Hoy China participa en todos los órganos de las Naciones Unidas, así como en formatos informales como los BRICS o el G-20, y trata de moldearlos o transformarlos según sus intereses. El rápido progreso de China en las instituciones internacionales y la creciente confianza en sí misma que conlleva este programa sólo pueden entenderse en el contexto del desarrollo extraordinariamente exitoso de su economía.
El modelo de desarrollo chino se basaba en la orientación exportadora, la inversión masiva (tanto estatal como extranjera), la transferencia de tecnología occidental, la represión financiera, los controles de capital y una moneda no convertible. Tras un largo período con tasas de crecimiento a veces de dos dígitos, este sendero de crecimiento cuantitativo alcanzó su límite durante el mandato del primer ministro Wen Jiabao (2003-2013). Las tres décadas de hipercrecimiento hicieron que la economía de China fuera considerada cada vez más como “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”. Desde entonces, volver a equilibrar la economía y al mismo tiempo ponerla en un sendero de crecimiento cualitativo, sostenible y más orientado al mercado interno ha sido el desafío central de los líderes chinos, que el presidente Xi Jinping en particular ha convertido en su programa desde que asumió el cargo en 2012.
El exitoso modelo de desarrollo, bajo presión de todos lados
La desglobalización que se inició con la crisis financiera (2008-2010), y que se aceleró por la pandemia de covid-19 y, desde febrero de 2022, por la guerra de Rusia contra Ucrania, marca un cambio clave en las condiciones marco para el desarrollo de China. No sólo Estados Unidos ha visto a China como un adversario geopolítico clave desde el gobierno de Donald Trump, sino que, también según la percepción de la Unión Europea, China ha pasado de ser el mercado más grande a ser un “rival estratégico”. A su vez, el Parlamento Europeo ha suspendido la ratificación de un acuerdo de inversión con China que implicó largas negociaciones antes de la guerra. Frente a la agresión rusa contra Ucrania, Estados Unidos, Europa, Japón y algunos otros países han dejado de regir sus políticas únicamente según la economía. También están pasando a primer plano aspectos de política de seguridad y defensa. Además, la nueva dimensión de las sanciones occidentales, que van más allá de todo lo previamente conocido, ya está teniendo efectos de largo alcance en la economía mundial. China es vulnerable aquí. Si se restringe el acceso a lo que habían sido los mercados de exportación más grandes, se necesitan otros mercados o el propio mercado interno, nada de lo cual está actualmente a la vista.
Además de la reducción de los mercados de exportación, también se está dificultando el acceso chino a la alta tecnología de Occidente. No sólo Estados Unidos impuso sanciones contra Huawei, fabricantes de semiconductores o microchips, sino que también algunos gobiernos europeos han prohibido recientemente que China adquiera tecnología de punta. No están siendo cuestionadas sólo las inversiones chinas, sino también los subsidios del gobierno chino para empresas de ese país, que distorsionan la competencia, y el trato desigual de las inversiones occidentales en China.
El atractivo del desarrollo se está desvaneciendo
Paralelamente a los desafíos para la política de comercio exterior, también tambalea la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, el principal y muy prestigioso proyecto de política de desarrollo de China. Golpeados por las secuelas de la pandemia, la inflación y las ramificaciones de la guerra en Ucrania, muchos países del Sur global están teniendo dificultades para pagar sus préstamos. Una de las razones se encuentra en las políticas de préstamos que lleva adelante China en su propio interés. Parece que la República Popular está conduciendo a sus socios de la Ruta de la Seda a la trampa del endeudamiento. También se acusa a China de estar acaparando tierras, violando los derechos humanos y contaminando el medioambiente. Y los gerentes de la Ruta de la Seda a menudo parecen comportarse de una manera que no es menos “colonialista” que la de sus contrapartes occidentales. Hoy China es el mayor prestamista del mundo: si Pekín no quiere perder reputación entre los países del Sur global y al mismo tiempo desea evitar que una gran cantidad de préstamos fracase (están en riesgo aproximadamente 118.000 millones de dólares), tiene que mostrar si puede ser más responsable en el manejo de los desafíos del desarrollo que Occidente, al que critica.
