“¿Juráis por vuestro honor, respetar y defender la independencia e integridad de la República, su honor, la Constitución, los Actos Institucionales, las Leyes Fundamentales inspiradoras del presente proceso y sus Instituciones democráticas y ajustar vuestra conducta, a los más estrictos principios de la moral y dignidad ciudadana?”. Este fue el juramento de fidelidad de Guido Manini Ríos a su egreso de la Escuela Militar con el grado de alférez en plena dictadura, a la que, según manifestó, ingresó porque “en aquella época no percibía que se estaba librando algo así como una guerra. En esa mentalidad adolescente a uno se le despiertan las ganas de ser partícipe de esa guerra” (sic).1 En 1980, año del plebiscito con el triunfo del No, recordó que “tenía 22 años, era alférez y no tenía idea de lo que estaba pasando”. Extraña y contradictoria aseveración de quien, además, creció en una familia politizada que apoyó golpes de Estado y ocupó altos cargos en las dictaduras de Gabriel Terra en los años 30 y en la que se extendió desde 1973 a 1985. Es más, distintas generaciones de oficiales desmienten categóricamente sus expresiones al asegurar que todo lo que ocurre fuera de los cuarteles, se discute dentro de los cuarteles.

Su actuación como comandante del Ejército acumuló un récord de tarjetas amarillas y confirmó su exteriorizada visión ultraconservadora y corporativa castrense. Luego de extralimitarse en arengas antidemocráticas, con guiños a la dictadura, en cuyo círculo se formó, se hizo acreedor a la roja y fue cesado por el Poder Ejecutivo. “Nunca en esta vida nos hemos apartado un punto de lo que marcan los reglamentos, leyes y Constitución de la República”, afirmó. Los hechos eximen sus palabras de todo comentario.

Como comandante en jefe del Ejército, en un intento de descalificar políticamente al sistema y al gobierno legítimamente constituido, transgredió de manera reiterada la Constitución de la República. Sería ocioso hacer un recuento del extenso fárrago de sus flagrantes violaciones constitucionales. Son tantas, que sólo haremos mención a algunas. En referencia a la actuación del Ejército durante el terrorismo de Estado, señaló que “seguir pidiéndole cuentas al Ejército por lo que pasó hace 40 años [...] es casi lo mismo que pedir cuentas por lo que hicimos en la guerra del Paraguay”.2 Esa fue la declaración del destituido excomandante que nunca participó en una guerra, como en 1982 se lo dijo en un reportaje la periodista Oriana Fallaci al dictador argentino Leopoldo Galtieri, mientras soldados de apenas 18 años y suboficiales morían en las islas Malvinas. Quizás Manini lo creyó, porque sus camaradas represores se inventaron la condición de combatientes al volver sus armas contra su propio pueblo, desarmado e indefenso.

En junio de 2017, en referencia a la dictadura, señaló que “a la gente de Bella Unión, Salto y Paysandú les importa un comino lo que pasó hace 44 años”.3 Refiriéndose a los detenidos-desaparecidos expresó en diálogo con la prensa en julio de 2017 que “es una historia lejana, no reciente y que hay que dar vuelta la página”. Pero, cuando el 27 de agosto pasado se encontraron restos óseos humanos en zona cautelada del Batallón de Infantería 13, donde funcionó el centro clandestino de detención y tortura 300 Carlos, recurrió a la táctica de la mimetización al expresar que “es una buena noticia y ayudará a ir cerrando estas páginas tan dolorosas del pasado”. En contrapartida, su deliberada omisión de informar a su superior acerca del fallo del Tribunal de Honor militar convocado por el ex ministro Jorge Menéndez, dejó al descubierto su oportunista declaración.

Relevado de su cargo, fue a su comando y, con ropa de combate, su discurso político realizado por las redes oficiales del Ejército se transformó en una bravuconada. Se posicionó como un salvador de los intereses del Ejército y siguió con sus veleidades al decir que “si poner orden en el caos y en el relajo es de derecha, entonces soy de derecha”.4 Se quedó corto. Tiene su lugar asegurado en las primeras filas de la ultraderecha más cavernaria, estilo Jair Bolsonaro. Es cierto, vive en una democracia plena como nunca antes tuvo el país y puede expresarse con total libertad. Esa libertad que, a pesar de sus infundios para victimizarse, no tuvieron los uruguayos cuando los usurpadores del gobierno por la fuerza de las bayonetas que el pueblo les confió para la Defensa los encarcelaban y sometían a toda clase de atropellos por sus ideas democráticas. “Hay que oxigenar nuestra democracia”, expresó alguna vez ante los medios. Pero, si considera que asesinar bárbaramente a un detenido y arrojarlo al río no afecta el honor militar, ¿será ese su concepto de democracia? Como hemos recordado alguna vez: ¡Cuánta razón le asistía al catedrático de la Facultad de Derecho, doctor Aníbal Luis Barbagelata, cuando sostenía que la palabra democracia tiene misteriosos atractivos, sola o con calificativos!

