Toda identidad se construye en parte por oposición a otros. Algunos antropólogos han mostrado cómo la de los uruguayos se erige en contraposición al vecino extremo, explosivo y seductor de la otra orilla del Río de la Plata. Miramos a un tiempo con desdén y admiración su extroversión, su caos macroeconómico, su intelectualidad brillante, su corrupción casi institucionalizada en algunos ámbitos, su potencia al manifestarse en las calles. Siempre encontramos las palabras para criticarlos, pero este domingo, un amplio contingente de personas en Uruguay estará siguiendo el minuto a minuto de su primera vuelta electoral.

No es sólo que la contienda política en Argentina tenga atributos de espectacularización de los que carece la uruguaya. Lo que sucede al otro lado del río impacta en Uruguay en todos los ámbitos, incluido el cultural.

La inversión extranjera directa de Brasil y Argentina representa aproximadamente un tercio de la inversión total en el país, la exportación de productos con valor agregado tiene en Argentina un mercado relevante. Además, la presencia de capitales argentinos en la actividad agropecuaria es significativa, y en los últimos años se nota una incidencia cada vez mayor de capitales argentinos en los grandes grupos de la comunicación, como muestra el libro reseñado en esta edición. Lo que suceda el domingo y en una eventual segunda vuelta en Argentina no será menor para Uruguay.

Pero hay una incidencia no tan evidente: la emergencia de Javier Milei como síntoma, ampliamente analizada por los lúcidos intelectuales de la vecina orilla (un ejemplo es la columna que acompaña este editorial). La adhesión que genera un ególatra que se llama a sí mismo “león” y “rey”, un conservador con estética rockera, que con un par de consignas y frases de efecto, adornadas con insultos y gestualidad desquiciada, ha cautivado las esperanzas de una enorme porción de la población argentina. El problema es Milei, la coordinación clara de la ultraderecha a nivel global y regional, la aplicación de sus efectivos manuales de comunicación política. Pero el problema de fondo es la falta de esperanza.

Cuando Milei resultó ser el candidato más votado en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), el recientemente creado Partido Libertario uruguayo lo saludó en redes sociales: “Hoy es un día para la historia. Después de décadas de políticos estatistas enemigos de la libertad, Argentina tiene al primer candidato que busca una alternativa basada en la libertad”. Su presidente, Nelson Petkovich, aclaró esta semana en diálogo con radio Universal que considera que en Uruguay no funcionaría una figura como Milei: “Nosotros los uruguayos, si vemos un candidato que entra a insultar a diestra y siniestra, no nos va a gustar, aunque quizás diga verdades, como lo hace Milei”.

El candidato libertario asumió un tono de presidente desde su triunfo en las PASO. Pero el domingo se sabrá con mayor certeza cuánto ha permeado en la sociedad argentina su retórica individualista y resentida. Mientras tanto, en Uruguay hay que estar atentos a los efectos culturales de esta emergencia, a los vientos de época. Porque como también nos enseñaron los antropólogos, la excepcionalidad uruguaya es un mito. Y porque como dijo Salvador Allende hace 50 años, la historia es nuestra y la hacen los pueblos.