Los problemas también se están acumulando en el mercado interno
El mercado interno del país se enfrenta a grandes desafíos cíclicos y estructurales: las elevadas deudas pública y privada, un sector inmobiliario en implosión, bancos sobreendeudados con una supervisión bancaria que no funciona, el envejecimiento progresivo de la población y casi 20% de desempleo juvenil son un lastre para el crecimiento. En simultáneo se registra una extrema desigualdad de ingresos, corrupción persistente, una explosión en los costos de la vivienda e instituciones del Estado de Bienestar subdesarrolladas que podrían compensar y amortiguar socialmente la caída de la demanda. Ya hay cierres de fábricas a causa de la caída de las exportaciones, lo que complica aún más la situación. A esto se suma el costo cada vez mayor de la política china de covid cero. Los recientes confinamientos en Shanghái y Chengdu han dejado sus huellas en la economía, que creció sólo 0,4% en el segundo trimestre de 2022 en comparación con el mismo período del año anterior. Esto aleja mucho el objetivo de crecer 5,5% que estipulaban los políticos.
También está quedando claro que el país no está preparado para la variante ómicron y que sus propias vacunas no pueden competir con las de Occidente. La aplicación brutal de las reglas de cuarentena reveló una dimensión política de la estrategia de covid adoptada por China, que fue reafirmada por Xi en el XX Congreso del Partido Comunista, que tuvo lugar entre el 16 y el 22 de octubre de 2022. Sin embargo, la población china reaccionó con una notoria y creciente incomprensión y contradiciendo la dureza aparentemente sin sentido del gobierno. A fines de diciembre, el gobierno tomó la abrupta decisión del partido de abandonar su política de covid cero. Si la decisión se tomó debido a la creciente protesta popular que atacaba abiertamente al gobierno o si se consideró que el precio económico de la política estaba siendo demasiado alto seguirá siendo un secreto de la dirección gubernamental comunista. En cualquier caso, el pragmatismo mostrado con este cambio radical de rumbo conduce a la aventura de la exposición total a la pandemia a una población con una baja cobertura de vacunación, una vacuna nacional comparativamente ineficaz y un sistema sanitario mal preparado. Los efectos humanos y económicos todavía están por verse. Pero parece evidente que este cambio de política no puede considerarse una medida de confianza entre los dirigentes y la población.
Los años de covid junto con los problemas económicos descritos anteriormente dan la impresión de que la confianza del pueblo en el gobierno y sus líderes se ha erosionado por primera vez en décadas. El pacto de desarrollo chino entre el pueblo y los líderes establece que “nosotros [el gobierno/Partido] aseguramos un aumento continuo de la prosperidad; a cambio, ustedes [el pueblo] renuncian a la participación política y a tener voz”, pero este pacto aparentemente está perdiendo su brillo y su poder para asegurar identidad. Ya hay economistas en Occidente que sospechan que China puede estar avanzando hacia una “japonización” de su economía (en alusión a las dos décadas perdidas de Japón, caracterizadas por un bajo crecimiento y deflación), o que se encontrará en una “trampa de ingresos medios” en un futuro no muy lejano.
En este contexto, está claro que la guerra rusa contra Ucrania llega en un mal momento para China. El país ya tiene bastante con sus propios problemas. A diferencia de Rusia, a China no le interesa destruir el orden internacional existente. La actitud contradictoria de China ante la guerra de Ucrania (apoyando verbalmente a Rusia en todo lo que perjudique a Occidente, pero negándole al mismo tiempo apoyo militar y respetando las sanciones occidentales) es cada vez más difícil de transmitir a nivel internacional. Está erosionando la imagen de China. Vladimir Putin lo vivió cuando, en setiembre, se reunió con Xi Jinping en el marco de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Samarcanda. Xi Jinping le hizo a su “mejor amigo” una advertencia sobre el comportamiento responsable de una gran potencia y las condiciones marco de la globalización: él está “dispuesto a trabajar con Rusia para demostrar la responsabilidad de las grandes potencias”, pero esto debe hacerse “para infundir estabilidad y energía positiva en un mundo caótico”. Y Pekín también ha rechazado claramente las amenazas rusas de usar armas nucleares: lo hizo primero durante la visita del canciller alemán, Olaf Scholz, a la capital china y nuevamente durante la cumbre del G-20 en Bali en noviembre de 2022.