En ese contexto, no deja de llamar la atención que, durante la reciente y muy difundida entrevista realizada por el programa De Cerca, expresara que “no hay profesión más humana que la militar”. ¿Con honestidad intelectual y mínima sensatez puede considerarse que la tarea castrense es la más humana? En Uruguay y en la mayor parte del mundo, sus antecedentes demuestran todo lo contrario. Es una ofensa para el trabajo de los educadores, de los labradores, de los albañiles, de los médicos fieles al legado de Hipócrates y Galeno, de los peones rurales, de los obreros y de los trabajadores en general, en una lista interminable. ¿Acaso es humana una institución que asesinó, hizo desaparecer personas, torturó a detenidos indefensos y encapuchados, violó mujeres, secuestró niños y sigue ocultando información sobre el destino de los detenidos-desaparecidos? Con sus palabras crucificó otra vez a Jesucristo. Cruel paradoja: dice ser católico. También lo eran los dictadores Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet.

En las filas de su partido Cabildo Abierto revistan el representante de Uruguay en la Organización de las Naciones Unidas en dictadura, militares acusados de violaciones a los derechos humanos, su asesor en seguridad reiteradamente denunciado por ex presos políticos, un ex diputado golpista del Partido Colorado. Ante la pregunta “¿nunca le tocó torturar?”, respondió “no niego que esas cosas pasaron, pero no me tocó”. Si le hubiera tocado hacerlo, ¿qué hubiera respondido?, ¿qué actitud habría tomado?

Sin embargo, siempre hubo, hay y habrá reservas éticas y morales que reivindican a las Fuerzas Armadas, porque no todos los militares fueron golpistas. Ahí están los ejemplos de los generales artiguistas Arturo Baliñas, Liber Seregni y Victor Licandro y más de 60 oficiales quienes, por su lealtad al juramento de fidelidad en democracia, sufrieron cárcel, tortura, pérdida de grado y exilio. Baliñas no estuvo preso, es cierto, pero también fue degradado y murió sin encontrar los restos de su hijo Óscar, torturado hasta la muerte y aún desaparecido. No seríamos justos si no incluyéramos también a cientos de militares antigolpistas del personal subalterno que sufrieron los mismos tratos degradantes.

El honor es condición innegociable en la custodia del pasado artiguista.

A pesar de las confesiones de Jorge Silveira y José Gavazzo sobre la participación en actos de violaciones a los derechos humanos, el Tribunal de Honor que dependía de Manini en su calidad de comandante en jefe laudó que ambos ex militares no afectaron el honor del Ejército, aunque sí habían cometido una falta gravísima al no informar acerca de la inocencia del coronel Juan Carlos Gómez ante la Justicia. Pero, a pesar de los hechos reconocidos por sus camaradas, Manini procuró desviar la atención para efectuar serios cuestionamientos a la Justicia, afirmando en una misiva enviada a Presidencia de la República que la Justicia “en muchas oportunidades se apartó de los más elementales principios del Derecho, no dando garantías a los acusados” (sus camaradas de armas) y “muchos de los imputados han sido condenados sin pruebas y sin las garantías del debido proceso”. Pero se llamó a silencio cuando el 9 de julio pasado el Tribunal de Apelaciones de Roma condenó a cadena perpetua a todos los imputados que él defendió con ahínco.

Es probable –no podemos asegurarlo– que Manini, por error involuntario, haya atribuido a Artigas la obra literaria de ficción de Lartéguy5 conformada por la trilogía Los centuriones, Los pretorianos y Los mercenarios. Quizás su confusión lo llevó a trocar esos relatos con el ideario del jefe de los orientales. Sólo así podrá comprenderse su discurso medularmente antiartiguista, aunque utilice de manera diabólica al Protector de los Pueblos Libres para su campaña proselitista. Una vez le preguntaron a Manini qué opinaba sobre el hecho de que un militar matara a un detenido y lo enterrara en el fondo de un cuartel. Como única respuesta dijo: “se equivocó”.6

Un militar que se considere artiguista debería estudiar la trayectoria de Artigas y aprender de su riquísimo legado. Cuando la seguridad de sus compatriotas o la defensa de los ideales revolucionarios no estuvieron en jaque, Artigas defendió, invariablemente, la vigencia del derecho a la vida. Uno de los hechos más elocuentes al respecto fue el caso de “los siete jefes engrillados” que le fueron enviados por el gobierno de Buenos Aires para que los fusilase. Este es el testimonio de uno de los protagonistas del incidente, el mayor Antonio Díaz. Por tratarse de un enemigo de Artigas, su relato adquiere mayor relevancia: “El general Artigas, asombrado de un proceder tan indigno de la autoridad de un pueblo civilizado, rechazó el terrible presente declarando que no tenía motivo alguno para quitarnos la vida”. Nuestro prócer los devolvió diciendo que “Artigas no es verdugo”.

