El resultado electoral determinó el final de la primera “era progresista”. Con la asunción del próximo gobierno, se avecinan cambios. Mientras vamos conociendo anuncios y nos ganan no pocas preocupaciones, la izquierda intenta reposicionarse y entender qué perspectiva se vislumbra. Importa ese posicionamiento, sobre todo con relación a un espectro “multicolor” que integra sectores con definiciones y sensibilidades que van desde la centro-derecha a la extrema derecha, desde liberales y democráticos hasta nostálgicos de la dictadura. En ese marco, el relevo de elencos operará como un fuerte revulsivo de la gestión pública.

El programa restaurador

De este proceso emerge el programa restaurador. Más allá de los textos escritos (como el escueto y anodino “Compromiso por el país”), importa reconocer el programa real que intentará aplicarse desde el gobierno.

Lo fundamental es que el programa real es, ante todo, económico, y refiere a la base del modelo que impulsan los sectores hoy coaligados, más allá de eventuales contradicciones internas. El nuevo gobierno ha asumido compromisos explícitos, pero por sobre todo debe respuestas a sus bases fundamentales de sustentación, que están en los lobbies conservadores y en las gremiales empresariales más importantes, los exportadores, el “campo” y el oligopolio de comunicación, más algunos estratos militares y religiosos. Este programa real combina voluntad de desregulación laboral y liberalización de la economía, mejora de la “competitividad” y de la “rentabilidad” empresarial sobre la base de reducción de impuestos al capital, un menor costo salarial y un tipo de cambio que favorezca al sector exportador, conjugados con un menor peso del Estado, a través de la reducción del gasto público, menos regulaciones y menor intervencionismo desde las políticas públicas.

El programa real es, en segundo término (pero no por ello menos importante), cultural. En el sentido más cabal, ideológico, que opera en el nivel superestructural. La sensibilidad restauradora, aun atenuada en los documentos recientes, emerge de manera recurrente, se enfrenta objetivamente a la expansión de los derechos y se sustenta en un imaginario de meritocracia, en mayor disciplinamiento social y en apelaciones a la seguridad desde el mando y el orden. Más allá de que los textos escritos no hablen de políticas culturales, ni de ciencia, tecnología e innovación, ni menos de ampliación de derechos, más allá de proclamar que la agenda no se toca.

El elenco de gobierno coaligado frente al “nuevo Uruguay”

Los 15 años de la primera “era progresista” no fueron en vano. Al cabo de este período de 2005 a 2019, el elenco que gobernará tiene por delante la conducción de un país diferente, al que conoce poco y quizás entiende menos. Porque en 15 años cambió la economía, cambió la sociedad y cambió también el Estado.

Una economía nueva desarrolló sectores de actividad y complejos productivos, como la exportación de servicios y de software, las industrias creativas y del medicamento, las telecomunicaciones, el turismo y un importante número de complejos agroindustriales exportadores, como el forestal-maderero, entre otros, que, en el marco de una gran apertura y diversificación comercial, coloca bienes y servicios en un sinnúmero de mercados internacionales, habiéndose desacoplado de la región. Economía que creció sostenidamente pese a fluctuaciones cíclicas internacionales y que permitió una importante inversión pública y privada, buena parte de la cual ha sido destinada a mejorar las condiciones de producción y comercialización (reducción de dependencia de combustibles fósiles, electrificación rural, fibra óptica, caminería rural, puentes, carreteras, ferrocarril, puertos) y a mejorar la provisión de bienes públicos (infraestructura social, por ejemplo edificios escolares, hospitales, teatros y salas, saneamiento, vialidad urbana, viviendas, espacios públicos). Sumado a esto, un sistema financiero sólido, condiciones institucionales y estímulos para la inversión productiva, la inclusión financiera, el control y la transparencia.