Responder a vientos desfavorables en un mundo caótico
Esta compleja mezcla dio el trasfondo para el XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), donde quedó claro cómo quiere enfrentar el Partido los múltiples desafíos. Inicialmente, el foco estuvo puesto en el aumento de poder del presidente Xi: prueba de esto fue el tercer mandato sin precedentes que se le otorgó. Al mismo tiempo, los tecnócratas orientados al mercado fueron reemplazados en la jefatura del Partido por funcionarios leales a Xi. En el discurso público, el lema de Deng Xiaoping de “dejar que algunos se enriquezcan primero” ha sido reemplazado por el lema de Xi Jinping de “prosperidad común”. Hay un mayor vigor en el combate contra la corrupción desmesurada, y los multimillonarios chinos están desapareciendo temporalmente y/o siendo “puestos en línea”: en la más genuina tradición de la autocrítica comunista. En resumen, desde que Xi asumió el cargo en 2012, en el Reino del Medio hay una tendencia más pronunciada a la recentralización, la repolitización, la reideologización y una mayor represión. La nueva jefatura del Partido simboliza la renuncia a los elementos de liderazgo colectivo y el Partido vuelve a convertirse en la correa de transmisión de la economía y la sociedad.
Los nuevos jefes no cuestionan su propia política. Lo que sí es ostensible es el cambio hacia un dominio de la racionalidad política sobre la racionalidad económica. Esto se da a pesar de que muchos observadores nacionales y extranjeros del éxito de China en las últimas cuatro décadas coinciden en que la descentralización, la delegación de decisiones económicas, la competencia y la creatividad en la economía, y cierto pluralismo interno en la política y reglas no escritas para la gobernabilidad (como los límites en los mandatos de los tomadores de decisiones) han sido elementos constitutivos en el rápido ascenso de China.
Con la China de Xi, una vieja pregunta del debate sobre políticas de desarrollo parece estar regresando a la arena política: ¿pueden una economía y una sociedad manejadas de forma autocrática superar a las democracias de libre mercado en términos de innovación y crecimiento? En el contexto de su integración a las instituciones internacionales, su poder económico, el nivel tecnológico que ha alcanzado, su creciente poderío militar y la vigilancia sobre sus ciudadanos, posibilitado por el sistema de crédito social, China parece estar respondiendo a esta pregunta con un sí.
Con la República Popular ha surgido un actor en la política global que propaga su propia vía al desarrollo y se distingue claramente de las ideas occidentales sobre la universalidad de los derechos humanos, la democracia como la mejor forma posible de gobierno o un papel constructivo para las organizaciones de la sociedad civil, en una comunidad funcional. El exitosísimo modelo chino de recuperación del desarrollo ha eliminado uno de los dogmas del debate sobre el desarrollo –que modernización debía equivaler a occidentalización– y ha demostrado que puede accederse a la modernización de otras maneras.
Sin embargo, desde una perspectiva occidental, queda por ver si un proceso de toma de decisiones recentralizado, repolitizado y reideologizado puede ser lo suficientemente eficiente para competir en la economía global.
En este sentido, la puesta en escena final del XX Congreso del PCCh ha dado señales simbólicas sobre la idea de liderazgo partidario en la era Xi: seis hombres mayores de 60 años aplaudieron a un solo líder. La “otra mitad del cielo” (Mao Zedong) permanece invisible. Veremos qué tan atractivo y eficiente demuestra ser este modelo de gobierno en el mundo globalmente conectado del siglo XXI.
Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad