Un nombre insoslayable en la literatura infantil y juvenil uruguaya (LIJ) es el de Roy Berocay, uno de los protagonistas de la renovación de ese campo en la década de 1990, quien ha construido una carrera extensa y sostenida desde que en 1989 salió publicado el primero de los libros de su popular personaje el sapo Ruperto.
Con una escritura fresca, cómplice con sus lectores, que da cabida al humor y a temas y un lenguaje cercanos, cimentó una trayectoria literaria que abarcó tanto el cuento como la novela y se dirigió a los más chicos pero también a los adolescentes, por ejemplo con la saga que conforman Pequeña ala, La niebla y Tan azul, y posteriormente con La misma cantidad de osos, por nombrar sólo un puñado.
Sus libros, como los de otros autores de su generación, están en las antípodas del didactismo y se caracterizan por una manera de decir sin vueltas, una narrativa ágil y cierta facilidad para mirar el mundo con ojos de niño. Personajes fuertes, que lo exceden y tienen peso propio, como Ruperto y Mayte, la protagonista del otro gran mojón de los inicios de su carrera, la novela Pateando lunas, han caracterizado su obra, que ha traspasado las fronteras de las páginas cuando, hace 11 años, junto con sus hijos Bruno y Pablo formó la banda de rock para niños Ruperto Rocanrol.
Instalado en su casa en la costa de Canelones, y en plena emergencia sanitaria, conversó vía Whatsapp sobre sapos, rocanrol y la novedad de que está por salir Superniña, una novela que retoma el personaje de Mayte casi 30 años después, protagonizado por Lali, su hija.
Pertenecés a una generación que revolucionó el ámbito de la LIJ en los 90. Tu personaje el sapo Ruperto fue fundamental en esa oleada renovadora, a tal punto que Magdalena Helguera, en su investigación A salto de sapo, lo considera un hito, un punto de inflexión. ¿Cómo fueron esos comienzos de tu actividad como escritor de LIJ en ese ambiente fermental?
Yo había publicado una novela que se llamaba Pescasueños con una editorial pequeña que se llamaba Proyección. El editor de ese libro, Carlos Marchesi, un día me llamó y me preguntó si me animaba a escribir algo para niños, porque le parecía, por mi forma de escribir, por mi imaginación, que podía servir. Yo de noche les inventaba cuentos a mis hijas –en ese momento tenía dos hijas–, y esos cuentos ya tenían un sapo que se llamaba Ruperto. Les di forma literaria y se los entregué. Le gustaron, pero fue pasando el tiempo, creo que dos años o algo así, y no pasaba nada. Un día la editorial TAE convocó un concurso de cuentos para niños y el premio consistía en la publicación del libro; escribí otros cuentos con el sapo Ruperto y los mandé. Terminé ganando el concurso y me iban a publicar el libro. Cuando Marchesi se enteró, decidió publicar Aventuras del sapo Ruperto, que lo tenía encajonado desde hacía un tiempo. Así fue que salieron los dos libros con unos dos meses de diferencia. Para mí fue toda una sorpresa, porque al poco tiempo me empezaron a llamar de escuelas, se generó cierta repercusión. Ese año los dos libros integraron la terna de finalistas del Bartolomé Hidalgo, cosa que me sorprendió aun más, pero no lo gané, lo ganó un señor que se llamaba Esteban Stankov. Votaron por mayoría, con el voto disidente de quien sería mi hada madrina, Ana María Bavosi.
Bavosi es un pilar en el crecimiento y el cuidado de la LIJ en Uruguay. ¿Qué papel tuvo en aquellos momentos?
En mi caso, Ana María jugó un papel muy importante. Mi primer contacto con ella fue, justamente, cuando anunciaron el ganador del Bartolomé Hidalgo: se acercó, se presentó y me dijo que no había estado para nada de acuerdo con la decisión, que lo que yo había hecho era muy diferente, y me dio para adelante. Me empezó a dar manija con que yo tenía que escribir una novela para niños, que no existía ninguna en Uruguay; me acosó, literariamente. Me propuso que la escribiera y la mandara a un concurso de una editorial, que era Barco de Vapor, y escribí Pateando lunas. Se la mandé, ella la mandó, la rebotaron; curiosamente, en la votación la que terminó bochando la novela fue una mujer. Ana María en ese momento estaba en Mosca y estaba por iniciar un proyecto editorial, así que decidió que lo iba a editar ella, salió y pasó todo lo que pasó, que fue una cosa muy notable. Simultáneamente, siguieron apareciendo libros del sapo Ruperto, seguí escribiendo y empezaron a multiplicarse, también gracias a una puesta en escena de una obra del sapo Ruperto en El Galpón, dirigida por Dervy Vilas.
