El martes 28, Ana Agostino publicó en la diaria una nota de opinión en la que expresaba su punto de vista respecto del papel de la gestión cultural en tiempos de pandemia. Es fundamental tener un lugar, como un diario, donde debatir sobre el futuro de la cultura en nuestro país y me alegro de la existencia de la nota. Me propongo, sin embargo, discutir sus ideas. Con el respeto y lealtad que se deben dos personas que se conocieron peleando por sus (nuestras) ideas hace casi 40 años.

Agostino afirma en su nota que la pandemia ha transformado nuestras vidas y que ha demostrado la insostenibilidad del modelo social y económico que nos rige. Según sus palabras, “la realidad como la conocemos [...] va a cambiar. Está cambiando. Cambió”. De esto concluye que “es posible afirmar que el sentido del futuro está en disputa” y que el papel del gestor cultural en la pandemia “tiene que ver con el ‘devenir’, es decir, con lo que simultáneamente está siendo y se proyecta, con lo que el presente tiene de potencial transformador, con el imaginario del futuro anclado en las prácticas y conocimientos que recogen historias, diversidad, deseos y lo que todavía no se nombra pero eventualmente será”.

Como el sentido está en disputa, los gestores deben poner toda su fuerza en ayudar en el parto de la nueva realidad. Es más, los propone como vanguardia (aunque el desprestigiado término no aparezca): “Esta transición que está siendo (pero que requiere un esfuerzo consciente que la evidencie y la oriente) puede ser vista como una transición ontológica en el sentido de que convoca a nuestras maneras de ser en el mundo, de pensarnos a nosotros y a nosotras mismas y a nuestras interacciones en su multiplicidad”.

Agostino continúa con su propuesta. Describe el mundo posible, utópico, y convoca a encarar la construcción del futuro usando palabras del catalán Toni Puig, evaluando que “los mejores servicios culturales son aquellos que son proféticos”. La nota hace luego sugerencias sobre cuál es el camino posible para un cambio en los paradigmas sobre los que descansa nuestra vida social, económica y cultural actual, y qué camino es posible intentar hoy “para transitar hacia horizontes superadores de esas injusticias”.

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La izquierda ha tenido siempre impulsos utópicos y reacciones pretendidamente científicas. Ambos caminos han llevado a frustraciones o a encerronas autoritarias. Y sin embargo, ambos caminos forman parte del arsenal de inspiraciones que nutren a las diversas corrientes de izquierda. Una describe el lugar hacia donde queremos llegar (y han existido diversas descripciones del paraíso socialista) y la otra el qué hacer ante la realidad de hoy. La descripción de la meta hacia la que hay que avanzar que hace Agostino es potente y compartida por buena parte del progresismo cultural. Pero incluso si todos estuviéramos de acuerdo con ese futuro, es imprescindible organizar nuestras fuerzas hoy, solucionar el mañana, sin perder la idea de hacia dónde deberíamos avanzar, pero teniendo en cuenta que el capitalismo como sistema no parece herido de muerte y que nuestro campo de acción se encuentra totalmente sumergido en sus reglas hoy y en el futuro cercano. No alcanza con conocer la meta; es imprescindible reconocer la realidad en la que nos movemos y contar con una estrategia para avanzar.

Hoy el sector cultural está en crisis. Si lo tomamos como un ecosistema complejo, vemos que hay actividades en riesgo de extinción. Entre la pandemia paralizante, un gobierno que se autoimpone ideológicamente el 15% de recorte en todo y el fuerte pujo globalizador que viene de las industrias culturales del norte, la situación no podría ser más compleja.

No todos los trabajadores de la cultura aseguran su sustento de la misma forma. Creadores, intérpretes, técnicos, proveedores, financiadores, arrendadores, etcétera, tienen distintos vínculos con el hecho artístico, creativo, recreativo o de aprendizaje o práctica cultural. Algunos pueden cambiar de rubro si es necesario, otros están atados a la suerte de la disciplina que sienten como propia. Pero todos son necesarios. Y todos precisan pagar la UTE a fin de mes.

Hoy sigue circulando plata en el circuito cultural a través de los dos agentes principales: el Estado y el mercado, y para cada uno de ellos debemos tener una estrategia. Es importante actuar todos juntos y ahora para que el sector cultural nacional participe en esos circuitos. Para eso son necesarias la presión conjunta y la creatividad disponible para ofrecer cultura nacional por todos los canales posibles.

En el ámbito de la gestión cultural, en tiempos de pandemia, es hora de sumar voces y buscar interlocutores en el gobierno central y los gobiernos locales. Hay que aprender a ser tan fuertes como los comerciantes, los ganaderos, los exportadores.