Algunas coincidencias de campañas

En 1969, en el último año del gobierno constitucional del presidente Eduardo Frei, miembros del Ejército chileno liderados por el general Roberto Viaux se sublevaron en un intento de golpe de Estado, conocido como el Tacnazo. La insubordinación, hábilmente manejada, fue en demanda “de la necesaria modernización del Ejército, del indispensable reequipamiento material y de la angustiosa falta de un mejoramiento de remuneraciones para los integrantes de las Fuerzas Armadas”.

En conferencia de prensa ofrecida en el regimiento de Tacna y en una proclama pública, Viaux repetía que “la acción emprendida se refiere a un aspecto netamente militar profesional” y proclamaba su “lealtad a su Excelencia el Presidente de la República”. A pesar de estar sometido a arresto domiciliario, siguió con sus declaraciones públicas. En un comienzo, logró ocultar su perfil político de ultraderecha y dio inicio a su campaña política. “No soy de derecha ni de izquierda: soy un militar. Los partidos políticos representan a ciertos sectores. Los militares representamos a todo el país. Desgraciadamente, las perspectivas que ofrece la próxima renovación constitucional del Poder Ejecutivo, están muy lejos de ser alentadoras, cualquiera sea el ciudadano que resulte elegido”.

Su nombre comenzó a sonar como el de un posible candidato presidencial. Alentó esos rumores cuando señaló que “la gravedad del mal que corroe a la Nación pide la intervención de un cirujano. Si en el futuro situaciones de extrema gravedad para la salud de la República, o el insoportable estado de desgobierno, de caos o de abusos conculcantes de los derechos esenciales, justifican el ejercicio del derecho de rebeldía, yo estaré pronto para servir a mi Patria. Tengo la convicción profunda de que más pronto de lo que pueda pensarse, volverá a surgir el derecho de la fuerza y nuestros afanes deben orientarse a que la fuerza en tal caso, sea justa y racionalmente ejecutada”.

El comandante del Ejército, general René Schneider, defendió la Constitución y condenó los hechos protagonizados por los alzados en Tacna. Sus palabras son conocidas a través de los años como la Doctrina Schneider. “Ningún componente de la Institución, con verdadera vocación y claro concepto de nuestra misión y responsabilidad frente a la Nación, puede aceptar como lícito que para las satisfacciones de aspiraciones o necesidades, por justas que ellas sean, se adopte una actitud amenazante o indisciplinada apoyándose en el poder que el país [Chile] nos ha entregado para defender su soberanía y su régimen legal, porque esta incongruencia constituye una violación de la confianza que en la Institución ha depositado la ciudadanía. Esto está claramente definido en nuestro régimen jurídico y especialmente constituye una doctrina de honor de todos los componentes del Ejército”.

Viaux no solamente fue el principal responsable del Tacnazo, sino también del posterior asesinato de Schneider con el apoyo logístico de la CIA en el proyecto FUBELT, promovido Henry Kissinger. Fue condenado a cinco años de extrañamiento por infringir la ley de seguridad interior del Estado, que cumplió en Paraguay, y a 20 años de presidio mayor por la muerte de Schneider.

Otro iluminado: “Vengo a cumplir”

En un reciente editorial, el semanario La Mañana, cuyo editor es el hermano de Guido Manini Ríos, Hugo, adjudicó una burda maniobra a la fiscalía para perjudicar a Manini. Comparó esa actuación del fiscal Rodrigo Morosoli con la proscripción de Wilson Ferreira Aldunate, a quien se le impidió participar en las elecciones de 1984, detenido en el cuartel de Trinidad por la dictadura. Al principio, su lectura puede causar hilaridad, pero después despierta gran indignación. La comparación es francamente absurda y disparatada, propia de un mal aprendiz de hierofante. Wilson era el candidato excluyente y el gran favorito para ganar la elección. Tenía una adhesión popular ampliamente mayoritaria y había que sacarlo de la competencia, de cualquier manera, por su férrea condena a la dictadura. El camino quedó allanado para el triunfo de la candidatura oficial: la del Partido Colorado.

Si de chicanas se trata, abogados del candidato de Cabildo Abierto presentaron un recurso de inconstitucionalidad ante la Justicia. De esa forma, Manini evitó la formalización por no informar y denunciar un delito de lesa humanidad, en dos oportunidades, a la Justicia penal y a sus superiores. No hace falta frotar la lámpara de Aladino para certificar que Manini no tiene ninguna posibilidad de alcanzar la presidencia de la República. Y por eso, su desesperación lo transforma en “mercader del odio”. Como suele decirse, no paga ni placé y tampoco figurará en la foto de los ganadores. El efecto víctima no parece una buena táctica para una estrategia exitosa.

Miguel Aguirre Bayley es periodista y escritor.


  1. Entrevista en el programa De Cerca de TV Ciudad, 15 de setiembre de 2019. 

  2. Búsqueda, 4 de febrero de 2016. 

  3. Entrevistado por el programa Quién es Quién de Diamante FM. 

  4. Entrevistado en el programa De Cerca, 15 de setiembre de 2019. 

  5. Jean Pierre Lucien Osty, militar y corresponsal de guerra francés cuya obra se ubica en la época de la descolonización. 

  6. Programa Panorama 2019 de Radio Carve.