El estallido de la guerra puede ser analizado como el proceso culminante de una serie de hechos que han presionado al mundo hacia un cambio de época, en el marco de la crisis sistémica global pautada por la transición entre una hegemonía norteamericana que no termina de morir y una multipolaridad que no termina de nacer. Estas primeras dos décadas del siglo XXI han estado signadas por diversas tensiones geoeconómicas y geopolíticas, que no sólo han acentuado, como alega Serbin (2019), un corrimiento del eje del dinamismo del desarrollo económico mundial del Atlántico al Pacífico, sino también el declive del orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial.

Como señala Schulz (2022), el mundo vive hoy un contexto de caos global en cuyo marco se advierte la interrelación de diversas crisis que no sólo implican lo económico, comercial, tecnológico y ecológico, sino también lo político, social y cultural; a partir de lo cual se intensifican los conflictos y los realineamientos geopolíticos. Ello expresa un (des)orden internacional que ya no se condice con la configuración de fuerzas que posicionó a Estados Unidos como la potencia garante de la estabilidad sistémica, en el marco de la llamada pax americana.

Al caos se suman las consecuencias irresueltas de la crisis del capitalismo financiero de 2008 y las implicaciones de una revolución científico-técnica que acelera el tiempo histórico y complejiza las interacciones globales en un mundo cada vez más heterogéneo. En él, actores transnacionales de difusa procedencia muchas veces definen la agenda y resignifican las soberanías nacionales, lo cual propicia las condiciones para una nueva territorialidad del poder. En el plano militar, Sanahuja (2007) señala que este contexto privatiza los conflictos armados y los torna asimétricos, en referencia a la disparidad de recursos y la diversidad de los actores involucrados. En este sentido, asistimos a una privatización de los instrumentos para el uso de la fuerza armada que otrora eran de uso exclusivo de los estados, lo cual, en Estados Unidos, implica una profunda interrelación entre el gobierno y el sector privado aglomerado en el complejo industrial-militar (Schulz, 2022).

Una residente de Terny con la ayuda humanitaria distribuida por los agentes de policía ucranianos en
la región de Donetsk.

Una residente de Terny con la ayuda humanitaria distribuida por los agentes de policía ucranianos en la región de Donetsk.

Foto: Anatolli Stepanov, AFP

Por lo tanto, estamos en tiempos en que los estados, en particular los periféricos, actúan en función de los centros de poder y de manera reactiva a lógicas transnacionales en flujo constante, en detrimento de sus propios intereses nacionales y regionales. Estos procesos no sólo ponen en discusión la capacidad de agencia de los estados para salvaguardar su soberanía, sino también el posicionamiento de Estados Unidos como poder hegemónico. Ello es porque la configuración de actores no estatales como actores influyentes en el sistema internacional, no contenidos por el Estado-nación norteamericano, es uno de los factores de la difusión de poder que pautan el proceso de transición (Schulz, 2022).

En este sentido, el vínculo de ello con la pérdida de poder relativo de la economía debido a la crisis del complejo industrial y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo encauzó el advenimiento de un gobierno reaccionario como el de Donald Trump, antiglobalista y crítico de los organismos multilaterales que institucionalizaron el liderazgo norteamericano luego de 1945. La imposibilidad de definir los resultados de acuerdo a sus intereses en las incursiones militares en Medio Oriente, el afianzamiento de Bashar al Assad en el poder en Siria y la retirada desorganizada de Afganistán en 2020 son algunos ejemplos, aunque no los únicos, que simbolizan este declive estructural estadounidense durante los últimos 20 años. A su vez, la salida unilateral del acuerdo nuclear con Irán, así como la declaración de guerras comerciales hacia adversarios geoestratégicos como China pero también aliados como la Unión Europea, han planteado dudas en torno al liderazgo de Estados Unidos en su posición de garante de la estabilidad frente a los cambios de la globalización. Estos procesos han generado un escenario incierto en la política global.

En lo que concierne a la Unión Europea, se destaca el ascenso de narrativas contestatarias a la supranacionalidad de un bloque regional cuyo margen de acción se ve cada vez más limitado frente a la transnacionalización del capital. Los costos sociales de los procesos de la globalización, como el aumento del desempleo a causa de la deslocalización de estructuras estratégicas hacia otras regiones, implicó la fuerte popularidad de alternativas nacionalistas y de ultraderecha que en algunos países ya han llegado al gobierno, como en Polonia. No es casual que un país sancionado por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea por amenazar la independencia del Poder Judicial, tenga hoy la voz cantante en la avanzada bélica hacia el este. Ello es, imponiéndose frente a posturas más negociadoras como las del canciller alemán, Olaf Scholz, y el presidente francés, Emmanuel Macron, pero, sobre todo, contra los intereses económicos de Alemania en su militancia contra el gasoducto Nord Stream 2, que une a este país con Rusia. Asimismo, la articulación de Polonia con Reino Unido y Estados Unidos para la provisión de armas a Kiev, así como la presión a un gobierno alemán dividido para la provisión de tanques Leopard, minan la centralidad del eje franco-alemán y, por tanto, le quitan relevancia a la Unión Europea como actor geopolítico. En este sentido, la ausencia de liderazgos para el establecimiento de una política de seguridad común, independiente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), desafía la capacidad de la Unión para defender sus propios intereses.