Pateando lunas fue otro de los momentos importantes de los comienzos de tu carrera, que empezó con dos obras muy fuertes, que han persistido durante mucho tiempo y se mantienen con vigencia. Hace poco cumplió 25 años este libro que tenía como protagonista a una niña muy particular y fuerte, un personaje muy pensable en el momento actual, con el avance del feminismo, aunque en aquel momento era bastante diferente. Quizá esa singularidad de Mayte tenga que ver con la recepción que tuvo y con que haya tenido tantas ediciones y haya seguido despertando el mismo interés.
Pateando lunas fue también una especie de mojón en mi carrera. En realidad, uno podría pensar que la época tuvo mucha incidencia. Sin embargo, sigue siendo mi libro más vendido, mes a mes, año a año. A veces me pongo a pensar en si las cosas realmente cambiaron tanto o si por lo menos la percepción de las niñas y los niños sigue siendo más o menos la misma. También tuvo una especie de nuevo espaldarazo, desde hace algún tiempo, por todo el tema del movimiento feminista y de la reivindicación de los derechos de las mujeres; eso le volvió a dar impulso. Sigue siendo mi libro más vendido y sigue generando un montón de cosas. Ahora, antes de la aparición del coronavirus y demás, estaba despegando en Argentina y se estaba empezando a usar en colegios. Creo que tiene que ver con que hay cosas que se mantuvieron, impedimentos o represión hacia las mujeres y sus posibilidades, y eso hace que siga teniendo una especie de magia propia, de vigencia.
“En un momento me di cuenta de que no tenía derecho a no seguir escribiendo del sapo Ruperto, porque había cierta cosa afectiva del personaje. El personaje les daba algo a un montón de gurises que yo no terminaba de determinar bien qué era, pero que a ellos les hacía bien, los divertía, les generaba cosas”.
El año pasado el sapo Ruperto cumplió 30 años, durante los cuales ha mantenido su vigencia y ha conquistado sucesivas generaciones de nuevos lectores. ¿Cómo te llevás vos con ese personaje tan emblemático, que ha crecido tanto, que ha adquirido vida propia, pasados tantos años y tantas páginas?
Mi relación con Ruperto ha sufrido altibajos. Al principio los libros y las cosas que pasaban me daban mucho entusiasmo, pero veía que cuando trataba de escribir otras cosas no tenían la misma respuesta, salvo Pateando lunas, El abuelo más loco del mundo, pero no otros libros, como Los telepiratas, Babú, etcétera. Me sentía un poco presionado por el personaje, por la magnitud que iba adquiriendo. Eso me duró un tiempo y, de hecho, en algún momento llegué a considerar no hacer más libros de Ruperto, pero en esa época iba mucho a las escuelas a dar charlas y siempre terminaban girando en torno a Ruperto y los gurises me preguntaban cuándo iba a sacar otro libro de Ruperto. Entonces empecé a darme cuenta de que, de alguna manera, yo no tenía derecho a no hacerlo, porque había cierta cosa afectiva del personaje; tal vez el personaje les daba algo a un montón de gurises que yo no terminaba de determinar bien qué era ni de captarlo, pero que a ellos les hacía bien, los divertía, les generaba cosas. A partir de entonces me amigué de nuevo con el personaje y me planteé que iba a seguir escribiendo del sapo Ruperto, siempre y cuando tuviera una buena idea. No era que iba a sacar un libro de Ruperto sólo por sacarlo; en ese caso, si lo manejara desde un punto de vista comercial, como se hace en otros países, habría 60 libros de Ruperto. Ahí digamos que lo abracé y lo acepté finalmente, y me empecé a sentir orgulloso de que, de alguna manera, si algún día todo lo demás que hacía fallaba o dejaba de funcionar, por lo menos había logrado crear un personaje que estaba en el corazón de muchas niñas y niños.
