Leer en papel es un lujo. Lo saben bien ustedes, si es que en este momento tienen en sus manos la edición impresa de la diaria Fin de Semana, o si han hojeado la diaria “común” (esa que sale de lunes a viernes), la revista mensual Lento, la publicación para niños Gigantes, la flamante versión local de Le Monde diplomatique o alguno de nuestros suplementos (Cultura y Garra, entre otros). Es un lujo no sólo porque se trata de una experiencia placentera que hay que pagar un poco más, sino también porque implica una disposición –un tiempo– que cada vez resulta más escaso.

Conscientes de los cambios en los hábitos de lectura, desde hace años hemos buscado traducir al ámbito digital la experiencia de leernos, a la vez que creamos nuevos proyectos que no tienen un antecedente en papel: hoy, por ejemplo, la diaria funciona como un portal web de noticias, ha producido diversos podcasts y, si tienen el teléfono atento, los días de semana cerca de las siete de la tarde les llegará el aviso de que está al aire un nuevo capítulo de la diaria vivo.

Tenemos que pensar en las consecuencias de que todo eso también se transforme en un lujo. Es decir, qué ocurre cuando el contexto económico, la transformación de las costumbres o la incidencia política recortan la posibilidad de informarse, leer, entretenerse con productos de calidad (que, idealmente, es lo que buscamos ofrecer).

Conviene aclarar que estas líneas están siendo escritas entre la alegría por un nuevo aniversario y la preocupación por un escenario internacional que ha desembocado no sólo en tragedias materiales, sino también en recortes de derechos a la información. Para ser claro: cuando una multinacional mediática o una empresa estatal local deciden censurar un medio informativo no sólo están atacando la libertad de expresión, sino el derecho de las personas a informarse.

Es fundamental reivindicar ese derecho a estar informadas e informados, y, como ocurrió en la década pasada, ir por más: hay que trabajar para expandirlo en alcance y en amplitud. No se trata sólo de que más personas puedan acceder a noticias que las afectan, sino también de que digerir un ensayo largo, disfrutar un reportaje profundo, inquietarse ante una imagen insólita, enojarse con una reseña equivocada o resolver un crucigrama tramposo(*) no sean lujos, sino posibles nuevos derechos.

(*) O contestar una carta de Ana Fornaro.