Este contexto de declive del atlantismo occidental en la política internacional cuestiona la pretensión universal de un ideario liberal que, como afirma Doyle (1983), muchas veces ha servido como fundamento de las ambiciones geopolíticas de Estados Unidos y Europa a lo largo de la historia reciente. Por lo tanto, el intento de la administración del presidente estadounidense, Joe Biden, por volver a posicionar al país en un rol de liderazgo en un mundo basado en las reglas de la posguerra entra en fricción con un contexto de crisis de legitimidad del orden liberal internacional y un mayor peso geopolítico de naciones con otras cosmovisiones, como Rusia, China, Turquía e Irán.

Andrej, de 51 años, se abastece de agua en una canilla pública en la ciudad de Avdiivka.

Andrej, de 51 años, se abastece de agua en una canilla pública en la ciudad de Avdiivka.

Foto: Yasuyoshi Chiba, AFP

En consecuencia, la crisis hegemónica de Occidente, así como el mayor margen de maniobra de las potencias emergentes, implica una mayor asertividad de estas y plantea nuevas posibilidades en los esquemas de articulación política para el mundo no occidental. Esto es, a partir de acuerdos y alianzas con la finalidad de obtener mayor capacidad de decisión en las reglas de juego de la nueva gobernanza en los albores de una era posglobal (Bizzozero, 2015). Es en este contexto que se plantea un reordenamiento tectónico a nivel geopolítico que intensifica los conflictos internacionales, particularmente visibles en las zonas fronterizas de los intersticios culturales/civilizacionales del mundo, como lo es Ucrania.

Las causas del conflicto

Además de ser un Estado frontera, Ucrania es un país compuesto por varias nacionalidades. En el este y el sur existe una población de mayoría rusohablante y desde su independencia en 1991 nunca hubo un acuerdo de régimen en torno al tratamiento de las minorías étnicas. No obstante, uno de los momentos clave de esta crisis podría ser el golpe de Estado que ocurrió en 2014, luego de que el gobierno de Víktor Yanukovich (filorruso), electo democráticamente, optara finalmente por la asociación con la Unión Económica Euroasiática en vez de la Unión Europea, tras años de negociaciones. A partir de ello, se desarrollaron una serie de movilizaciones proeuropeístas que, si bien en un comienzo fueron pacíficas, luego se les sumaron grupos nacionalistas de extrema derecha que provocaron una serie de choques violentos con las fuerzas del Estado. Ello desencadenó en el derrocamiento del gobierno y provocó un cambio radical en el curso de las políticas públicas del país.

Un antecedente fue la llamada “revolución naranja” en 2004-2005. Tras las elecciones presidenciales de ese año se configuró una serie de protestas contra el sistema político que provocaron la impugnación de los resultados de una segunda vuelta en la que había ganado Yanukovich frente a Víktor Yushenko. Los resultados luego fueron considerados nulos y el Tribunal Supremo convocó nuevas elecciones en las que ganó este último, de tendencia más prooccidental. La incidencia de observadores y medios de comunicación internacionales en la opinión pública, catalogando de “fraudulentas” las elecciones iniciales y “libres y justas” las segundas, fue considerada por los sectores filorrusos una maniobra de Occidente para promover un cambio de régimen en Ucrania e incorporarla a su zona de influencia. Tres años más tarde, con la guerra en Georgia como telón de fondo, se realizó la cumbre de la OTAN en Bucarest, Rumania, en la que se les prometió a Georgia y Ucrania formar parte de la alianza militar en un futuro.

Bohorodychne, pueblo de la región de Donetsk, ocupado por las fuerzas rusas el 17 de agosto de 2022 y recuperado por Ucrania el 12 de setiembre.

Bohorodychne, pueblo de la región de Donetsk, ocupado por las fuerzas rusas el 17 de agosto de 2022 y recuperado por Ucrania el 12 de setiembre.