Ruperto también te llevó a unir tus dos grandes facetas, de escritor y de músico, cuando creaste la banda de rock para niños Ruperto Rocanrol, hace una década, que además llevás adelante con algunos de tus hijos, algo que me imagino que debe de ser lo máximo. ¿Cómo se retroalimentan a nivel creativo el escritor y el músico?
Con la música tuve un proceso más o menos paralelo a la escritura. Integré bandas desde los 16 o 17 años como cantante, después como cantante y guitarrista. Siempre compuse, desde la época del liceo mi primera elección, mi primera vocación era la de ser músico, y ya lo era cuando empecé a escribir, pero siempre mis proyectos musicales estuvieron de mitad de tabla para abajo, por decirlo en términos futbolísticos: nunca lográbamos despegar. En la medida en que me fui haciendo conocido como escritor y la gente se enteraba de que también era músico, me preguntaban por qué no hacía canciones para niños y yo decía que prefería mantener por separado, en mi carrera, los niños por un lado, con los libros, y mi veta adulta de expresión artística por otro lado con la música. En determinado momento, un poco también de casualidad, un amigo me pidió que le compusiera una canción para un encuentro contra el trabajo infantil y compuse “Derecho a jugar”; finalmente no la usaron, pero me di cuenta de que me había salido bastante bien. En ese momento estaba buscando la manera de zafar de mi trabajo diario e independizarme, y se me ocurrió la idea de armar un espectáculo musical que tuviera narraciones y canciones, en la línea de lo que hace el argentino Luis Pescetti. Fiel a mis orígenes, se me ocurrió ponerle una batería y hacer guitarra y batería, y como mi hijo más chico estudiaba batería empezamos a tocar y dimos un par de actuaciones como una especie de dúo, como The White Stripes. Después agregamos a Pablo en el bajo, que es tecladista pero empezó a tocar el bajo para esto. Pasó lo mismo que con los libros: empezó a despegar y a generar un montón de cosas, y no hemos parado. Este año se cumplen 11 años de que arrancamos, y es una cosa que realmente me gusta, me apasiona, me divierto mucho. El ida y vuelta se da a través de los textos, trato de que cada canción cuente una historia.
Los espectáculos son muy divertidos y se caracterizan sobre todo por el diálogo y la interacción con el público. ¿Cómo es tener una banda de rock para niños en un tiempo en que el rock no es lo que más escuchan los chiquilines? ¿Qué tanto se sorprenden?
En realidad, eso nunca nos ocasionó ninguna dificultad. Hemos tocado en todo el país, hasta en escuelas rurales en medio del campo, y los gurises responden de la misma manera. Muchos, la gran mayoría, nunca vieron una banda de rock antes, no tienen idea, pero creo que la cosa tiene varias líneas de comunicación. Una es la música; la diferencia que tiene el rock con otros estilos es que es muy pasional, muy rítmico, tiene cierta contundencia, y con los niños lo que funciona mejor, increíblemente, son los temas más pesados, más rockeros, hasta con niños de jardinera: todos se ponen a saltar automáticamente. Hay una cosa que apela a una cuestión primitiva, que en los niños capaz que está más fresca. Por otro lado está el humor, la desfachatez, esa cosa de complicidad: nosotros estamos de tu lado. Ese es un punto de contacto con los libros, ver las cosas desde el punto de vista del niño y no del de un adulto que está bajando línea, diciéndole que se tiene que portar bien, o lavarse los dientes, o aprender algo. Y también se produce –yo creo que eso tiene que ver con el hecho de que somos padre e hijos– una cosa afectiva que se transmite hacia los gurises y que ellos te devuelven todo el tiempo. Al finalizar los conciertos bajamos a saludar desde el escenario, y vienen los gurises y nos abrazan, comentan, se sacan fotos, también los padres y las madres. Esa parte afectiva es la tercera pata de Ruperto Rocanrol. En realidad somos una banda de rock, pero hemos hecho folclore, murga, música brasilera, folk, tenemos algún tema con una base de reguetón y rock pesado encima; experimentamos bastante y no nos atamos a un solo género. Los gurises no tienen prejuicios, y las cosas les gustan o no les gustan, sin importarles el estilo ni poner en cajones las cosas; son mucho más libres que nosotros, por suerte.
