El de las vacunas es un tema de suma relevancia en sí mismo, pero además porque expone varias contradicciones o conflictos latentes en la sociedad. Uno de los problemas que tiene su abordaje es que los territorios de confrontación en los que se da la discusión son varios, y si no se disecan y clasifican, nos hacen discutir en demasiados planos a la vez, lo cual solamente alimenta la confusión. Quisiera referirme a cuatro aspectos que tienen que ver con esta polémica, motivado por la reciente encuesta de la Usina de Percepción Ciudadana sobre la voluntad de vacunarse de los uruguayos.

Los antivacunas en general

Hay gente que está en contra de todas las vacunas. Es una postura que recorre el mundo y tiene adeptos, que nos interpela desde el plano de la autonomía, es decir que van por el lado de la injerencia del Estado sobre nuestros cuerpos: el cuerpo es mío y no me pueden introducir nada que yo no apruebe. Estos grupos en realidad con lo que más discrepan es con la obligatoriedad.

Es necesario en esta discusión introducir algunos conceptos importantes: hay vacunas que se dan para prevenir una enfermedad individual, que no se contagia entre humanos. Ese, por ejemplo, es el caso de la vacuna antitetánica: previene el tétanos, enfermedad que se adquiere cuando una bacteria que se encuentra en el suelo, el Clostridium tetanii, infecta el organismo a través de su entrada por una herida sucia. El tétanos no se contagia entre personas, por ende la vacunación previene la enfermedad individual (altamente letal), que prácticamente hoy no existe gracias a la vacuna. Quien se negara a recibir esta vacuna arriesgaría mucho su vida, pero no la de otros.

Otras vacunas, como la que nos ocupa, por supuesto que tienen un efecto individual de prevención, pero su mayor valor es que son capaces de detener o terminar una epidemia concreta, en este caso una pandemia (que no es otra cosa que una epidemia mundial), ya que además de prevenir la enfermedad en el individuo, generan inmunidad, al menos temporaria, que puede alcanzar a toda la población. Por eso la base de su aplicación es la solidaridad: prevenir contra una infección leve, seguramente (en 95% de los casos) de bajo riesgo vital, pero ayudar a que la población vulnerable a este virus en cuanto a letalidad no se contagie, al atemperar la circulación del virus.

Los que están contra esta vacuna en particular

Dejemos de lado la fantasía acerca de los chips que George Soros u otros quisieran introducirnos en el organismo. Es cierto que la urgencia mundial, sumada a la voracidad de las transnacionales del medicamento, aceleró todas las fases de invención y prueba de las vacunas. También es cierto que se está probando (en alguna de ellas: Pfizer, Moderna), por primera vez, una técnica de inmunización basada en una molécula de ARN mensajero que codifica la respuesta inmune (técnica que, de funcionar, podría acelerar el desarrollo de otras vacunas, quizás contra el sida). Las otras vacunas en juego se desarrollaron mediante otras técnicas, más conocidas, basadas en la introducción de partes del virus, o partes del virus adosadas a otros virus atenuados, en fin, desarrollos emparentados con lo que ya existe.

La velocidad en el desarrollo, sin duda, es menos segura que la lentitud; sin embargo hasta donde sabemos todas las vacunas vienen funcionando. Con respecto a las nuevas técnicas (ARN mensajero), así avanza la humanidad en todos sus desarrollos científicos: innovando. Hace décadas, seguramente sonaba peligroso que te inyectaran parte de un virus o una bacteria para prevenir una enfermedad, pero funcionó, y vaya si funcionó (tétanos, polio, viruela, difteria, sarampión, rubéola, paperas, tuberculosis, hepatitis B). En la mayoría de los casos casi erradicaron enfermedades (piense el lector a quién conoce que haya tenido esas enfermedades que mataban o dejaban severas secuelas a millones de personas) y en otros disminuyeron drásticamente su incidencia, como en los casos de la hepatitis B y la tuberculosis.

