Uruguay perdió ayer a una figura central en su vida económica, social y política durante más de medio siglo. Danilo Astori estuvo durante décadas en posiciones de gran visibilidad y destaque, pero también construyó en condiciones muy adversas, sin irse del país, entre el golpe de Estado y los años de la transición democrática. En otros períodos, cuando sus posiciones quedaron en minoría, tuvo la lealtad democrática de seguir aportando en segundo plano, sin quejarse, su inteligencia y su enorme capacidad de trabajo.
En un país donde se ha contrapuesto lo que Max Weber llamó la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”, Astori articuló en forma consistente los dos criterios, porque lo guiaba, en el acierto o en el error, el imperativo moral de buscar soluciones equilibradas y sustentables.
Como conductor de la política económica durante 15 años fue el artífice de cambios, fortalecimientos y firmezas que le permitieron a Uruguay crecer con redistribución del ingreso, establecer una estructura tributaria más justa, moderna y eficaz, reducir la vulnerabilidad histórica a los vaivenes en Argentina y Brasil, sobrellevar una gran crisis internacional y mantener políticas sociales potentes.
Fue, además, garantía de estabilidad y solidez para el Frente Amplio, el sistema de partidos, la economía de nuestro país y su posición en el escenario internacional.
Pese a estos y otros logros, pagó el precio de ser presentado como chivo expiatorio de un cambio de perspectivas, de objetivos e incluso ideológico que todos los principales dirigentes frenteamplistas asumieron, pero que no todos reconocieron y defendieron con franqueza.
Se discutieron mucho las posiciones que impulsó en nombre de la renovación de la izquierda, pero no era nada fácil ganarle una discusión racional, porque combinaba en forma inusual talento, formación cultural sólida más allá de la economía y claridad de exposición. En el periodismo se prevé una equivalencia entre el tiempo de grabación de una entrevista y el espacio que va a ocupar su publicación, pero con Astori había que hacer otras cuentas porque su expresión oral, eficiente, precisa y bien organizada no tenía literalmente desperdicio.
De todos modos, perdió con frecuencia, entre otras cosas, porque encaró la responsabilidad de discrepar y competir con liderazgos tan potentes como los de Tabaré Vázquez y José Mujica. Aunque a menudo lo llamaron “soberbio”, tuvo la humildad de aceptar las derrotas y seguir adelante con la mente y el corazón puestos, como quería Liber Seregni, en la mañana siguiente.
Su proceder en la actividad política careció de malicia y la sospechó demasiado poco en otras personas. Quizá sin esta característica podría haber tenido menos disgustos y llegar un poco más alto, pero también habría dejado de ser quien era, y no quiso pagar ese precio. Fue una forma de ser valiente que el país le debe, entre otros aportes memorables.