En julio, Hungría asumió la presidencia rotatoria de la Unión Europea y todas las miradas volvieron a posarse sobre Budapest. El gobierno de Viktor Orbán y su partido político, Fidesz, no sólo han transformado a Hungría en un baluarte nacional conservador, sino que también han impulsado una contrarrevolución cultural a escala europea. En la actualidad, el régimen de Orbán se caracteriza por ser uno de los más decididos contendientes en la batalla anti-woke de las extremas derechas, lo que lo ha llevado a acercarse a partidos como Vox, al presidente argentino, Javier Milei, y al trumpismo en Estados Unidos.
El politólogo András Bíró-Nagy ha venido siguiendo de cerca la evolución de Orbán y su deriva “iliberal”. Director del centro de estudios Policy Solutions, investigador principal del Centro de Ciencias Sociales de Hungría y miembro de la junta directiva de la Asociación Húngara de Ciencias Políticas, Bíró-Nagy analiza en esta entrevista las principales características del régimen de Orbán, desmenuza sus vínculos con las fuerzas de la extrema derecha global y puntualiza su relación con el gobierno de Benjamin Netanyahu, al tiempo que explica qué sucede hoy con la oposición húngara y las diferencias con países vecinos.
El pasado 1º de julio, Hungría asumió la presidencia semestral del Consejo de la Unión Europea y lanzó la consigna Make Europe Great Again. ¿Qué significa exactamente un lema como este?
El eslogan Make Europe Great Again, que es una referencia explícita al Make America Great Again [Volver a hacer grande a Estados Unidos] de Donald Trump, constituye una provocación de Orbán dirigida, sobre todo, a los líderes europeos que rechazan el populismo de derecha, conservador y soberanista. De uno u otro modo, esta consigna muestra cuál es la perspectiva de Orbán en relación con Europa. Claramente, lo que busca y a lo que apela el actual régimen húngaro es a la construcción de una Europa de estados nación. Ciertamente, no apoya una mayor integración europea y pretende que los pilares de la construcción continental recaigan sobre los estados nacionales. A diferencia de otros líderes de la extrema derecha, Orbán no busca salir de Europa o desarrollar una suerte de “Hunexit”, similar al Brexit británico. Lo que pretende, en cambio, es que las instituciones supranacionales, como la Comisión Europea o el propio Parlamento Europeo, tengan cada vez menos poder y se corran hacia la derecha. Salir de Europa, además, no tendría apoyo entre la población. Al día de hoy, 70% de los húngaros está a favor de permanecer en la Unión Europea. Por lo tanto, lo que busca Orbán es transformar desde dentro la Unión Europea.
En los últimos años, Orbán se transformó en un activo impulsor de las redes nacional-conservadoras no sólo desde el punto de vista político, sino también desde el financiero. ¿Qué nos puede decir de eso?
A pesar de que Orbán y su partido, Fidesz, suelen ser muy sensibles a la injerencia extranjera en la política húngara y predican constantemente el ideal de la “soberanía nacional”, no se han privado de intervenir en la política de otros países. Un buen ejemplo es el del financiamiento que le han dado a la campaña de la líder de la extrema derecha francesa Marine Le Pen, o el que se ha producido desde un banco cercano a Fidesz al partido español Vox; según se ha revelado, el partido español ha recibido alrededor de nueve millones de euros. Orbán no se mueve sólo en el terreno de la política nacional, sino que muestra su vocación de participar de una construcción política más amplia. Tiene la posibilidad de hacer esto porque lleva ya 14 años en el poder y, en ese marco, dispone de muchos más recursos que la mayoría de los actores internacionales de la extrema derecha que aún no han conseguido hacerse con el control del Estado. Esa es la razón por la que Orbán puede llevar a cabo proyectos que para otros líderes de la extrema derecha son sólo un sueño. Orbán ha demostrado que estar en el poder otorga herramientas extra para ayudar a los amigos. Así ha sido, por ejemplo, con Jair Bolsonaro, quien se refugió en la embajada de Hungría ante el temor de ser detenido por su presunto intento de golpe de Estado luego de la derrota electoral. En suma, el régimen de Orbán puede proporcionar, alternativamente, dinero para los amigos de la extrema derecha y refugio cuando están en problemas.
En ese contexto parecen tener un papel fundamental las instituciones paraestatales, como el Instituto Danubio. ¿Cómo funciona ese ecosistema paraestatal?