Foto: Lhor Tkachov, AFP

En estos procesos no sólo estuvieron en juego el modelo de desarrollo económico y el tipo de régimen político de Ucrania, sino también su alineamiento geopolítico. La extensión geográfica hacia las fronteras rusas de una alianza militar creada en un contexto de Guerra Fría intensificó la desconfianza mutua y volvió a colocar las relaciones entre Rusia y Occidente dentro de las lógicas de la confrontación geoestratégica. Ello amplificó los riesgos de una confrontación armada, desestabilizando el equilibrio de la seguridad regional europea. El fracaso de los Acuerdos de Minsk firmados en 2014, que planteaban un alto el fuego y una salida negociada al conflicto, es un ejemplo de ello.

Perspectivas

El conflicto en Ucrania es la manifestación de la crisis sistémica global en el marco de un período de transición hegemónica. En un contexto de incertidumbre, la imposibilidad de Estados Unidos de continuar definiendo el statu quo global y el ascenso estructural de potencias como China y Rusia, han incrementado la posibilidad de conflictos entre las potencias. Ello proyecta a un Estados Unidos más confrontativo con sus adversarios geopolíticos, motivo por el cual se destaca un retorno de la importancia de la OTAN como instrumento de poder.

En la actualidad, el mayor adversario de Estados Unidos es China, y la frontera entre la Unión Europea y Rusia se podría transformar en la medianera de la pugna geoestratégica global entre ambas superpotencias. La adopción de una retórica de Guerra Fría, mediante la imposición de un relato que retrata este conflicto como una disputa entre la democracia liberal occidental y el autoritarismo euroasiático en una lógica ficticia de buenos y malos, ensombrece los motivos geopolíticos y aleja las posibilidades de una paz negociada. En este marco, las tensiones dentro del gobierno alemán con relación a la provisión de armas a Ucrania y el eventual ingreso a la OTAN de Finlandia y Suecia, entre otros factores, dejan entrever la ausencia de liderazgos claros dentro del bloque regional que planteen una política exterior más soberana.

Oleksandr Ovcharov, de 62 años, pesca en un embalse congelado cerca de Kramatorsk, el 19 de febrero.

Oleksandr Ovcharov, de 62 años, pesca en un embalse congelado cerca de Kramatorsk, el 19 de febrero.

Foto: Yasuyoshi Chiba, AFP

Apostar a una derrota militar de Rusia podría implicar no sólo la devastación de Ucrania, sino también la conformación de una frontera inestable con una potencia nuclear, en un mundo en el que ambas partes constituirían las periferias de un orden bipolar entre China y Estados Unidos. ¿Está dispuesta Europa, sobre todo el eje franco-alemán, a asumir ese rol? ¿No podrá una Unión Europea independiente jugar un papel más interesante en la negociación de una nueva gobernanza mundial, en el marco de un mundo multipolar/pluriversal? Sobre ello, resulta elocuente recordar lo que planteaba en 2017 la excanciller alemana Angela Merkel sobre las relaciones con Estados Unidos en la Cumbre del G-7 en Italia: “[...] los tiempos en los que podíamos contar con otros están de alguna manera terminados, como lo he experimentado en los días anteriores [...] todo lo que puedo decir es que nosotros, los europeos, debemos tomar nuestro destino con nuestras propias manos”.1

Esta guerra, lejos de ser únicamente un conflicto entre estados, se ha constituido como el campo de batalla de una serie de transformaciones sistémicas que implican cambios estructurales en los ejes de poder global. En este marco, se destaca el ascenso de China como uno de los núcleos económicos y políticos del mundo en transición, así como la configuración de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como factor de transformación del sistema internacional para la proyección de una globalización alternativa a la neoliberal. Ello implica la posibilidad de modificar el sistema multilateral a partir de un orden multipolar que sea más representativo y justo con los intereses del Sur Global. Que esta transición ocurra mediante la cooperación pacífica a partir de una solución negociada que ponga fin al conflicto en Ucrania dependerá de los liderazgos regionales, no sólo de Occidente, sino también del mundo emergente.

Santiago Caetano es doctorando en Estudios Globales por la Universidad Humboldt de Berlín.

Referencias

Bizzozero, L (2015). Aproximación a las relaciones internacionales. Una mirada desde el siglo XXI. Ediciones Cruz del Sur. Montevideo.

Doyle, M (1983). Kant, Liberal Legacies, and Foreign Affairs. Philosophy and Public Affairs, Vol. 12, No. 4, pp. 323-353

Sanahuja, JA (2007). ¿Un mundo unipolar, multipolar, o apolar? La naturaleza y la distribución del poder en la sociedad internacional contemporánea. Cursos de Derecho internacional y Relaciones internacionales de Vitoria‐Gazteiz, Bilbao, pp. 297-384.

Schulz, J (2022). Crisis sistémica del orden mundial, transición hegemónica y nuevos actores en el escenario global. Cuadernos de Nuestra América (3), 34-50. En Memoria Académica.

Serbin, A (2019). Eurasia y América Latina en un mundo multipolar. Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales, Buenos Aires: Icaria Editorial.