Era, en el sentido más fuerte del término, un tipo íntegro, hecho de una sola pieza. Consagró toda su vida a la causa de los explotados, los pobres, los marginados. Era hiperracional, analítico, lo movía una voluntad y una determinación a toda prueba. Y era también un timidón, un grandote torpe con sus emociones.

Lo conocí un día de mayo de 1985, en la cola para entrar a trabajar en la pesquera Promopés, junto con el Negro López Mercao, el Gordo Ruben García y unos cuantos más “peladitos” recién salidos del Penal. El sindicato había conseguido que la empresa empleara a un cupo de ex presos y desexiliados. Fue, para los que entramos, un empujón muy importante en nuestra reinserción laboral luego de diez y más años fuera de juego. Nos tocó pagar el consabido derecho de piso: fuimos a dar a la sección Carga y Descarga, el trabajo más pesado de toda la planta. En el Sucio –nombrete familiar de la sección– se recibían los camiones cargados con bandejas de pescado de 30 kilos provenientes de los dos barcos merluceros de la empresa. El pescado se descargaba en cintas sinfín, donde era lavado y clasificado en grande, mediano y “carioca”. Los camiones se volvían a cargar con cajas de pescado fileteado y congelado, pronto para la exportación. Entre caja y caja, nos enzarzábamos en sesudas discusiones políticas.

Para mí, la experiencia duró un año y medio. El Bicho siguió unos cuantos años más; laburante responsable e incansable, se puso al hombro el proyecto cooperativo impulsado por el Centro Cooperativista del Uruguay, que lamentablemente no cuajó.

Ya ministro del Interior de Tabaré Vázquez, lo entrevisté en 2018 para mi libro La pasión militante, en el que figura bajo el seudónimo de Mario. Me contó de sus primeros compromisos sociales en el “grupo de reflexión” parroquial de Punta Gorda en 1966-1967. El viejo Uruguay batllista y dialogador no terminaba aún de esfumarse. Así, en aquel grupo figuraban personajes como el Manco Ulises, siniestro individuo convertido luego en militante ultraderechista, involucrado en el asesinato de Santiago Rodríguez Muela en 1972. Fue una entrevista sorprendentemente larga y distendida, en su oficina de la calle Mercedes. Una vez finalizado su testimonio militante, se explayó largamente sobre Promopés. Repasamos juntos mil anécdotas y personajes, me contó en detalle los avatares de la empresa y los esfuerzos denodados por salvarla de la quiebra; sin duda, la experiencia lo había marcado duraderamente.

El Bicho Bonomi era un tipo modesto. Su apariencia sobria, casi adusta, camuflaba una enorme generosidad y un espíritu de entrega incondicional a la causa de los humildes. Su trayectoria de vida lo testimonia mejor que mil palabras. Así quiero recordarlo.