Efectivamente, hay diversas organizaciones que, como el Instituto Danubio, han sido y son centrales en la creación de redes y vínculos del régimen de Orbán con otras fuerzas de derecha. Algunas de esas instituciones no sólo tienen actividad en Hungría, sino que operan a escala internacional. El Instituto Danubio es especialmente activo a la hora de establecer contactos con los republicanos estadounidenses, y lo mismo ocurre con el Centro para los Derechos Fundamentales. Este think tank es el organizador de la versión húngara de la Conferencia de Acción Política Conservadora, que emula a la de Estados Unidos, con la que tiene vínculos directos. Otro actor importante, cuya influencia internacional ha sido creciente, es el Mathias Corvinus Collegium, una institución educativa privada que ha recibido grandes cantidades de dinero del gobierno de Orbán y que ha abierto una oficina en Bruselas, desde donde ha intentado influir en la conversación pública europea. El mayor ejemplo de ello es el del financiamiento que el Mathias Corvinus Collegium brindó a las protestas de agricultores que se produjeron en toda Europa a inicios de este año.
Desde hace algún tiempo, han aparecido actores políticos en Hungría que están incluso más a la derecha que Fidesz. Desde el exterior no son muy claras las divergencias...
Aunque parezca increíble, es estrictamente cierto que hay fuerzas políticas que están a la derecha de Orbán y de su partido, Fidesz. Un caso conocido es el del Movimiento Nuestra Patria, una organización fundada por disidentes del Movimiento por una Hungría Mejor, que es tan extremista que ni siquiera algunos amigos de Orbán quieren tenerla cerca. En el Parlamento Europeo, Fidesz forma parte del grupo llamado Patriotas por Europa, que también está integrado por Reagrupamiento Nacional, de Marine Le Pen, y Liga, de Matteo Salvini. Sin embargo, ahora hay un grupo que se encuentra aún más a la derecha, Europa de las Naciones Soberanas, un espacio dirigido, fundamentalmente, por Alternativa para Alemania. Se trata de un grupo con relaciones con Rusia y China que ya no es ni siquiera soportable para Marine Le Pen. El Movimiento Nuestra Patria se caracteriza por la difusión de teorías conspirativas, muchas de las cuales estuvieron vinculadas a la pandemia de covid-19 y las vacunas, sobre las que planteó fuertes recelos. Respecto de la guerra de Ucrania, sus dirigentes declararon que Ucrania debería cederle territorio no sólo a Rusia, sino también a la propia Hungría, que había sido la poseedora histórica de algunas partes del país actualmente invadido y en guerra. Este tipo de posturas radicales y extremistas están, como se ve, aún más a la derecha que las posiciones de Fidesz y del propio Orbán.
En Polonia, el partido de extrema derecha Ley y Justicia fue derrotado en las últimas elecciones luego de una serie de movilizaciones de jóvenes y de activistas feministas en las grandes ciudades del país. ¿Qué diferencia, en este sentido, a Hungría de Polonia?
Durante los ocho años en que Ley y Justicia, el partido de Jaroslaw Kaczynski, estuvo en el poder, Hungría y Polonia fueron considerados los dos ejemplos más claros del retroceso democrático en la región. Pero, siendo sinceros, la situación siempre ha sido mucho peor en Hungría que en Polonia. Ley y Justicia nunca tuvo una mayoría constitucional lo suficientemente amplia como para transformar todo el marco democrático del país. De hecho, al no lograr esa mayoría constitucional, tampoco pudo modificar una serie de leyes importantes. Esto es distinto en el caso de Orbán, quien después de 14 años en el poder dispone de esas mayorías especiales que le permiten modificar el sistema electoral para mejorar su desempeño electoral o cambiar aspectos sustanciales del marco normativo del país si así lo desea. De hecho, esa supermayoría de Orbán es la que permitió que Fidesz capturara todas las instituciones de control. Me refiero, específicamente, a la Fiscalía General, a la Oficina de Auditoría del Estado que supervisa el gasto público y al Tribunal Constitucional.
