Alejandro Bercovich es economista y periodista, conduce el programa Pasaron cosas todos los días en Radio Con Vos y La ley de la selva los lunes en la señal C5N. Sigue como nadie el pulso del mundo empresario y este año publicó El país que quieren los dueños (Planeta), un libro colectivo del que es coautor y coordinador. El trabajo explora desde diferentes perspectivas quiénes son y qué quieren los dueños de la Argentina.

En este diálogo con la diaria, Bercovich explica los motivos que condujeron al grueso del empresariado a respaldar casi sin matices a Javier Milei, analiza las causas estructurales que los llevaron a lo que denomina una “gran renuncia” al desafío de transformarse en una clase dirigente, despliega su mirada sobre la política argentina y sobre cómo observan el país los que están en la cúspide de la pirámide social.

¿Cuál es la tesis que ordena el libro sobre los dueños, su ubicación en la historia y en el presente?

Me propuse entender por qué personas que meses antes de las elecciones de 2023 consideraban que Javier Milei era un loco, un demente al que era imposible respaldar, a partir del balotaje lo apoyaron de manera cerrada. Lo respaldaron junto con las embajadas de los países más poderosos del mundo, con lo más rancio del Poder Judicial, con las cámaras empresarias (multinacionales incluidas) y con todas las fuerzas sociales que se expresaron en esa segunda vuelta electoral. Sostuvieron un apoyo prácticamente unánime que se mantiene hasta ahora.

Justo tenemos esta conversación en un momento en el que comienza a resquebrajarse esa unidad hermética y es interesante seguir cómo evoluciona esa dinámica, pero el respaldo se mantuvo cerrado y unánime, incluso entre los empresarios que perdieron mucho dinero en estos dos años. Entonces, el libro es –antes que nada– un intento de entender por qué sucedió ese fenómeno.

Después incluye una serie de hipótesis como posibles respuestas que están en mi ensayo y que procuré que se vean complementadas por los muy buenos textos de los otros autores que tienen enfoques distintos, siempre partiendo de ese ensayo que está basado en una conversación que vengo teniendo desde hace 20 años con los protagonistas del mundo empresario y que incluyó un repaso de sus discursos tanto públicos como privados.

La primera conclusión es que la motosierra de Milei vino a sintonizar con un deseo casi atávico de esos grandes patrones de jibarizar a un Estado al que supieron aprovechar a lo largo del siglo XX como plataforma para potenciar sus negocios. Sin embargo, en algún momento de este siglo comenzó a transformarse en una especie de rival en la lucha por la administración del excedente. Lo que creo que vieron en Milei, pese a haberlo considerado al principio incapaz de gobernar, es la audacia que hacía falta para que ese hachazo al Estado se produjera de una vez y en seco.

¿Qué resquebrajamientos observás en la actualidad?

Hay algunos posicionamientos de cámaras empresarias, algunas observaciones críticas, sobre todo del sector industrial que está sufriendo la compresión del mercado interno. Comienzan a darse cuenta de que algunos resortes del Estado eran útiles para la acumulación del capital. Lo que sucede es que esas expresiones son todavía muy tímidas y minoritarias dentro de un establishment que está dispuesto a reenfocarse, a reconvertirse incluso, con tal de consolidar el efecto disciplinante que genera la motosierra en toda la sociedad. En algún punto priorizan ese disciplinamiento, que es de clase, que tiene un carácter muy profundo y violento, antes incluso que la propia dinámica inmediata de sus negocios o lo que puedan evidenciar sus balances contables.

Es una unidad más política que económica. O económica, pero del largo plazo. Ahora, si uno observa la dinámica del modelo de Milei, los que ganarían son los que menos empleo generan y los perdedores son los que más puestos de trabajo tienen comprometidos. ¿Los dueños no advierten un gran problema social en los conurbanos de las grandes ciudades si esto se impone hasta el final?

No lo ven. Creo que hay sectores lúcidos, por supuesto, que piensan en la viabilidad política, en la gobernabilidad, pero en general la tónica predominante es que la Argentina ya fue. Desde su perspectiva, el país tal como lo conocimos tiene que ser reemplazado por una sociedad más jerárquica, en la cual se discuta menos las posiciones de clase, las relaciones de fuerza, y en la cual ese tipo de problemas dejen de ser asunto del Estado. Que pase a ser una cuestión de autorregulación de la sociedad, de la caridad o de la dinámica que imponga las leyes duras del puro mercado.

Uno de los empresarios con los que hablé el año pasado, y fue el que más me impactó, me dijo abiertamente la expresión, y lo cito sin nombrarlo en el libro porque era justo una conversación en off, pero dijo eso textualmente: “Argentina ya fue”. Lo afirmó cuando hablábamos sobre cómo ellos financian tanto a peronistas como a la derecha porque dan por hecho que el péndulo va a ir de acá para allá y que cada gobierno va a desandar lo anterior. Este empresario estaba frustrado justamente con el péndulo, y su decisión estructural fue independizarse del Estado, de la sociedad, escindirse de la dinámica argentina mediante el armado de estructuras offshore en guaridas fiscales. Son estructuras societarias que hacen que las empresas locales se parezcan a las multinacionales, y eso les permite comportarse como extranjeros en su propio país y quedan habilitados también para desentenderse de su empleado, para dejar de considerarlo un potencial comprador.

Esa dialéctica que se generaba en el capitalismo fordista, que presuponía que “mi empleado me compra también mi producto”, ya no existe. Era una dialéctica relativamente integradora en un punto, de un capitalismo más armónico. Eso los obligaba un poco más a pensar en ese vecindario, en ese conurbano y no sólo en cuánto más alta tengo que poner la pared del country. En estos 20 años en los cuales vengo hablando con los dueños veo que esa escisión ya se produjo. O sea, el mileísmo social en las clases dominantes nació mucho antes que el Milei político.

Desde su perspectiva, ya se emanciparon del Estado, en tanto contribuyentes, pero también en tanto pacientes, alumnos, vecinos (por la privatización de su propia seguridad). De esta manera terminan también de escindirse del vecino que en algún momento podían tener como empleado o cliente.

Si la apuesta por Milei es tan fuerte, ¿por qué el gobierno reclama todo el tiempo que hagan efectivo ese respaldo, que inviertan y pongan más plata? La realidad es que hasta ahora se la jugaron poco en términos de inversión.

Porque es una apuesta más política que económica. Este proyecto funciona si invierten, y ellos quieren que funcione para invertir. Esa es la paradoja. Pero a la vez, el énfasis que pone este gobierno en la represión hace pensar que quizás el consenso sea ese: más coerción, menos consenso; más por las armas o el terror que por la aceptación de un rol subordinado en el mercado mundial. Creo que de algún modo el gobierno suple con la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, los “goles” que no mete el ministro de Economía, Luis Caputo.

Aparte de tu seguimiento del mundo empresario, sos un observador de la política. ¿Cómo ves las perspectivas hacia las elecciones de medio término que tendrán lugar en octubre? ¿Y cómo creés que los dueños miran el escenario político?

Veo un gobierno sin rival, dirigiéndose hacia una carrera en la que corre solo contra un adversario invisible, que es la abstención electoral, el no voto, la desafección, desenchufarse de la democracia. Los escándalos de corrupción vinculados a laboratorios y supuestos pedidos de coimas que estallaron en estos días probablemente fortalezcan esa tendencia.

La principal oposición, que es el peronismo, llama a votar contra Milei sin importar los nombres, pone figuras deslucidas, no ofrece nada. Deja la sensación de que no está poniendo toda la carne en el asador, de que está jugando a perder. No aparece nada fresco en ese sector político que pueda sintonizar con la fuerza social que sí se expresa en las calles, aunque de manera fragmentaria, contra el despojo y el ataque virulento de Milei contra un montón de derechos.

A los dueños los veo muy pendientes no sólo de las elecciones, sino en general de toda la dinámica política. Por ejemplo, están muy pendientes de cada una de las votaciones en el Congreso. Una vez uno de ellos me recomendó que hiciera un gráfico correlacionando las votaciones en el Congreso a favor o en contra del gobierno y el Merval, que es el índice bursátil más importante de Argentina y refleja el desempeño de las acciones más negociadas en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. La correlación es directa: cuando tuvo éxitos parlamentarios, el índice se disparó; cuando tuvo derrotas, se derrumbó. El Merval acompañó con fuertes subidas cada votación a favor de la motosierra del Congreso.

Por eso están muy pendientes de que pueda sostenerse políticamente el gobierno, si puede mantener el dominio de esta situación en un momento en el que viene recibiendo reveses parlamentarios todas las semanas. Hasta ahora, sin un rival claro, regimentó a la sociedad con un ajuste implacable, durísimo. Pero a los dueños les resulta muy importante que el respaldo que tuvo de gran parte del sistema político continúe existiendo, porque tampoco quieren que esto se convierta en una dictadura.

¿Encontraste eco en algún sector del empresariado?

Algunos hicieron que sus equipos leyeran el libro, y a otros les interesó personalmente, la mayoría de los que menciono. Te sorprendería. Lo que pasa es que la reflexión sobre el gran capital es una reflexión que tiene que hacer toda la sociedad.