Los daños de las vacunas

Una cuestión interesante es que se argumente acerca de los daños que podrían causar las vacunas en general, y esta en particular. Separemos: una cosa son los eventuales efectos secundarios, como dolor local, fiebre, dolores articulares, malestar general. Estos efectos no suelen durar más de 24 horas y no generan daño permanente alguno, acompañan a muchas vacunas, y se entiende que hay un bien mayor que justifica ampliamente su tolerancia. Por otro lado, es cierto que en pacientes inmunocomprometidos (trasplantados, oncológicos, tomadores de medicamentos que disminuyen la inmunidad llamados inmunosupresores, y otros) puede ser perjudicial la administración de algunas vacunas, lo cual se soluciona fácilmente: a esos grupos no se les dan ciertas vacunas que pueden perjudicarlos. Si bien se invoca a las vacunas como causa de una enfermedad poco frecuente (el síndrome de Guillain Barré), esto permanece en el terreno de las hipótesis, y la causa más probable según los expertos sería una infección banal viral.

Asuntos como el precio, la distribución, el claro favoritismo de las potencias mundiales y sus poblaciones para obtener vacunas, la ausencia de un criterio global basado en valores, las maniobras de los gobiernos para obtenerlas y los vericuetos argumentales para justificar sus demoras son, sin duda, parte de la discusión, pero eso no desacredita a las vacunas.

Hay también otros planteos, que no tienen evidencia científica y son pretendidamente observacionales, sin demostración: que las vacunas causan autismo, por ejemplo. Eso no está para nada demostrado, el autismo existe desde antes que las vacunas, y no se ha demostrado por más que se ha intentado.

Un capítulo aparte serían las alergias: obviamente si la vacuna contiene componentes a los que alguien es alérgico, va a experimentar una reacción alérgica, desde una erupción mínima (lo más frecuente) a una alergia grave (raro por vacunas). Esto lleva a que las personas muy alérgicas, sobre todo las que han desarrollado alergias graves por otras causas, sean excluidas de algunas vacunas, aunque también podrían ser premedicadas con antialérgicos. En este sentido, la vacunación actúa como cualquier otro medicamento que se introduce en el organismo, por ejemplo antibióticos o antiinflamatorios, que generan alergias mucho más frecuentemente que las vacunas. Las alergias, por otro lado, tienen tratamiento.

La crítica al capitalismo

Hay otras consideraciones importantes, que son de recibo pero a mi entender no justifican una negativa a la vacunación, sino que más bien son una crítica al capitalismo y al papel de la industria del medicamento. Generar inmunidad de rebaño con una vacuna no convierte a los vacunados en ovejas sumisas y acríticas. En el mundo de binarismos que estamos viviendo, vale aclararlo, ya que en algunos ámbitos los planos de discusión parecerían confundirse. Puede parecerme que la globalización es un engaño universal, y de todas maneras estar dispuesto a recibir una vacuna contra la covid-19. Puedo comprender que la pandemia (y las respuestas a ella) está generando un mundo más injusto aún, puedo saber que la concentración de la riqueza en cada vez menos manos no se ha detenido sino aumentado, y así y todo vacunarme. También puedo ser consciente de que a pesar de que la mayor parte de la inversión en desarrollar estas vacunas es estatal, las ganancias millonarias serán para la industria del medicamento, esas transnacionales privadas que parecen gobernar el mundo, y aun así vacunarme.

Asuntos como el precio, la distribución, el claro favoritismo de las potencias mundiales y sus poblaciones para obtener vacunas, la ausencia de un criterio global basado en valores, las maniobras de los gobiernos para obtenerlas y los vericuetos argumentales para justificar sus demoras son, sin duda, parte de la discusión, pero eso no desacredita a las vacunas. Las vacunas no piensan, no manipulan, no desinforman. Todo eso forma parte, a mi entender, de otro capítulo. Que el mundo global sea una construcción desastrosa, que los poderosos sean siempre beneficiados, que los vulnerables sean postergados, que perjudiquen a los menos favorecidos con los precios y la distribución, son temas que más que nada cuestionan la organización política del mundo, y no la necesidad de vacunar a la población mundial.

José Minarrieta es médico, fue director del hospital Maciel y consejero del Colegio Médico del Uruguay.