La emergencia sanitaria tuvo un fuerte impacto económico y social. Al mismo tiempo, el actual gobierno nacional se ha esforzado por reducir los gastos del Estado, un poco por convicción ideológica y otro poco porque sus dirigentes habían prometido eliminar presuntos despilfarros e ineficiencias frenteamplistas. Se puede discutir cuánto incidió cada uno de estos dos factores en la caída de los ingresos y en el aumento de la pobreza y la precariedad laboral, pero es indiscutible que, al operar juntos, no podían producir otros resultados.

Los efectos de la crisis persisten, al igual que la orientación de la política económica. Mientras las exportaciones agropecuarias baten récords en cantidades y precios, muchas personas tienen hambre. Entre ellas hay adolescentes que, con el frío que está haciendo, van temprano al liceo sin desayunar, e incluso sin haber cenado la noche anterior. Están deprimidos e irritables, les cuesta aprender, a veces se desmayan.

Aceptar la realidad es el primer paso indispensable para buscar soluciones, pero al oficialismo le cuesta darlo. Niega. Es un procedimiento que se ha hecho frecuente en estos meses, a medida que el Poder Ejecutivo parece quedarse sin agenda y no sabe qué presentar como contrapeso de problemas graves en varios terrenos.

Dirigentes y jerarcas insisten en que son víctimas de una campaña de difamación. “Hay que tener cuidado de emplear la palabra ‘hambre’”, dijo a la diaria el diputado nacionalista Armando Castaingdebat; prefiere decir que en algunos casos “la alimentación no es buena”. El ministro de Desarrollo Social, Martín Lema, asegura que, según los datos de que dispone, no ha crecido la demanda en las ollas populares y merenderos.

“Estamos asistiendo a la construcción de un nuevo relato por parte de la oposición” –afirmó la vicepresidenta Beatriz Argimón–. Se llegó a hablar de hambruna, se llegó a hablar de fracaso [...], seguramente en breve también alguien puede llegar a comer pasto, como se nos dijo alguna vez”.

“Está objetivamente demostrado que no hemos caído en una escalada del delito”, escribió el expresidente colorado Julio María Sanguinetti para la publicación virtual Correo de los Viernes. Lo que ocurre, alegó, es que el Frente Amplio y su “red de repetidores [...] han sido tradicionalmente eficaces en [los] montajes publicitarios, la generación de microclimas psicológicos y la construcción, a partir de algunos hechos ciertos, de panoramas artificiales, que no se corresponden con la realidad”.

“No es cierto que haya empeorado el ambiente para ejercer la libertad de prensa, ni que la ley de urgente consideración haya limitado el derecho de huelga”, dijo el presidente Luis Lacalle Pou en una entrevista con la BBC.

Es un recurso extremo y antipolítico: apostar a la confianza de quienes sigan creyendo, contra toda evidencia, que este gobierno les dice la verdad y la oposición frenteamplista les miente. Predicar para los fieles y desentenderse del resto. Puede dar algún resultado contra los adversarios políticos, pero no contra los hechos.