorias de ambos se cruzaron en la revista Número, donde, con distintas estrategias, se plantaron contra el conformismo y el provincianismo que dominaba la cultura uruguaya de los años 40 y principios del 50.
En tanto creadores, los impactos en el público de Vilariño y Benedetti fueron dispares, pero tienden a confluir a medida que avanzamos en este siglo. Vilariño fue la más conocida de un conjunto de mujeres poetas que, a pesar de que aunaron la búsqueda formal al lenguaje accesible, en su momento quedaron confinadas a los circuitos de difusión de género. Con el tiempo, sin embargo, el estatus de Vilariño como “artista de culto” ha ido cediendo ante la difusión no sólo de su obra, sino de lo que su obra representa para nuevas generaciones que la leen desde una óptica decididamente feminista.
Benedetti, en cambio, transitó en vida el camino de la popularidad, aunque, paradójicamente, son algunas de sus novelas y versos los que concentran la atención masiva, mientras que hay zonas de su ensayística y su poesía que permanecen en relativo desconocimiento. Entre las múltiples vertientes de las letras que trabajó Benedetti también estuvo la del periodismo (como cronista, como crítico, como humorista).
En 1971, Mario Benedetti le envió un cuestionario a Idea Vilariño y el diálogo se publicó en la edición del 29 de octubre del semanario Marcha. En esta entrevista quedan claros la aproximación a la literatura y el compromiso político de ambos. Reproducimos aquí algunos fragmentos de una de las pocas entrevistas que concedió la poeta.
[...] Benedetti: Es notoria su preocupación por los ritmos, que se refleja en sus estudios sobre este aspecto de la obra de Machado, Herrera y Reissig, etcétera, y por supuesto en su propia obra. ¿Cuáles han sido, en realidad, la esencia y el impulso de esa preocupación? O dicho en otras palabras, ¿qué significado particular tiene para usted el ritmo en relación con el hecho poético?
Vilariño: Son dos o tres preguntas. Mi padre era buen poeta y gran conocedor de formas y de ritmos. Y tal vez el mejor lector de poemas que conocí: hacia oír también el sonido, los acentos. Ambas condiciones fueron una buena escuela desde temprano. Por otra parte, diría que tengo algo de eso que llaman “espíritu científico” (pensaba dedicarme a la investigación científica). Quise saber qué pasaba con los versos. Perdí mucho tiempo leyendo acerca de sáficos y anapésticos, de rimas femeninas y masculinas. Luego di con [Pius] Servien y su método y, aunque él mismo no lo había desarrollado, fue lo que yo estaba buscando. Permite un estudio de los ritmos casi infinito y para mí apasionante. Es lo que sé hacer mejor. Le dije hace poco a [Jorge]Ruffinelli que, si hoy no hubiera otras cosas más urgentes en qué trabajar, habría que pagarme para que me encerrara a trabajar en eso. Tal vez no importa demasiado; hoy importan más, y con sobradas razones, otras zonas del quehacer artístico. Sea como sea, a mí me interesa sobremanera. ¿Qué significado tiene el ritmo? Es fundamental en todo hecho poético. En un poema puede faltar todo lo demás; hasta puede, en determinados juegos, faltar el sentido; nunca el ritmo. Es esencial; por él algo es o no lírico.
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Benedetti: Su militancia política, antimperialista y antioligárquica viene de muy atrás; sin embargo, sólo esporádicamente se ha reflejado en su obra. ¿Por qué?
Vilariño: Cuando la lucha contra el tratado militar con los Estados Unidos (¿1950? ¿1951?), publiqué algunos poemas políticos –uno, que nunca más vi, en Marcha; otro en Guatemala– que no gustaron a nadie. Pero, se acuerda, el Uruguay era otro. Con un poco de distracción todavía eran posibles el individualismo, el retraimiento, el trabajo intelectual reposado. Hubo la tarea bastante absorbente de hacer Número, hubo una buena dosis de enfermedad, dificultades, amor. Por el 60 andaba comenzando mi casa de Las Toscas pera retirarme, salirme de todo. Y entonces empezó la lucha por Cuba, y después siguió la nuestra. Entonces la revolución, como toda experiencia auténtica, fue dando sus poemas.
Benedetti: En estos últimos tiempos, usted, como tantos otros poetas uruguayos, ha trabajado en letras de canciones políticas. Personalmente, ¿qué la llevó a ese nuevo género?
Vilariño: El factor determinante fue, sin duda, la pléyade de excelentes cantores populares militantes y valientes que tenemos. Si no, me hubiera quedado en los poemas políticos. Pero había allí un vehículo inmejorable – llegan a donde nuestros libros no llegaron nunca, a todos – y, además, ellos necesitaban, necesitan, letras. Y la gente necesita oírlos. Por eso – y seguramente usted ha sentido lo mismo con sus Cielitos – me ha dado mucha más alegría oír cantar por ahí, más o menos anónimamente, “Los orientales” que la edición de mis poesías completas que ni a mí ni a nadie importó nada.
Benedetti: Ya sé que a todos nos importan el amor y la muerte. Pero en su obra aparecen a veces como obsesiones ante una inclemente perspectiva, como condenas a cumplir. ¿Es realmente así?
Vilariño: No, no es así. No son obsesiones sino certezas. Y, ¿no será la actitud más lúcida, más sana, saber, tener presente que la vida, que el amor se acaban? Ver a los otros y a uno mismo caminando a la muerte, vivir el amor a término, tal vez hagan el amor y la vida más terribles y amargos pero, tal vez, también, más intensos, más hondos. Digo.
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