Una sociedad diferente, con creciente participación de mujeres en el mercado de trabajo y la escena pública, elevada formalización, relaciones laborales modernas, alta tasa de sindicalización, significativa en el sector privado, crecimiento de la clase media, mayor acceso a bienes públicos y a mejores niveles de consumo. Pero, sobre todo, una sociedad de personas más libres, educadas y conscientes de sus derechos y defensora de la diversidad, con minorías reconocidas y defendidas, que ejerce los derechos sexuales y reproductivos, nuevas formas de vínculos, sobre todo en los grupos más jóvenes, y diversidad de arreglos familiares. Y, en contrapartida, exacerbación del individualismo, consumismo y consolidación de la fragmentación social expresada en el territorio, en la que es visible la pobreza multidimensional, con preocupantes índices de violencia basada en género e intrafamiliar, incremento de delitos y elevada accidentabilidad en el tránsito.

Por último, un Estado también diferente, más moderno y transparente. Gobierno electrónico desarrollado. Gestión profesional de la deuda pública. Empresa de telecomunicaciones líder en tecnología y servicios, empresa de producción de energía eléctrica modernizada y con una matriz energética basada en fuentes renovables, que permite exportar energía. Banca pública saneada y eficiente, fundamentalmente un Banco República solvente y un Banco Hipotecario que volvió a prestar. Sistema Nacional de Inversión Pública. Reforma de las aduanas y la DGI, sistema tributario moderno. Nueva universidad pública, descentralización de la enseñanza universitaria en todo el país. Desarrollo de la protección social: ampliación de las prestaciones de seguridad social, Sistema Nacional Integrado de Salud, Sistema Nacional de Cuidados. Tercer nivel de gobierno y administración que acerca la gestión pública a los territorios. Importante desarrollo de la planificación económica y social, ambiental y territorial.

El nuevo elenco político, más allá de nombres aislados, estuvo y aún está muy distante de estas transformaciones, desde que se mantuvo alejado de los procesos que las produjeron o enfrentado a estos.

La respuesta desde el campo popular: más política para mejor construcción colectiva

El nuevo tiempo político plantea fuertes interrogantes, y demanda un análisis que permitirá ver con distancia crítica y calibrar mejor la dimensión de los cambios positivos concretados, su capacidad de sostenerse en el tiempo y, a la vez, la eventual reversibilidad de algunos de ellos.

El Frente Amplio (FA), si quiere aspirar a retomar en el próximo ciclo electoral la conducción del país y, mientras tanto, retener e incrementar su incidencia en la gestión en intendencias y municipios, deberá retomar algunos trazos fundamentales e identitarios de su práctica política y su lógica histórica. Una lógica de acumulación de fuerzas, de tejer alianzas políticas y sociales amplias, de contar con un programa común, de plantear una mirada estratégica e inteligencia política, de cultivar un estilo unitario y fraterno, de practicar la acción política permanente con unidad de acción.

Colide con este camino el estilo del exclusivismo, que se cultivó en exceso en tiempos de mayorías absolutas. Pero aun más coliden con él la dispersión orgánica y la atomización interna exacerbada, acicateada por la emergencia de proyectos personales o de pequeños grupos, lo que llegó a desbordar largamente la histórica dispersión táctica que la creación del FA procuró superar.

Esta reversión de tendencias negativas se podrá concretar en forma paralela y simultánea a la disputa electoral por los gobiernos departamentales y municipales y también con la escena parlamentaria, que deberá abordar cuestiones tan delicadas como la anunciada ley de urgente consideración y el presupuesto nacional. Mientras se reconfigura, desde la oposición, el papel de la bancada parlamentaria, la mayor de todas, con una importante renovación.

En ese camino, el de retomar e interpretar para la coyuntura actual algunas de las más relevantes pautas fundacionales, la acción política permanente necesariamente se encuentra con la “izquierda social”, tanto en sus expresiones más clásicas, como lo es el movimiento sindical, como en los nuevos movimientos emergentes, ligados tanto desde las afinidades temáticas como desde las especificidades territoriales en la acción colectiva.

Con este desafío planteado, y si se encaran de una manera inteligente y comprometida estas interpelaciones, emergerá un FA renovado y con capacidad de pensar, más allá de las urgencias del hoy y de la necesidad de apelar a una mística aún vigente en la mañana siguiente.