Es por este tipo de cosas que siempre he considerado que la transformación del entorno democrático, y también del entorno mediático, ha sido mucho más profunda en Hungría que en Polonia. Orbán dispuso de más tiempo para ello, pero también de poderes más amplios y profundos que Kaczynski. Al mismo tiempo, ha sido siempre muy claro que en Polonia ha habido medios más fuertes y pluralistas que en Hungría. Y a esto se debe sumar que la sociedad civil polaca ha mostrado, durante todos estos años, ser más robusta que la húngara. Pero en este panorama hay otro aspecto destacable y es el que refiere a la oposición y los liderazgos políticos. En Polonia, a diferencia de Hungría, siempre ha habido una oposición fuerte con liderazgos claros. Donald Tusk regresó de la política europea a la política propiamente polaca como líder de la oposición y consiguió ser elegido primer ministro. A esto debemos agregar el hecho de que el sistema electoral polaco ha permitido que la oposición se presente en distintas listas –de izquierda y de centro– y unirse luego, mientras que en Hungría el sistema electoral favorece a los grandes bloques, por lo que para desafiar a un gobierno y a un partido fuerte es necesaria una alianza previa, algo que nunca ha dejado satisfecho a nadie. Para los votantes de izquierda, era un problema votar por una lista que llevaba como candidato a primer ministro a un personaje de la derecha liberal-conservadora, y para los votantes de áreas rurales, en las que predominan las posiciones conservadoras, resultaba igualmente problemático votar por una lista que incluía a personajes de partidos clásicos de la izquierda, aun cuando el primer ministro que se presentaba no lo fuera. Esto llevó a que este tipo de alianza sufriera una gran derrota.
¿Actualmente la situación de la oposición continúa siendo la misma o ha aparecido algún nuevo liderazgo?
La situación actual es un tanto diferente por la aparición de un nuevo actor político. Me refiero a Peter Magyar, un antiguo miembro de Fidesz que ha pasado a la oposición y se ha convertido en una de su principales figuras. Peter Magyar –cuyo apellido significa literalmente “húngaro”– es el exmarido de la ministra de Justicia de Viktor Orbán y es alguien que conoce bien el régimen por dentro, ya que proviene de él. Magyar ha formado recientemente el Partido Respeto y Libertad, y en poco tiempo ha comenzado a destruir a la fragmentada oposición existente. Magyar, que ha denunciado la corrupción del régimen y algunas de sus aristas autoritarias, supone un fenómeno novedoso. En las próximas elecciones, que se celebrarán en abril de 2026, es probable que Orbán tenga que enfrentarse a Magyar como único contrincante político. Es muy probable que las diversas organizaciones opositoras a Orbán se aglutinen en torno de la candidatura de Magyar.
Antes de la llegada de Orbán al poder gobernaba el Partido Socialista (heredero del Partido Obrero Socialista de la época comunista). Hoy, ese partido que fue clave en el proceso de transición iniciado tras la caída del Muro de Berlín parece haber sufrido una merma importante de su caudal electoral. ¿Qué es lo que ha sucedido con los socialistas?
El último partido político que venció a Orbán fue el Partido Socialista Húngaro en 2006. Esa fue la última vez que Orbán sufrió una derrota, algo que ya había ocurrido en 2002, también frente a los socialistas. Sin embargo, los problemas comenzaron justamente durante el período de gobierno que se extendió entre 2006 y 2010, cuando el Partido Socialista comenzó a impulsar una serie de medidas de corte neoliberal sobre la salud y la educación. Orbán se montó sobre este giro neoliberal y condenó las reformas haciendo eje en la necesidad de una mayor intervención del Estado y de garantizar la gratuidad de la salud pública. Ferenc Gyurcsány, el primer ministro de aquella época –que ya no forma parte del Partido Socialista, sino de Coalición Democrática– sigue estando activo en la política del país y es considerado un actor claramente tóxico. La reputación y el legado de este ex primer ministro han sido tan malos, no sólo en términos de gestión, sino también de corrupción, que ni si quiera 14 años de régimen de Orbán han logrado hacerlo olvidar. Por supuesto, bajo el gobierno de Orbán la corrupción ha ido hacia una escala mucho mayor. Se trata del gobierno más corrupto de toda Europa, según los índices de Transparencia Internacional y de la Comisión Europea. Y, aun así, la gestión del gobierno liberal-socialista es aún recordada, y esto ha llevado a que los socialistas no logren recuperarse.
Una de las características más nítidas del régimen húngaro en términos globales es su apoyo incondicional a Benjamin Netanyahu en Israel. Sin embargo, Orbán ha tenido posiciones que, durante mucho tiempo, han sido calificadas, al menos, como filoantisemitas, por ejemplo, cuando ataca a George Soros. ¿Cómo se entiende esta situación desde Hungría?
