Faltan aún diez días para el comienzo del invierno, que se adelantó con temperaturas crueles, pero la capacidad de iniciativa del actual gobierno nacional comenzó a enfriarse mucho antes, y corre riesgos prematuros de congelamiento.

Se acerca la mitad del mandato de Luis Lacalle Pou y no hay resultados a la altura de lo que se prometió. El repaso de las leyes aprobadas es poco impresionante y la agenda planteada para el futuro no promete mucho más.

Las dos iniciativas de mayor calado que se manejan son sendas reformas del sistema de seguridad social y de la educación. Tienen en común, además de la dificultad para lograr apoyos amplios (incluso dentro de la coalición de gobierno), que sus eventuales resultados no comenzarán a verse antes de las próximas elecciones nacionales.

Las personas no suelen quejarse por la ausencia de cambios estructurales si perciben que su calidad de vida mejoró o se mantuvo en un buen nivel, pero no es el caso. El Poder Ejecutivo sólo promete que al final del período el poder de compra de los salarios volverá a ser el mismo que cuando asumió, y eso no entusiasma.

Los liberales más extremistas empiezan a construir un relato sobre oportunidades perdidas y reclaman medidas drásticas antes de que sea tarde.

Otros ensayos de narrativa, desde los sectores que no plantean ‒por ahora‒ cuestionamientos frontales a Lacalle Pou, destacan que hubo grandes dificultades externas imprevistas, como la pandemia de covid-19 o la guerra en Ucrania, o intentan echarle la culpa a la oposición, por una presunta “herencia maldita” de los gobiernos frenteamplistas o quejándose de “palos en la rueda”. Poco se habla de algunos hechos evidentes que no tuvieron nada de inesperado.

La situación internacional es poco propicia a políticas de desregulación y liberalización. Cuando se efectuaron las elecciones de 2019, estábamos en un mundo con importantes avances del proteccionismo, y la pandemia acentuó mucho la necesidad de intervenciones estatales.

Sucede, además, que el principal acuerdo de la “coalición multicolor” fue la voluntad de derrotar al Frente Amplio. Los compromisos preelectorales colectivos fueron vagos sobre muchas cuestiones centrales y las diferencias afloraron ya en las iniciativas del primer año de gobierno, bloqueando aspiraciones del presidente y sus colaboradores más cercanos.

La carta más alta que podía jugar Lacalle Pou era generar una oleada de aprobación a su persona que le permitiera llevarse por delante reparos y discrepancias de sus socios. En este sentido, el resultado del referéndum fue una victoria fatídica: mostró que, aun con el presidente al frente de la campaña, la oposición estaba lejos de haber perdido terreno. Cada encuesta que indica algunos puntos menos de popularidad del primer mandatario vuelve más difícil que corra a sus aliados con el poncho.

Como casi todos los gobernantes en dificultades, los actuales ya empezaron a decir que falla la comunicación y la gente no ve sus aciertos. Da la impresión de que el problema es otro: como dice el tango, hay “crisis, bronca y hambre”.