Un día después de publicada la nota de Agostino, la diaria dedicó su contratapa a anunciar que “pese a la pandemia, siguió aumentando el número de multimillonarios en América Latina”. ¿Qué nos prueba esto? Que el capitalismo sigue tan campante como siempre su carrera concentradora. Es como si estuviera vacunado. Quiere decir que siguió existiendo circulación económica y acumulación: mientras algunas ramas de actividad veían desvanecerse sus activos, otras seguían recaudando. Queda claro que Netflix y todos los que pudieron canalizar el ocio y la cuarentena hacia sus bolsillos tuvieron una zafra espectacular. A diferencia de lo que opina Agostino, la mayoría de los ciudadanos no pareció percibir nada grave en ello y se tiró de cabeza a ver todo lo que tenía Hollywood para vender.

Para cambiar el mundo hay que entender cómo funciona, hay que ver qué pasa si se sustituye una pieza por otra, cómo se afectan mutuamente unos ecosistemas a otros. En el interior del país el despliegue de la televisión para abonados en los 90 mató los espacios de sociabilidad interpersonal, que ya eran pocos. Clubes, cantinas y boliches fueron cerrando y muchos pueblos parecen abandonados apenas cae el sol. Ese cambio en la sociabilidad no se ha revertido ni en los veranos cálidos ni con los espectáculos de danza folclórica en la escuela. Ese paisaje cambió, y si bien se hizo fuerza para que la cultura local y nacional recuperara terreno, la destrucción de hábitos (más que el deterioro de infraestructuras) parece todavía un dato de la realidad.

La buena noticia conocida el jueves de que la próxima semana abrirían teatros, cines y museos (muchas semanas después que los centros comerciales) no opaca la situación extrema en la que se encuentran algunas actividades. Los teatros han tenido que pagar sueldos, gastos fijos y gastos corrientes sin poder vender una sola entrada. Y todavía el protocolo los obliga a cambiar el arte para satisfacer a la salud...

El peligro es la destrucción de todo el ecosistema. Si las salas o locales se arriendan a gimnasios o iglesias, si los técnicos emigran a trabajar en otras actividades, si los propios artistas deben ganarse el sustento de otra manera, el país entero pierde.

Esta no es una frase romántica dicha sin pensar. Cuantas menos voces, ideas u horizontes haya en nuestra sociedad, nacidos en ella y hablando su idioma simbólico (aunque se nutran de todo lo bueno que hay en el mundo), menos libres seremos.

Es la hora de sumar voces y buscar interlocutores en el gobierno central, en los gobiernos departamentales, en los municipios. Hay que convencer no sólo de la importancia económica, sino de la relevancia de que nos permite intercambiar códigos entre nosotros y disfrutar juntos a todos quienes toman decisiones. Hay que aprender a ser tan fuertes como los comerciantes, los ganaderos, los exportadores, los importadores: sin ruido y sin gritos de dolor, lograron que el hilo económico siguiera pasando por dentro de sus billeteras. La presión conjunta es capaz de ayudar a los gobernantes del sector a hacer sus propias demandas presupuestales: todos los partidos de la actual coalición exigían austeridad, pero hoy ninguno se ofrece para lograr ese “fácil” 15% de reducción de gastos e inversiones; más bien todos quieren al menos mantener lo que tenían... Es seguro que quienes hoy tienen responsabilidades en la cultura no quieren recibir menos que gobiernos anteriores.

Esta urgencia por buscar soluciones ante el Estado exige también mirar al mercado. Es imprescindible que la cultura producida por uruguayos esté presente en plataformas, que tenga canales de comercialización similares (o los mismos) que los de los productos internacionales. Es necesario buscar nichos digitales o en pequeños espacios donde la gente se junte a pesar de la pandemia y con los resguardos sanitarios necesarios. Y estar presente. Hay que dirigir una parte de la creatividad hacia la búsqueda de oportunidades allí donde todavía somos imbatibles: la gente va a necesitar juntarse para disfrutar la vida. Y puede hacerlo con productos enlatados o con cerveza artesanal, con bailarines o músicos que viven acá, leyendo poemas escritos en servilletas y comprando obras en la Ciudad Vieja o en el Cerro del Verdún. Está en nuestras manos demostrar cuál es la mejor opción.

Esta respuesta puede parecer propia de un espíritu “emprendedor”, de una mentalidad capitalista. Pero reconozco la urgencia que tiene preservar el capital humano que guarda el sector cultural uruguayo, desde la “industria cultural” hasta el artesano de San Gregorio de Polanco. Porque si los gestores culturales sólo nos pusiéramos a pensar en la utopía, estaríamos abandonando a nuestra comunidad, sea lo que sea que eso significa.