Cuando el presidente Evo Morales fue derrocado, el domingo 10 de noviembre de 2019, varias personas trabajaron para sacarlo de Bolivia y ponerlo a salvo. Hubo tratativas para conseguir un avión de un gobierno extranjero y para que otros países le permitieran cargar combustible o ingresar en su espacio aéreo. Varios gobiernos recibieron llamadas esos días y reaccionaron de distintas maneras, cuenta Alfredo Serrano Mancilla, director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), en su libro Evo: Operación Rescate: una trama geopolítica en 365 días, que presentó el jueves.

Aquel fin de semana, también Serrano Mancilla recibió, en Argentina, una llamada de Álvaro García Linera, el vicepresidente boliviano. Se conocían desde hacía ya un tiempo. El dirigente le transmitió entonces que la situación en Bolivia era crítica y que la vida de Morales estaba en peligro. El presidente boliviano se había refugiado en la zona del Chapare, en Cochabamba, junto a García Linera y la ministra de Salud, Gabriela Montaño, para evitar que lo capturaran los responsables del golpe de Estado. A partir de entonces, Serrano Mancilla estuvo en la primera línea de las gestiones para contactar a aquellos gobiernos que pudieran ayudarlos.

El investigador conversó con la diaria sobre los entretelones de aquellos intentos de rescatar a Morales y sobre su libro, que relata también el exilio del dirigente boliviano en México y Argentina y el retorno a su país, a un año del golpe y ya con su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), otra vez en el gobierno, con Luis Arce como presidente.

¿Cómo fue esa llamada inicial del vicepresidente de Bolivia en la que te pidieron ayuda? ¿Qué te dijo?

Es el arranque del libro. Te lo puedo leer: ““Estamos en el monte, muy adentro. Debemos salvar la vida de Evo. Él no quería salir del país pero ha entendido que no le quedaba otra opción. Debemos cuidar su vida y la del proceso de cambio en Bolivia. Por favor hermano, haz todo lo que puedas para ver cómo sacamos a Evo de acá, vivo’. Y a renglón seguido me la dejó picando. ‘Me dicen que en el aeropuerto del Chimoré, cerca de donde estamos hay un avión. Nos dicen que es un avión argentino oficial. ¿Será? ¿Puedes averiguar?’”.

¿Qué tanto acceso tenías para averiguar?

En ese momento había una reunión del Grupo de Puebla en Buenos Aires en la que yo era invitado como observador, pero recibo la llamada el domingo a la noche, cuando estaban ya escondidos en el campo del trópico de Cochabamba, ya intentando salvar la vida de él y de Evo Morales. A partir de ahí yo comienzo un conjunto de llamadas: a Alberto Fernández, el presidente entrante de Argentina, porque todavía no había asumido, faltaban unos días, y también al gobierno mexicano. Estaba presente en el Grupo de Puebla el vicecanciller para América Latina, Maximiliano Reyes, y un responsable de cancillería de alto nivel, Efraín Valderrama. A Fernández lo conocía, pero a los demás no.

Tuvimos infinitas llamadas, infinitos diálogos. Me tocó vivirlo en primera persona siendo fundamentalmente telefonista y pegamento en medio de tantos actores relevantes, como lo fue el gobierno mexicano, que respondió que sí ante la pregunta loca de si podía mandar un avión a buscar a Evo.

Alberto Fernández también lo intentó con el presidente saliente, Mauricio Macri, que le dio una negativa, a pesar de que le fue planteado como un asunto humanitario. Seguidamente llamó al presidente paraguayo, Mario Abdo, que, a pesar de las diferencias ideológicas, sí aceptó.

Volvimos a llamar a Evo, a Álvaro. Ellos prefirieron que fuera México el país que enviara el avión, por muchas razones históricas, y a partir de ese momento vivimos cosas que luego, con el paso del tiempo, pude trasladar a un libro que parece ficción, pero desgraciadamente es verdad. Parece un thriller, está narrado en un tono de thriller y pretende de alguna manera descubrir lo que hay tras las bambalinas en la geopolítica. Cómo se dan las conversaciones, las negociaciones, las dificultades. Se armó un grupo de Whatsapp en el que había cinco personas: dos del gobierno mexicano, el canciller boliviano, Diego Pary, una persona que estaba en el avión y yo. Algunos de esos diálogos inéditos están reproducidos en el libro.