Esa respuesta afectiva, de identificación, conlleva una gran responsabilidad como artista.
Hubo un tiempo en que, un poco por esas cosas, sentía una especie de gran responsabilidad, y después me di cuenta de que había llegado a ese lugar sin pensar en esas cuestiones y que pensar en la responsabilidad, en esto y lo otro, podía aplastarme, congelarme, limitarme. Lo deseché; si bien, obviamente, siento una gran responsabilidad cuando hago lo que hago, mi responsabilidad principal es que lo que hago tiene que estar bueno o, por lo menos, voy a dar lo mejor de mí para que sea lo mejor que podía hacer en ese momento, después está en la gente juzgar si lo logré o no. Ese es el asunto: todo lo demás se da por añadidura. Si uno le pone amor a lo que hace, eso se filtra entre las líneas, en las canciones, en los gestos, sin que uno tenga que ponerse a pensar que va a hacer tal o cual cosa y que tiene que pensar en la responsabilidad. Yo creo que hay que ser responsable pero, antes que nada, hay que ser autoexigente.
“Que en Uruguay los libros lleguen a las niñas y los niños a través de los padres, vía librería, y no de los colegios, como en otras partes, nos libera a los autores de tener que pensar anticipadamente en la cosa didáctica, y nos permite pensar en el verdadero destinatario del libro, que son los niños”.
Vuelvo a la literatura. Tenés una carrera extensa, de varias décadas, y sostenida, con varias decenas de libros publicados, que incluyen tanto cuentos e historietas como novelas juveniles e infantiles, además de la saga de Ruperto. Desde esa perspectiva privilegiada, ¿cómo ves la LIJ uruguaya actual?
Yo creo que, por suerte, Uruguay fue desarrollando una industria de la literatura infantil muy fuerte a lo largo de los años, con escritoras y escritores de todo tipo y que, de alguna manera, siguieron adelante con cosas que se instalaron antes, por ejemplo a través de los libros de Ignacio Martínez, que fue un precursor. Hay de todo. Creo que en promedio hay un muy buen nivel, hay una mirada hacia el mundo infantil que se destaca y que por ahí se diferencia de esa cosa estrictamente comercial que se da en muchos otros países. Puede haber gente con una actitud más marketinera, pero en general hay un muy buen nivel y está bueno que sea así. También se da una cosa a la que poca gente le presta atención. En otros países las editoriales apuntan sus ediciones de literatura infantil a la venta en los colegios, entonces se destaca aquello que puede funcionar en el colegio, aquello que les puede servir a los docentes para trabajar con los niños. En Uruguay los libros llegan a las niñas y los niños a través de los padres, vía librería; son los padres los que deciden comprarlos, más allá de que, de pronto, las maestras y los maestros sugieren tal o cual libro. Eso, de alguna forma, nos libera a los autores de tener que pensar anticipadamente en esa cosa didáctica de si esto le va a servir a la maestra, y nos permite pensar en el verdadero destinatario del libro, que son los niños.
En el mes y pico que llevamos de distanciamiento físico hiciste esfuerzos para que algunos de tus libros se puedan leer en línea, y abriste un canal de Youtube en el que leés algunos de tus textos. ¿Se ha potenciado el relacionamiento con los lectores en este momento?
Es un poco difícil de medir si se ha potenciado. Yo trato de hacer cosas porque me doy cuenta de que hay gente que tiene necesidad de ellas. De hecho, me escriben maestras, he dado charlas virtuales, me piden videos para que salude a tal grupo de tal escuela... Se me ocurrió hacer los audiocuentos porque tengo un estudio en casa y me gusta mucho eso de narrar y a su vez ponerle música y ruiditos, me divierte. Creo que se ha dado cierto acercamiento, pero no sabría medirlo. Son tiempos difíciles para todos. Uno está tratando de hacer cosas: estoy escribiendo una novela, grabando lo que podría llegar a ser mi primer disco solista para grandes, haciendo varias cosas para mantenerme más de 40 días de cuarentena, un poco por salud mental. Repito: no sabría medirlo, pero creo que hay una sensación de comunidad que se ha dado con un montón de gente, que me parece que está bueno y que va a ser una de las cosas que van a quedar en el futuro cuando esto pase.
Roy Berocay en Youtube: ladiaria.com.uy/U2S.