Para mí es un ejercicio muy enriquecedor poder escrutar qué piensan los dueños, poder contarle a la gente algunos de sus berretines, de sus manías, de sus anhelos, de sus ambiciones. Pienso que es un poco mi trabajo y un poco mi “misión”. Como un periscopio a través del cual mucha gente puede asomarse a ver qué pasa en ese universo. En ese lugar me paro y trato de hacer un análisis lo más sofisticado posible, tangencial, como para que sea un debate de ideas, no de personas. De ideas e intereses, no sobre las formas de las personas.

La aproximación de la política tradicional a este mundo siempre fue muy superficial: o “se la llevan en pala” (como alguna vez dijo Cristina Kirchner) o “son unos héroes benefactores” (como afirmó Milei). El kirchnerismo tuvo primero una relación de amor y odio con grupos como Clarín. Después vino Mauricio Macri, que prácticamente introdujo las internas y las rivalidades del gran capital en el Estado. Más adelante vimos la impotencia del Frente de Todos, con Alberto Fernández, que ni siquiera se podía plantear la posibilidad de intervenir. Así pasó con la cerealera Vicentin, que el gobierno amenazó con expropiar (y tenía fundamentos para hacerlo) y luego retrocedió. Fue una oportunidad única para penetrar en la lógica de ese sector estratégico del gran capital que controla el comercio exterior.

¿Creés que el “incidente Vicentin”, como se lo llamó en su momento, fue una bisagra?

Sí, fue un momento bisagra. Mostró tempranamente todo lo impotente que iba a ser ese gobierno por las internas feroces que lo atravesaban y también transparentó que no estaba dispuesto a dar un paso que lo pusiera a la par de otras experiencias transformadoras de la historia, como para mí fue el kirchnerismo mismo. En paralelo, el kirchnerismo no quería que ese gobierno que ellos integraban fuera mejor que el que encabezaron antes con su propia identidad.

Hay una característica en la percepción de los argentinos que incluso ya estaba presente en la crisis y la rebelión de 2001, en el “que se vayan todos”, y es que se responsabiliza de todos los problemas más a la política y siempre salen impunes de los empresarios ¿Creés que sigue siendo así? ¿Considerás que ante un gobierno tan transparente desde el punto de vista de la defensa de los intereses empresariales esto puede cambiar?

Puede cambiar algo después de esta experiencia. Así como el hecho de que este gobierno apoye los crímenes de guerra y el genocidio en Gaza y además se arrogue un judaísmo impostado, absolutamente sobreactuado, probablemente puede desatar una ola de antisemitismo, los magnates no van a salir inmunes del fracaso de esta experiencia. Su reputación quedará dañada. Aunque insisto con el hecho de que no hay rivales. Ellos mostraron mucha plasticidad para apostar en algunos casos por Sergio Massa y luego mostrarse también cerca de este proyecto.

En un punto es la renuncia a encabezar un proceso de desarrollo autónomo de Argentina: cederles a los dirigentes políticos, que obviamente en parte los representan, los encarnan, una discusión en la que podrían participar pero que ya no les importa. Podrían ser parte, porque en eso se juega su peso relativo como capitales frente a otros de afuera, porque también se juega el valor de sus activos a la hora de venderse y, sin embargo, se abstienen.

Son capítulos de un largo proceso de renuncia que van ejerciendo los empresarios y por eso ahora los dueños ya no son sus hijos. En algunos casos sí, pero hay muchos otros que no: es el gerente de la multinacional que le compró la empresa o figuras de ese tipo. Eso también es renunciar. Es un proceso que se produjo en cuotas. Por cada crisis, una renuncia.

Pensando en todos estos elementos y en su impacto en el escenario político, en el combo que describís, en el cual el gobierno mantiene el apoyo de los dueños, con dudas en algunos casos, pero lo sostienen, hay cierto apoyo en un sector de la sociedad, con el peronismo sin voluntad de ganar, ¿no pueden perder contra sí mismos?

Sí, claro. Por todo este ruido que está haciendo el plan económico. No sería una novedad en Argentina. Podría pasar eso. No sé cuándo. Pero este programa económico es inviable. La pared contra la cual se está chocando este gobierno es la inviabilidad de su propio programa. Una hoja de ruta que necesita 20.000 millones de dólares por año, que no se sabe de dónde van a salir. El gobierno de Estados Unidos concedió dinero graciosamente este año, después de que el año pasado se consumieron una súper cosecha, el blanqueo histórico de capitales, pero todo eso ya se lo fumaron. Es un modelo muy inestable que alguno de esos grandes capitalistas habría preferido reemplazar directamente por una dolarización que parecía muy utópica y disparatada cuando la proponía Milei, pero que algunos compraron. Creyeron en serio que una dolarización podía ser el vehículo para enterrar definitivamente la lucha de clases y ese carácter contestatario que tiene la sociedad argentina, y ahora ven que el gobierno encara este otro programa muy recesivo, muy disciplinado y muy rentable en algunos nichos, pero con destino incierto a nivel general.