Dado que uno de los principales objetivos del régimen de Fidesz en materia internacional es presentar a su gobierno como el mejor aliado de Israel, Orbán se ha vuelto muy cauteloso a la hora de tocar temas asociados tradicionalmente al antisemitismo. El actual primer ministro húngaro ve a Netanyahu como un líder con el que no sólo comparte valores, sino también una determinada perspectiva de lo que debe ser una democracia. Y es ese el marco en que se presenta como un defensor y un garante de los derechos de la minoría judía húngara. Luego de los atentados del 7 de octubre de 2023 y del comienzo de la guerra en Gaza, Orbán prohibió todo tipo de manifestación en apoyo a Palestina y enfatizó su alineamiento con Israel. Sin embargo, no ha dejado de desarrollar una política que, de modo subrepticio, pretende tocar las fibras íntimas de un sector de la sociedad húngara, apuntando de manera clara contra George Soros y la Open Society Foundation. Soros es un sobreviviente húngaro del Holocausto que, junto con su familia, emigró primero al Reino Unido y luego a Estados Unidos, donde desarrolló una carrera empresarial y financiera exitosa. Cuando, en la década de 1980, el régimen comunista empezó a resquebrajarse, Soros se involucró en la situación política húngara y apoyó a los grupos que buscaban contribuir a la transición democrática. Entre las diversas organizaciones que buscaban el fin del régimen comunista y la apertura del país a la democracia estaba Fidesz, el partido de Orbán. Y, en ese contexto, la Open Society Foundation de Soros apoyó a Fidesz económicamente. Pero la situación no acabó allí. Soros financió una beca de estudios para Orbán en la Universidad de Oxford.
Con el giro cada vez más acentuado hacia la extrema derecha de Fidesz y del propio Orbán, y ya luego de la llegada de este al poder, comenzó una campaña contra Soros que lo mostraba como un codicioso banquero y hombre de negocios de Nueva York que buscaba conseguir influencia en distintos países a través de su dinero, interfiriendo en los asuntos internos de naciones soberanas. Esa fue la imagen que Fidesz construyó de Soros durante muchos años y la que sigue prevaleciendo hoy en día. De hecho, hace muy poco tiempo Orbán y su partido lanzaron una campaña en la que presentaban a Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, como una “títere” del hijo de Soros, que es quien hoy preside la Open Society Foundation. Esta idea de la familia Soros como la de un grupo de titiriteros que intentan dominar el mundo remite claramente a teorías de la conspiración judía mundial, pero coexiste, al mismo tiempo, con un apoyo explícito a Israel. De hecho, no hay un líder en el mundo que sea más pro Israel y pro Netanyahu que Orbán.
A fines del año pasado, Orbán estuvo en la ceremonia de investidura del actual presidente argentino, Javier Milei. Sin embargo, Orbán parece tener muy poco en común con la perspectiva libertaria del mandatario sudamericano. ¿Cómo pueden entenderse estos vínculos? ¿En qué medida, al igual que en otros casos, se ven favorecidos por las posiciones anti-woke y por las diversas batallas culturales que aglutinan a las derechas radicales?
El antiwokismo es, de hecho, lo que unifica a Orbán con Milei, con Vox, con Trump y con otros líderes de la extrema derecha global. Este es un punto particularmente importante e interesante porque, cuando observamos a estos distintos líderes y grupos políticos de la extrema derecha, es fácil percatarse rápidamente de que no comparten una posición común, por ejemplo, en materia económica. Orbán es decididamente intervencionista en el terreno económico, tal como lo evidenció durante la crisis energética y el período de alta inflación, cuando puso topes de precios a diferentes productos. Ahora, en Estados Unidos, es Kamala Harris quien ha sugerido que podría poner topes a los precios de determinados productos, y ha recibido la crítica de Trump, que ha dicho que esa medida es una “medida comunista”. Cuando eso sucedió, en Hungría todos nos reímos mucho, porque su amigo Orbán es quien adoptó esa política hace apenas uno o dos años.
Así que resulta evidente que lo que los une no es el terreno económico –a veces incluso saben bastante poco de lo que hacen en cuestiones de política económica doméstica–, sino la batalla cultural. Dentro de esa batalla, el antiwokismo tiene un papel fundamental, al igual que las posiciones anti LGTBI+ y antifeministas. Es en ese campo donde todos estos actores coinciden en una agenda fuertemente conservadora. En Hungría esta es, de hecho, la política más exitosa del gobierno de Orbán. El antiwokismo y la defensa de la “familia tradicional” tienen un grado de aceptación notable, que supera incluso a la política antiinmigración. La sociedad húngara es más bien conservadora y esto no sólo incluye a quienes votan por Fidesz, sino incluso a quienes votan por la oposición. Esto es lo que une a Trump, a Vox y a Milei, un personaje con el que Orbán no compartiría jamás la idea de que el Estado debe ser destruido, pero con el que sí puede comulgar en el campo de las batallas culturales.
Una versión más extensa de esta entrevista fue publicada originalmente por Nueva Sociedad.