Pary fue una figura clave. Íbamos coordinando con los dos funcionarios del gobierno mexicano. Por eso digo que tuve un rol más bien de telefonista, intermediario en medio de tanta gente. Creo que todos remamos en la misma dirección, con algunas excepciones, como la del gobierno peruano. [El entonces presidente Martín] Vizcarra había dicho que sí, después dijo que no, y nos impidió la vuelta vía Lima a repostar combustible. O el propio Macri. El último episodio fue el del gobierno ecuatoriano, con [el ahora expresidente] Lenín Moreno, porque desde la torre de control de Guayaquil se negó el paso por espacio aéreo ecuatoriano al avión, ya con Evo, Álvaro y Gabriela adentro, y hubo que modificar el trayecto. En el libro aparece incluso la excusa que desde la torre de control de Guayaquil nos mandó ya a horas tardías de la madrugada, que decía que se impedía una llegada tan directa.

¿No quería involucrarse?

No, pero de hecho casi que no había que involucrarse, porque sólo había que permitir que el vuelo militar mexicano, que ya había hecho lo más difícil, que era entrar y salir del espacio aéreo boliviano en medio del golpe, avanzara. Después el avión voló a Paraguay a repostar combustible, para después volver rumbo a México. Tenía que cruzar Brasil, Perú, Ecuador, salir al mar y llegar a México. Ecuador, no sabemos por qué y prefiero evitar especulaciones, a pesar de haber concedido el permiso a priori, después denegó la posibilidad de entrar en el espacio aéreo. No sé si fue por decisión propia de Lenín Moreno, por llamadas, por presiones, ahí no soy capaz de especular. El vuelo tuvo que desviarse un poquito, tardó algo más en llegar, pero ya no se podía boicotear el plan.

¿Y Macri qué dijo?

Macri le dijo que no a Alberto Fernández, el domingo, en el momento del golpe, a la noche, cuando lo llama el propio Alberto para procurar que Argentina se involucre en mandar un avión, dado que era bastante fácil por la cercanía. Se le planteó como una cuestión humanitaria, más allá de los asuntos ideológicos. No se le pedía a Macri que condenara el golpe ni que hablara con la OEA [Organización de los Estados Americanos] para revertir nada. Pero fue un rotundo no, a diferencia del gobierno paraguayo, porque Mario Abdo, siendo de su misma “bancada ideológica”, sí estuvo dispuesto a poner el avión, que finalmente no fue necesario porque se optó por México, y también permitió que se repostara combustible. En todo momento, tanto en la primera instancia como en la posibilidad de repostar combustible en Argentina, Macri cerró las puertas y le dio la espalda a este momento histórico. Creo que también fue un quién es quién de la política latinoamericana, porque insisto: era un terreno ya prácticamente humanitario, porque lo que peligraba era la vida de Evo Morales.

En un libro del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se menciona que, según el testimonio de un piloto, cuando el avión despegó de Bolivia hubo un disparo, que ese piloto vio algo que identificó como un proyectil lanzado desde la dirección en que se encontraba el aeropuerto, en el que había militares apostados. ¿Tú recogiste algún recuerdo de eso?

Yo recojo en este libro lo que dijo López Obrador, que en el fondo lo que hace es apelar a lo que le dice un piloto, que no asevera, sino que dice que cree. Lo digo por ser muy cuidadoso con ese aspecto. Yo lo recojo en el libro como una hipótesis posible.

Evo y Álvaro no advirtieron [que se hubiera lanzado un proyectil], pero los pilotos pueden haberlo visto. La versión que cuenta el piloto es creíble en tanto, evidentemente, había un intento descarado de evitar que Evo saliera de Bolivia.

