Ya se sabía que, aunque más no fuera para celebrar el aniversario, por segunda vez iba a haber una convocatoria veraniega autoconvocada en Durazno. Siempre puede existir una plataforma reivindicativa, máxime con la cercanía a la campaña electoral.
Se sabe que movilizar gente a nivel nacional en enero no es fácil, y organizar todo esto es también muy, muy caro. Además de supuestas causas justas se debía tener financiamiento, organización y una condición subjetiva lo suficientemente efervescente que permitiera un despliegue digno.
Financiamiento suponemos que hubo, aunque no se sabe de dónde, cuánto y cómo se usó, y teniendo en cuenta el llamado a la transparencia generalizado de la sociedad, estaría bueno conocerlo (sin ninguna pretensión de la tan criticada voluntad de control).
Organización también: tempranamente se publicitó una lista de convocantes que sin embargo fue trocando en la medida en que algunas de estas entidades supuestamente plegadas a la convocatoria se desmarcaban y algunos de sus afiliados manifestaban no haber sido consultados. Tampoco ayudaba mucho que organizaciones del otro lado de la frontera apoyaran públicamente con conceptualizaciones intervencionistas. Convengamos que muy artiguista no parece...
Pero ya entrado en enero y después de un par de reuniones se acomodaron los zapallos en el carro, se sacaron algunas entidades, se pusieron varias más, y faltando escasos días se contó con el apoyo, parcial, de algunas de las gremiales tradicionales. Sin embargo, a nivel del territorio, unas cuantas de las entidades guardaban silencio o dejaban en libertad, mientras al mismo tiempo había representados que mostraban disconformidad en redes con las decisiones de algunas dirigencias.
Aun siendo parte de la convocatoria, hubo organizaciones que estaban empeñadas en continuar los trabajos de construcción de propuestas para lograr soluciones asibles, más que “tacos pa’ la hinchada”.
Tampoco hubo, como la vez pasada, una suerte de cadena de radio y televisión privada. Parecería que algunos de los puntos esgrimidos en la proclama de 2018 no convencieron del todo a la Asociación Nacional de Broadcasters Uruguayos.
Los que hace un año querían desabastecer los mercados turísticos hoy empezaban a tener a las cámaras de este sector como aliados.
Parecía, a pesar de los esfuerzos, que los estados de ánimo ya no eran tan efervescentes. Y que algunas unanimidades no quedaban tan claras. El uso político menor por parte de terceros tampoco les permitía moverse con comodidad.
El calor o la alerta meteorológica pueden ser argumentos que suavicen la marcada ausencia de participación, pero restringir la explicación a esto sería un error autocomplaciente para los organizadores que realicen la evaluación.
El recurso de la victimización rinde como loco en Uruguay, pero, a pesar de haberlo usado a discreción, parece que no logró surtir todo el efecto deseado.
Y tampoco anduvo la oratoria, tal vez demasiado contrapuesta en lo conceptual pero sobre todo en el estilo. Aclaro que la escuché toda, sin levantarme de al lado de la radio desde que empezó hasta que terminó, comentarios y entrevistas incluidos.
Y debo ser sincero: no sé qué fue, no lo pude desentrañar, pero había algo que a los comunicadores que estaban marcadamente a favor de esta movilización no les gustó, que les hacía ruido. Tal vez este sea un lindo tema para desentrañar desde lo periodístico. Pero que no gustó, no gustó.
Y es que los estilos eran diferentes, pero también hubo contradicciones dentro del propio discurso. Hubo cosas que no contemplaban a todos, no lo podían hacer. Porque no es lo mismo un trabajador rural que una asociación de industriales de la carne, ni un productor familiar que un vendedor de insumos, ni es lo mismo el que va a la concentración en un ómnibus pagado de sus propios bolsillos que los que bajan en avioneta pagada por las comisiones que se les cobra a otros.
El problema es, en definitiva, y lo venimos advirtiendo desde hace más de un año, que a la altura de los intereses particulares y colectivos no hay un solo Uruguay sino muchas realidades, contradicciones y conflictos; pararse desde una plataforma única ante tanta diversidad puede servir en un momento, pero es difícil que se pueda sostener en el tiempo.
Nunca estuvimos en contra antes de escuchar la propuesta. Y puede haber puntos casi universales de acuerdo (más vale ser rico y sano que pobre y enfermo), pero evidentemente una plataforma de este tipo en año electoral no podía ser otra cosa que eso mismo y difícilmente seguible por aquellos que de hecho piensan distinto.
Un precandidato canchereando ante los micrófonos manifestó que la contraposición campo-ciudad es una pavada. Evidentemente la crítica, que era dirigida a la izquierda nacional por elevación, por equivocada le erró al blanco, y le dio en el corazón a varios de los propios organizadores. Jamás se nos ocurrió pensar que la contradicción fundamental fuera campo-ciudad; esto es pueril y nunca hablamos de eso desde esta tribuna.
Sabemos que la verdadera contradicción, la definitiva y la histórica, es oligarquía-pueblo, y esa existe en el campo, la ciudad y el balneario. El problema es que reconocer esto justificaría la causa de algún sentimiento de frustración que se dio este 23 de enero.
El ingeniero agrónomo Andrés Berterreche fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca y presidente del Instituto Nacional de Colonización.
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