En ese momento, en las conversaciones que tuvimos, la discusión era –y ahí hay una coincidencia absoluta– sobre cómo los militares no permitían de ninguna manera facilitar la salida. De hecho, el rescate fue posible gracias a que Evo, Álvaro y Gabriela iban acompañados de un blindaje humano de entre 7.000 y 10.000 personas, personas comunes que los acompañaron precisamente para protegerlos y evitar que la Policía y las Fuerzas Armadas bolivianas los detuvieran.

Hubo momentos de muchas tensiones, con conversaciones de Álvaro García Linera con el general [Jorge] Terceros, en las que las Fuerzas Armadas bolivianas querían incluso que el avión pasara toda la noche allí. Impidieron el repostaje, hicieron lo imposible para evitar que saliera.

¿Qué podrías decir sobre el papel de la OEA?

La OEA, en la madrugada del sábado 9 al domingo 10, de una manera insólita, a las seis de la madrugada, saca un informe preliminar, días antes de la fecha comprometida, para exigir una segunda vuelta, y ahí planteaba también la “no presentación” de Evo Morales en una siguiente instancia electoral y la repetición de las elecciones. Era un informe preliminar, que además tiene muchos errores, lo que luego fue demostrado por muchas instituciones, incluida la nuestra, la Celag, y también por varias universidades de Estados Unidos. Todos coincidimos. Y se demostró en 2020, con los resultados electorales de Luis Arce, que los colegios que ellos habían denunciado por irregularidades, porque creían que 90% a favor del MAS eran valores muy altos, votaban así. En 2020 se ratificó que había más de 90% de votantes del MAS, porque son sus bastiones, donde todo el mundo votó a favor de Evo Morales en 2019 y de Luis Arce en 2020.

¿En algún momento intentaron contactarse con la OEA?

Sí, de hecho esa noche, del sábado al domingo, Evo Morales intenta llamar varias veces con el canciller Diego Pary a la OEA, esa madrugada, porque la tensión era muy alta. [El titular de la OEA, Luis] Almagro no quería hablar, no le respondió a Evo. Es curioso, porque el propio Almagro estuvo en mayo de ese año avalando la posibilidad de repostulación de Evo, acogiéndose a uno de los artículos del Pacto de San José de Costa Rica. Esa noche, cuatro horas después, sacó un comunicado que ya estaba en sintonía con lo que había dicho el día después de las elecciones del 20 de octubre. Yo nunca había visto a un organismo internacional sugiriendo que hubiera segunda vuelta cuando faltaba un millón de votos por contarse. También el gobierno entrante de Argentina, de Alberto Fernández, intentó hablar con la OEA, pero creo que la OEA ya había tomado su decisión, y lo había hecho desde mucho antes, porque, insisto, al día siguiente a las elecciones ya se había pronunciado, y con un informe preliminar –además, preliminar–. Sí se intentó, pero no se pudo hablar, no lo permitieron.

El libro cierra con el regreso de Morales a Bolivia.

Después de la salida de Bolivia yo seguí acompañando a Evo Morales, seguí todo el periplo mexicano. El siguiente capítulo cuenta la venida de Evo Morales a Argentina, un segundo episodio nada fácil, dado que Alberto Fernández asumía el 10 de diciembre de 2019 y Evo Morales, Álvaro García Linera y Gabriela Montaño llegaron al día siguiente. No fue fácil porque había una alerta azul de Interpol puesta por el gobierno golpista. Y se dieron infinitos acontecimientos de buscar vuelo y evitar que fuera público, por cuestiones de seguridad.

Luego las reuniones bilaterales con Alberto Fernández, ya en la quinta de Olivos, con Cristina [Fernández de Kirchner], y otras reuniones que se dieron, la llegada de la pandemia, la vida de Evo en Argentina. Ese es un segundo capítulo, y el tercero, es del regreso, cuando se inicia la posibilidad electoral en Bolivia, y cómo Evo Morales, a distancia, tiene que ser el jefe de campaña. Y el regreso a Bolivia. Yo decidí no volver, precisamente porque quería empezar a escribir el libro, y me contaron también, el propio Álvaro García Linera y Evo, cómo se fue generando la vuelta, el entusiasmo, el regreso al Chapare.